Antes de que la esperanza se perdiera, antes de que los gobernantes fraudulentos cambiaran el destino del país por el famoso reconocimiento de Washington a los mapaches electorales, antes de que los entreguistas reinaran en este mundo mexicano, existió una regla de oro de la diplomacia frente a los Estados Unidos.
Existía una especie de onza clave que manejaban los políticos y diplomáticos profesionales que no se acojonaban ante la camiseta del Imperio y que entendían con precisión la conformación y las estructuras de poder en el seno del monstruo. Una fórmula que nunca falló, porque formaba parte de ese reservorio para la supervivencia frente al gigante.
Fue una consigna vital para la subsistencia política y económica del país. Aunque sonara rudimentaria, aunque emergía del conocimiento profundo de las entrañas de los poderosos, aunque fuera salvaje, era la efectiva. Era una recomendación de viejos lobos, de expertos que median las debilidades y las fortalezas del rival.
Ante cualquier presión descomunal, lo que recomendaban era poner contra las cuerdas al contrincante en el clímax de cualquier negociación, exigiéndole más, mucho más de lo que sus capacidades reales y sus alcances políticos le permitían. Era una recomendación de expertos, de los que sabían que la política exterior era sólo una prolongación de la interna.
Había quienes sabían los manejos internos del Despacho Oval
Así de fácil y así de difícil. La aplicaban viejos zorros como el Canciller Manuel Tello, los académicos estudiosos de los problemas que generaba la vecindad, los engranajes de la dependencia, como Daniel Cosío Villegas, los prácticos especializados en la diplomacia de carne y hueso como Antonio Carrillo Flores.
Nunca fue fácil de entender. Los diletantes e improvisados de la política la juzgaban como una ocurrencia, sin conocer sus alcances y orígenes, pues no conocían la historia de México. Los diplomáticos de carrera exitosos la respetaban y la observaban rigurosamente, pues eran gente que sabían cómo se manejaban las cosas entre los grupos de presión de la Casa Blanca.
El coloso tenía los pies de barro, ellos lo sabían a ciencia cierta, lo habían experimentado en carne propia. Como eran especialistas en la negociación diplomática, chuchas cuerereras en los procedimientos para incidir en la toma de decisiones políticas al más alto nivel, conocían a fondo esas perplejidades e intríngulis.
Mayor el poder de los consorcios que el del Presidente de EU
Tello, Cosío, Flores, entre otros, no confundían ni se apantallaban por el aparente poder político de los presidentes gabachos. Retozaban en un juego de espejos con ellos, pues comprendían que era mucho mayor el poder de las corporaciones empresariales que se encontraban atrás de ellos. No confundían a los cabilderos con los dueños del poder real.
Tampoco confundían a las preñadas con las paridas. Nunca se dejaron llevar por presiones irreales, por fantasías y ditirambos de supuestos poderosos. Trataban a cada uno como correspondía tratarlos, ni más ni menos. Por exagerados que fueran los fastos y las pompas, conocían las circunstancias. Eran unos gladiadores de peso completo.
Nunca utilizaron energías de más para poder dar un golpe preciso, contundente, sin alharacas. Siempre ubicaron al adversario y a los actores que se desempeñaban en la arena política con la representación que les correspondía, tenían demasiado identificados a los tres tipos de actores.
Las ideas sobre política exterior surgieron de nuestro país
Unos eran los braveros que pululaban alrededor del panal de la política estadunidense, otros eran los consentidos de las dinastías empresariales y el resto, los detentadores del poder formal, los que no tenían una sola autorización de los dueños del dinero para actuar en su nombre.
Las ideas sobre política exterior que rigieron durante décadas en el continente surgieron de nuestro país durante muchos años. Regían hasta la conducta de los grandes negociadores de la escuela diplomática de Itamaraty, famosa por sus teóricos y por sus logros. Prácticamente todos los bolivarianos se nutrían de su experiencia.
Consultaban a los colmilludos mexicanos antes de tomar una decisión o adoptar una posición en los términos del intercambio comercial, en las actitudes frente a las eventualidades internacionales, en el peso real de su grado de desarrollo relativo. Las metas sustanciales y la doctrina salían de aquí.
Conocer hasta donde llegaba el poder del adversario, vital
Nuestros negociadores internacionales, cónsules, embajadores y cancilleres eran expertos que se ajustaban a esa rutina, ubicaban estratégicamente los puntos de la negociación. Para ello, se apoyaban en la posición de los grandes líderes sociales urbanos y agrarios, cuyos rostros siempre fueron desconocidos por los diletantes del Tío Sam.
Un grito a tiempo, una marcha certera, una declaración oportuna de los conductores de masas del agrarismo y del sindicalismo eran un punto básico de apoyo para parar los efectos de cualquier manotazo de quienes atentaban contra nuestros flancos débiles. La primera que se asustaba era la embajada gabacha.
