Claudia Rodríguez
El suceso político y mediático que vive hoy Brasil por las fobias abiertas y expuestas entre la izquierda y la derecha, toma como rehén en primerísimo lugar, al ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva sentenciado a casi 13 años de prisión por haberle imputado un delito de corrupción, y a su nieto Arthur de siete años, recién fallecido por meningitis.
Cuando apenas se conoció en Brasil que Lula había obtenido permiso ex carcelario para asistir al funeral del pequeño familiar, no faltaron los señalamientos de odio en las redes sociales, acusando que la muerte del pequeño era un castigo divino al ex presidente brasileño por ladrón. Incluso el diputado federal Eduardo Bolsonaro, hijo del actual presidente de aquél país; escribió que Lula debería estar “en una cárcel común, como un preso común” y negarle, por tanto, la oportunidad de ir al entierro de Arthur.
Tampoco faltaron los que defendían la versión del deceso del pequeño Arthur por causas de bullying escolar, al relacionarlo con su abuelo ex presidente de Brasil y preso por un delito de corrupción a sus gobernados o por no permitir la autorización de un cuadro de vacunas en la etapa primera, aun cuando se aclaró que el servicio de salud desde hace tiempo las aplicaba.
Sin embargo, lo que sí es cierto, aunque no haya sido causa directa del fallecimiento de Arthur, es que sí era sujeto de burlas y acoso por la situación carcelaria de su abuelo, figura importantísima de la política brasileña y del mundo, al grado que el mismo Lula prometió a su nieto ya sin vida, que probaría su inocencia del cargo de corrupción en torno al supuesto pago de sobornos para la reforma de una casa de fin de semana en Atibaia (Sao Paulo), que fue financiada por las constructoras OAS, Odebrecht y Schahin durante su mandato.
La política, el poder y las revanchas; deben de seguir aquél código de honor –ya inexistente–, para no tocar de manera malsana ni con la voz, ni fuerza de ningún tipo, a cualquier descendiente menor de edad de figuras públicas.
Aquí en México el hijo menor de Andrés Manuel López Obrador, de apenas 11 años, ha sido criticado agriamente por la forma en que luce su cabellera y hasta su peso, y no sólo en las redes sociales el clasismo en contra de Jesús Ernesto ha salido a relucir.
También han sido rápidos algunos de los llamados internautas para criticar las gesticulaciones de Olmo Cuarón en la alfombra roja de los premios de la Academia, cuando con toda su familia acompañaba a su laureado padre Alfonso Cuarón, sin saber que Olmo es un chico muy pero muy creativo, más allá de su autismo.
Incluso el hijo de la periodista Carmen Aristegui de nombre Emilio, fue espiado por uno de los software espía del Gobierno de Enrique Peña Nieto, con la finalidad claro está, de obtener información de su madre.
No podemos permitir la normalización del ataque político poniendo en la mira a los menores de edad.
Ya ni que decir de los pederastas que llevan el abuso a un crimen indefendible incluso para cualquier fe.
En serio, con los niños no, nunca.
Acta Divina… El diputado federal Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, dijo el mismo viernes del deceso del nieto Arthur de Lula da Silva, que la salida de prisión del expresidente para acompañar el velorio de su nieto solo “da protagonismo a este ladrón, para aparecer como un pobre infeliz”.
Para advertir… La piedad no es cualidad que pueda llover.
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