EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Sylvia Beach, editora y James Joyce en París.
Ciudad de México, sábado 13 de junio, 2020. – Viajar a Dublín en estas épocas para celebrar el próximo martes 16 de junio el Bloomsday, el día que Leopoldo Bloom salió de su casa por la mañana para regresar por la noche, tal como lo escribió James Joyce en Ulises, lo vemos un poco dificultoso (la verdad, nunca lo he hecho), pues ahora, además de desobedecer al semáforo rojo, tendríamos que viajar quince días antes para estar confinados in situ catorce por la pandemia.
Por eso imaginé que era buena idea celebrarlo en Tlalpan Centro, donde vivo, como si fuera el Dublín de Bloom y ese día visitar algunos puntos como los que recorrió ese día de 1904: temprano, como lo hizo Leopoldo, compraría en las carnitas de Don Enrique un buen hígado para freírlo con un poco de gracia y otras menudencias y así, agarrar fuerzas para recorrer la ciudad como lo hizo Bloom el día que amaneció sintiéndose todo un Ulises, como el de Homero cuando salió de Ítaca, se despidió de Penélope, le pidió a Mentor que se encargara de su hijo y acarició a Argos, su perro, que le movía la cola creyendo que le iba a llevar de nueva a una cacería antes de ausentarse veinte años, para vivir hasta su regreso, cuando lo reconoció disfrazado de homeless, le movió la cola y murió.
El Ulises de Joyce es Leopoldo Bloom quien finalmente regresó a su casa por la noche, temeroso de enfrentar a Molly, su mujer, que recordaba cómo lo había abrazado para que pudiera sentir en sus senos todo el perfume sí cuando su corazón golpeaba como loco y ella dijo sí quiero sí en el último capítulo de cuarenta páginas sin punto ni coma que leemos sin poder respirar porque el flujo de palabras viene del inconsciente.
Si estuviera abierta, podríamos tomar una copa en La Jalisciense –como si fuera uno de los pubs dublineses–, ahí, donde el poeta Renato Leduc era un fiel parroquiano y este día me acompañara mi amigo Javier García-Galiano y estuvieran con nosotros el poeta Vicente Quirate y Rodrigo Johnson para platicar de Hamlet, tal como lo hizo Bloom antes de bajar al Hades, siguiendo el cuento de Homero pero que, en este caso, Leopoldo lo hace durante el entierro de su amigo Peter Dignam y cuando estaba en el panteón, recordó la muerte de su hijo, al tiempo que veía salir de una de las tumbas a una rata gorda relamiéndose el hocico, como podríamos verla de alguna tumba del Panteón “20 de Noviembre” en Tlalpan Centro.
El viaje de Bloom se parece al que podríamos haber hecho antes del confinamiento, cuando salíamos frescos por la mañana, igual que él, hechos todo un Ulises, el año que tardamos en leer la novela de Joyce aclarando dudas y conociendo tantas cosas irlandesas de cada uno de sus capítulos con mis amigos, cada otro sábado, sabiendo que, como dice Knausgärd: “Ulises hay que leerlo como le hacen los arqueólogos cuando excavan una reliquia: destapando capa tras capa, pieza tras pieza, para tratar de sacar toda su totalidad, para que la obra tenga sentido”.
Cuando Odiseo abrió la bolsa donde Eolio guardaba los vientos, éstos se escaparon y lo arrastraron al mar, sin importar que estaba a la vista su casa en Ítaca, entonces, “se sumió en un llanto profundo.”
Por la noche, Leopoldo Bloom se pone a orinar contra el muro (como el de los lamentos) para desahogarse, antes de enfrentar a su Penélope y, como si fuera la bolsa de Eolio se escapaban las palabras como el viento, tan cerca de su casa cuando Bloom las decía para retardar su encuentro con Molly y que ojalá le dijera que “sí a la vida”, como lo vamos a decir cuando este martes celebremos en casa el Bloomsday o cuando salgamos del confinamiento y festejemos estar sanos y tan vivos como lo estuvo Leopoldo Bloom cuando salió de su casa hecho todo un Ulises.