México enfrenta jornadas complejas ante la beligerancia de la administración Trump en el plano internacional. Nuestra vecindad nos obliga a maniobrar con prudencia, sin caer en provocaciones, pero también con dignidad. Desafortunadamente el sensible tema de la seguridad pública y de la política de los abrazos, nuestro Talón de Aquiles, no solo laceran a la sociedad mexicana, sino abastecen de munición al presidente Trump en sus embates en contra de México. La Presidenta de la República debe sortear diversos frentes: el de la guerra comercial, el de los migrantes en ruta hacia los Estados Unidos, el del agua con Texas y el amago del presidente estadounidense de ordenar operaciones quirúrgicas con drones contra carteles del crimen organizado en territorio nacional, tal y como se ha dado a conocer en días recientes a través de los medios de comunicación.
Bien es sabido que las tecnologías modernas han revolucionado los campos de batalla en el siglo XXI. Si bien los aviones de combate evitan movilizar tropas de tierra a zonas de operaciones militares, tal como fue el caso de los bombardeos de la OTAN sobre la antigua Yugoslavia en 1999, ahora los drones evitan incluso poner en riesgo a los aviadores. El teatro de guerra en Ucrania o las operaciones en contra de los hutíes son muestra de cuánto daño pueden ocasionar los drones contra objetivos civiles y militares. Si bien un dron puede ser una alternativa eficaz para destruir un laboratorio de drogas en la sierra o para abatir a un convoy de sicarios a campo abierto, nada justifica la injerencia de fuerzas extranjeras en México, nuestra heroica historia militar, da cuenta de que las intervenciones extranjeras son un tema que los mexicanos no nos tomamos a la ligera.
La lucha contra el crimen organizado, no se debe entender como un problema privativo de México u ocasionado en nuestro territorio, sino como un desafío regional que debe ser enfrentado de manera conjunta por todo los países del hemisferio. Las repúblicas centroamericanas no hacen lo suficiente para detener el flujo de droga y migrantes hacia el norte y los Estados Unidos tampoco lo hacen para impedir el trasiego de material de guerra hacia el sur. En suma, repartir culpas, no evitará que el fentanilo inunde las calles norteamericanas, ni que México viva las jornadas más violentas de su historia desde los cruentos días de la Revolución, solo se tensionaran las relaciones internacionales con todos los inconvenientes que ello conlleva.
Es de sobra conocido, que los norteamericanos suelen ser celosos en cuanto a compartir su tecnología militar, pero también lo es que tienen la capacidad de aprovisionar a incontables ejércitos a lo largo y ancho del planeta con equipo militar estadounidense. Si bien la propuesta del presidente Trump o de sus asesores estriba en atacar con drones a los carteles mexicanos, oportuno sería que en un genuino gesto de cooperación bilateral nos proporcionen el adiestramiento, información y el equipo y que dichas operaciones quirúrgicas sean efectuadas por las Fuerzas Armadas Mexicanas.
Lo anterior, no es descubrir el hilo negro o arroparse en el labaro patrio, sino una formula que con anterioridad se ha implementado con exito y en beneficio de ambas naciones. En 1942, México se unió a los Aliados en la lucha en contra del Eje. El ataque por parte submarinos de la Kriegsmarine nazi en contra de tanqueros mexicanos en el Golfo de México fue el casus belli que llevó al presidente Ávila Camacho a declarar la guerra por única ocasión en nuestra historia. México proveyó a los aliados petróleo, materias primas así como de mano de obra para las fábricas estadounidenses y formó también la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana, que con el escuadrón 201 combatió en Filipinas al final de la guerra.
En aquel tiempo era posible e incluso esperado un ataque de la Armada Imperial Japonesa a las costas del pacífico en México o Estados Unidos. Trás el ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941, Ávila Camacho ordenó la creación de dos Regiones Militares, la del Golfo al mando de Abelardo L. Rodríguez y la del Pacífico al mando de Lázaro Cárdenas. Por lo antes mencionado la tensión era mayor en el Pacífico que en el Golfo. Cárdenas estableció su cuartel general en Ensenada y el entonces Coronel Luis Alamillo Flores atinadamente fue nombrado Subjefe del Estado Mayor de la Región.
Los norteamericanos entonces propusieron a México, el ingreso de tropas estadounidenses a la península de Baja California para instalar y operar modernos y sofisticados radares que pudieran detectar la presencia de fuerzas enemigas. El equipo era necesario y la ubicación del mismo en Baja California era el mejor punto posible. Pero el General Cárdenas no mordió el anzuelo, entonces asesorado por Alamillo, propusieron a los norteamericanos que personal del Ejército Mexicano fuera adiestrado en el manejo de los modernos radares y que ellos mismos los operaran, así no se impediría la cooperación entre aliados pero la soberanía nacional quedaría a salvo.
Los norteamericanos accedieron y los radares trabajaron en manos mexicanas a la perfección hasta el final de la guerra. Este referente de nuestra historia reciente puede ser hoy el modelo que marque un valioso antecedente, pero sobre todo la hoja de ruta en el combate bilateral al crimen organizado, atendiendo un problema en conjunto pero también dejando a salvo la soberanía de México.