Todas eran las armas del conocimiento, los artilugios políticos, las maniobras de ajedrez, los movimientos oportunos de piezas y alfiles claves. Defenderse como gato boca arriba, a falta de un ejército guerrero o de maquinaria armamentista de primer nivel, o presiones de aparatos industriales que nunca tuvimos.
El conocimiento cabal de hasta dónde llegaba el poder del adversario era imprescindible para diferenciar con exactitud entre las bravatas y las amenazas reales. Sin ese conocimiento previo era imposible enfrentar con éxito al enemigo, en cualquier terreno. Los estrategas eran verdaderas enciclopedias de la diplomacia y de la vida real.
Todo, casi todo, consistía en una actitud ante el Imperio: mamar y dar de topes. Nunca mejor aplicado. A cualquier petición se arremetía con una exigencia mayor, mientras se conservaba la esencia de la relación estructural e inequitativa.
Los expertos ya murieron. Quedaron los anexionistas ingratos
Cuando esa regla de oro se ha perdido, no queda más que rivalizar sin sentido frente a un enemigo que ha estado siempre dispuesto a aplastarnos. No puede ser posible que nuestros diplomáticos actuales todavía no se enteran de que quien toma las decisiones no es el que está de florero en la Oficina Oval cercana al Potomac, sino…
… quienes tienen el mando de la economía agropecuaria, militar, industrial, armamentista, química, del narcotráfico, financiera y global que mueve a la desastrada economía norteamericana.
Pero los expertos ya se murieron. Sólo quedaron los anexionistas descastados, los que se espantan con cortinas de humo y con las amenazas de los capos del Imperio porque les robaron sus maletas en el trasiego. Enseguida, optan por regalar México y no aprender a negociar nada.
Es necesario que siempre recuerden que la explosión demográfica latinoamericana puede más que su fallida estabilidad. Que si no somos aliados en resolver los problemas migratorios en igualdad de ventajas y circunstancias, saldrán perdiendo ellos, antes que nosotros.
Antes que el TLCAN, remediemos pobreza y abusos
Que no sólo deben utilizarnos como migra de tercer talón, sino invertir en el problema, desarrollando las zonas fronterizas del sureste mexicano de una manera racional y preventiva. Todo lo demás huele a fracaso. Se imponen nuevos planes Marshall en la frontera con Guatemala para detener esa bomba de tiempo de nuestros hermanos latinoamericanos, destrozados con sevicia por regimencitos tan afectados como los nuestros.
Antes que las maravillas escondidas del TLCAN, resolvamos esa fuente de contradicciones y abusos. Sin paz y desarrollo, todo es imposible. La propuesta de AMLO en ese tenor es plausible. Una alianza para el desarrollo que beneficie no sólo a México y a Estados Unidos, también a los países de América Central, creando empleos con salarios remunerativos para evitar la migración. Buen ofrecimiento.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Paulatinamente, Enrique Peña Nieto se apodera de puestos clave en el Sistema Nacional Anticorrupción. Comandado por Arely Gómez, quien al parecer todavía cobra como secretaria de la Función Pública, el SNA se ha supeditado a las decisiones del gobierno federal, con un discurso para fortalecerlo, pero con acciones que lo desacreditan. ¿Apoya al SNA la reunión que tuvo hace dos días el órgano de gobierno de su Secretaría Ejecutiva a unos meses del cambio de gobierno para aprobar una nueva estructura y hacer nombramientos? ¿Por qué hasta ahora? ¿Por qué no importó antes cubrir las vacantes de los puestos relevantes y contar con infraestructura para cumplir con sus objetivos, si se tenía el presupuesto asignado para hacerlo? El nombramiento de Enrique Zapata como titular de la Unidad responsable de la Plataforma Digital Nacional reviste particular atención. ¿Había que esperar el resultado de las elecciones para determinar quién debiera ser el responsable de la plataforma que concentrará los sistemas y tendrá acceso a la información de los temas relevantes para prevenir, detectar y combatir la corrupción? ¿Por qué, si la designación de los titulares de las otras unidades y de los puestos relevantes de la Secretaría Ejecutiva se efectuó por concurso, se decide ahora un nombramiento directo? No se puede argumentar el cierre de plazas que anunció la SHCP, toda vez que el puesto está aprobado y vacante desde que se publicó el Estatuto Orgánico de la Secretaría Ejecutiva en julio de 2017. ¿Se acordó este nombramiento con el equipo de transición? ¿Por qué en la misma fecha se modificó el perfil del puesto y se efectúo el nombramiento? Es que ¿se definió mal antes o es que se tuvo que adecuar a la persona elegida? Lo más interesante ¿por qué designar a un funcionario que hasta hoy labora en Presidencia de la República? Y es que el beneficiario, Enrique Zapata, es coordinador de Datos Abiertos de la Presidencia de la República, quien le reporta a Alejandra Lagunes, ex encargada de los bots que salen desde Los Pinos y ex de lo mismo en la fallida campaña presidencial priísta. ¡Otra burla de EPN en el tema anticorrupción!
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