Héctor Calderón Hallal
….Continuación:
Todo pueblo que tuvo y tiene tiempo para esperar, es un pueblo afortunado. Ni duda cabe.
En México, hemos tenido esa esperanza necesaria, pero sobre todo esa paciencia suficiente para esperar justicia en todos los órdenes, hasta en los casos específicos que han marcado de algún modo el derrotero de la vida política nacional… en aquellos asuntos que han sido desde el principio –aun extinguidos- auténticos idilios de la población con su protagonista y su entorno.
Como el deplorable caso del cobarde homicidio de Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato presidencial del PRI, la tarde de aquel fatídico 23 de marzo de 1994, en la colonia Lomas Taurinas, de Tijuana, Baja California.
Asunto este que, como el de toda circunstancia genuinamente noticiosa, con un significado en la semiótica y en la historia nacionales, ha sufrido los efectos imparables del paso del tiempo.
Al grado que el presunto responsable del magnicidio, un individuo de nombre Mario Aburto, joven de escasos 23 años cumplidos cuando activó el arma que a todos luces expulsó el proyectil dirigido a la cabeza del candidato Colosio y que, una vez cumplidos 30 años de pena corporal –después de haber obtenido un amparo por parte de un Tribunal Colegiado- podría salir de la cárcel mediante el juicio 104/2021, en que el Primer Tribunal Colegiado en Materia Penal de Toluca invalidó la condena de más de 40 años de prisión en contra de Aburto Martínez y le ordenó al juez que en la nueva sentencia se base el Código Penal de Baja California vigente al momento de los hechos, que señalaba –y señala textualmente- que la penalidad oscila entre 16 y 30 años de cárcel, según el artículo 126 de la citada ley sustantiva penal vigente en aquella entidad.
Así entonces, este ingrato ser humano, que nació –al parecer- para ser actor de reparto dentro de un expediente judicial… o simple ornato escenográfico de prisión –“bonita misión de vida”- podría salir excarcelado este 23 de marzo, sin más carcoma moral ni responsabildad “a cuestas” que la “del deber cumplido”… tal cual se hubiese tratado de un contrato suscrito para una larga misión de 30 años, en los que iba a sacrificar (¿O a malbaratar?) los mejores años de su vida, cual si estuviera consciente de la envergadura del daño y el alcance de sus hechos, materializando los intereses criminales de un individuo o un colectivo interesado en deshacerse de Colosio candidato.
Ingrata forma de derrochar la vida “como si fuera agua de nixtamal”, dijera uno de los grandes histriones del cine mexicano de todos los tiempos, Pedro Infante, en alguno de sus aforismos fílmicos alusivos al despropósito de “arriesgar la sangre de un prójimo cualquiera”.
Y es que hasta Benjamin Franklin lo dejó escrito: “El tiempo es el bien del que está construida la vida”.
Y aunque también es cierto que el tiempo es nuestro más valioso y no renovable recurso, es lo único que realmente nos pertenece… cuando somos libres.
Aún su indiscutible tiranía.
El tiempo no se detiene ni espera por nadie. No obstante la sociedad mexicana ha sabido –se reitera- tener la paciencia para esperar justicia en este como en muchos otros casos de insolvencia de respuestas por parte de Themis, la diosa griega de la justicia.
Porque, como en la analogía de aquel tango famoso de Gardel, denominado “Volver”… “Que 30 años no es nada”… ni el paso del tiempo condenará al olvido la memoria de todo un país, sobre un hombre limpio, consagrado al servicio eficiente y honesto a los demás; no podrá borrarse tan fácil el recuerdo imperecedero de un esposo cariñoso y leal de un padre de familia noble y responsable; ni todo el peso de la histórica ineficiencia judicial de este país, ni todo el peso de la prevaricación ni de las imperfecciones de la ley, de México y del mundo, podrán quitarnos el derecho a los mexicanos… que es también un derecho humano, por supuesto… a creer en un país ordenado y de leyes, como lo soñó Luis Donaldo Colosio y como nos lo ofreció en su momento el malogrado mártir político mexicano.
Podrán criticarnos a quienes admiramos a Colosio –priístas o no- de estar muy cerca de esa línea imperceptible que divide a la admiración cívica del fanatismo… Quizá… Lo cierto es que su deplorable homicidio cambió el rumbo de la historia de este país… y muy seguramente alteró el “sístole-diástole” del corazón ciudadano.
Antes de Colosio, transitábamos como si no tuviéramos una conciencia clara y responsable de lo que implica la democracia y sus valores más álgidos; en ese terreno de la democracia, los mexicanos no distinguíamos un ayer ni un mañana. Era como si tuviéramos la obligación, el apremio alucinante por “comernos el mundo a mordidas sin quitarle la cáscara”, por dictamen de una modernidad que habría llegado como un juego de mesa del que no habíamos comprendido bien las instrucciones “en letra chiquita”… queriendo ganar compulsivamente a la primera… como si el futuro y sus obligaciones, no solo sus derechos y beneficios, nunca fueran a llegar.
Uno de esos recursos prodigiosos, presentes en este futuro que nos alcanzó, algunos años después del suceso trágico de Colosio, es la llegada de períodos de competencia democrática; el voto y su importancia estratégica, no solo simbólica, para decirlo pronto.
Los mexicanos no hemos aprendido a darle la importancia que tiene en el acontecer nacional… en el curso de la historia moderna.
El sufragio es la divisa del pueblo. La tarjeta de crédito más importante con que cuenta. Su única escritura pública sobre el bien más importante que posee: su libertad. Es la única divisa que tiene y, solo el propio pueblo en lo colectivo, el propio ciudadano en lo individual, puede determinar cómo será gastada esa divisa… cómo será usada esa tarjeta.
Estoy seguro que Colosio habría dirigido en algún mensaje –si viviera hoy- arengándonos a los mexicanos a ser cuidadosos y a no permitir que otros voten o decidan por uno mismo.
A cuidar el voto; a vigilar la jornada.
Los mexicanos, a pesar de ser un pueblo y un país joven, somos de un alma “muy vieja”… porque como dijo el gran poeta español, José Carlos Valverde Sánchez, “maduramos a golpe de despedida, en el recuento sellado del insondable paso del tiempo.”
Algún día… algún día, los mexicanos tendremos una justicia pronta, expedita y que dignifique nuestros derechos humanos.
Autor: Héctor Calderón Hallal
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