José Luis Parra
Que nadie se diga sorprendido. El gobierno de Estados Unidos nunca ha sido un aliado confiable de México. Tampoco un vecino amable. Solo un socio arrogante que ahora, con la venia de la fiscal Pam Bondi, decide declararnos “adversarios enemigos”. Así, sin rubor ni diplomacia. Con la crudeza imperial que le caracteriza a la política gringa cuando se trata de sus intereses.
La funcionaria no se anduvo con rodeos: nos puso en la misma fila que China, Rusia e Irán. No por comunistas ni por hackers, sino por ser incapaces —dice ella— de frenar la entrada de fentanilo. Y ahí, otra vez, sale el viejo guion de los cárteles mexicanos y la media nación gobernada por narcos, según Lindsey Graham, el siempre patriota senador republicano.
Claro que todo eso se dijo en una audiencia ante el Comité de Apropiaciones del Senado, donde hablar de enemigos sirve para sacar más presupuesto. Pero en el fondo hay algo más: Estados Unidos está construyendo la narrativa de una intervención moralmente justificable. Ya no es solo el muro o las redadas. Ahora es el “enemigo” que los envenena.
Y mientras allá preparan su cruzada antidrogas (otra más), aquí la nobleza política está preocupada por asuntos realmente importantes: cómo silenciar a las amas de casa. Porque a eso se reduce el episodio con la diputada del PT, Diana Karina Barreras, que demandó a una ciudadana por atreverse a cuestionar cómo su esposo, Sergio Gutiérrez Luna, le consiguió la curul.
Una demanda que obliga a la disculpa pública diaria durante un mes. Porque así se defiende la “dignidad” parlamentaria. Y como si no bastara, doña Alba Luz Borbón, activista de Cajeme, ya está convocando a la protesta: si la diputada demanda a una por opinar, que lo haga con todas. Una revolución de conciencias, dice ella. Yo lo llamo hartazgo con perfume de tortilla y reclamo legítimo.
A estas alturas, a nadie debería escandalizarle que Estados Unidos nos considere adversarios. Lo que debería escandalizarnos es que nuestra élite política siga ocupada en vendettas domésticas mientras allá preparan el terreno para actuar “con o sin nuestra ayuda”.
Como siempre, los gringos vienen armados. Y nosotros seguimos discutiendo en voz baja, sin darnos cuenta de que ya nos pusieron en la lista. Y de esa lista no se sale con disculpas públicas ni con ruedas de prensa.