MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
La vida política del Duce Andrés Manuel está salpicada de claroscuros, verdades a medias y mentiras burdas, deslealtades y traiciones, ambiciones disfrazadas de patrioterismo, la politiquería como dinamo de la industria de la protesta que le permitió vivir con desahogo sin dar golpe, un millonario en insolente mentís a esa austeridad a la que convoca.
Vive en un Palacio Nacional y llama a la sociedad mexicana a convertirse en mediocre, sin aspiraciones y dispuesta a inclinar la cerviz: lo que usted ordene, Su Alteza Serenísima.
Y mire usted que la referencia biográfica del hoy licenciado presidente la refiere, especialmente en eso de las deslealtades y traiciones, el dirigente del Partido de la Revolución Democrática, Jesús Zambrano Grijalva.
Jesús sufrió a López Obrador cuando éste se apoderó del PRD y lo endeudó para mantener aquel plantón en Paseo de la Reforma, en demanda del recuento voto por voto una vez que perdió, en cerrada contienda, frente a Felipe Calderón Hinojosa, en 2006. De esa derrota el odio enfermizo del Duce contra Felipe.
Pero, vaya, el tema es el concepto de gobierno que ideó Andrés Manuel cuando su objetivo fue más allá de ser alcalde de Macuspana o gobernador de Tabasco. La estrategia harto conocida fue justo apoderarse de la estructura del PRD, al que desmanteló y construyó Morena con cuadros damnificados de las pugnas domésticas perredistas y tránsfugas de otros partidos, como el PAN y el PRI.
De chile, de dulce y de manteca sin línea ideológica propia ni basamento innovador, que ha sido confundido con la postura contestataria que aprovechó el trabajo de autodestrucción del PRI que, junto con la presidencia de Enrique Peña Nieto se convirtió en botín y asumió la máxima de dejar hacer dejar pasar en perjuicio del país entero que se pasmó frente a la galopante corrupción y nacimiento de nuevos millonarios.
¿Es original Su Alteza Serenísima como gobernante?
Si quisiera, Ignacio Ovalle Fernández podría escribir la biografía política del licenciado López Obrador.
Porque Ovalle, sin duda, es quien mejor conoce a Andrés Manuel de entre ese círculo de Palacio; incluso en buen tiempo fue su mentor y mecenas. Hoy se desempeña como director del organismo Seguridad Alimentaria Mexicana (Segalmex), una copia del que fue Sistema Alimentario Mexicano (SAM), en el gobierno de José López Portillo y Pacheco. He aquí una de esas ideas originalísimas de la 4T que camina con la vista puesta en el pasado y no sólo para criticar y descalificar.
Ovalle Fernández fue uno de los primeros amigos de Andrés Manuel en ser nombrado en el equipo antes de iniciar la administración. El Duce le debe mucho, muchísimo como quizá le adeuda a Manuel Bartlett Díaz, tanto que lo nombró el 16 de agosto de 2018 al frente de este organismo que tiene la reminiscencia del lópezportillismo.
El SAM que fracasó en esos años de las vacas gordas, hoy SEGALMEX que tiene bajo control a DICONSA y LICONSA. Fue como volver a casa, porque Ovalle fue director de la entonces Compañía Nacional de Subsistencias Populares (CONASUPO), nombrado por Carlos Salinas de Gortari.
Y la Secretaría de Bienestar cuyo esquema tiene todas las características asistencialistas del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (Coplamar), del que Ovalle fue director al nacimiento de la administración de López Portillo y Pacheco.
Copiar y pegar, programas de la 4T carecen de originalidad y sus antecedentes no han sido exitosos. ¿Por qué fracasaron Coplamar y el SAM bajo la dirección de Ovalle Fernández? ¿Por qué Su Alteza Serenísima se inspira en esos gobiernos de corte populista, cuya característica compartida es la corrupción?
Como mal fario, en esa imitación del populismo que navegó en los mares de la corrupción, la 4T no avista puerto propio porque carece de amarras propias y su Duce pretende parecerse a Luis Echeverría en el ejercicio del estilo personal de gobernar, con el que lo ilustró en 1974 el maestro Daniel Cosío Villegas. He ahí las mañaneras; he ahí los anuncios espectaculares como este de demandar la desaparición de la OEA.
¿Quiere ser el Luis Echeverría Álvarez del siglo XXI y erigirse en líder mundial? Porque, seguramente las nuevas generaciones de periodistas y reporteros no recuerdan o desconocen que, cuando Presidente de la República, Echeverría soñó con ser Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas.
Y en esa aspiración contó con el apoyo de Fausto Zapata Loredo que, con el cargo de Subsecretario de la Presidencia también se involucraba en tareas de comunicación, la relación con la prensa y en el ámbito diplomático, de forma tal que fue cabildero en la promoción de esa aspiración de Echeverría de estar al frente de la ONU.
Un paso para ello fue la propuesta que hizo Luis Echeverría de la Carta de derechos y deberes económicos de los Estados, en el tercer período de sesiones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, celebrada en Santiago, la capital chilena del 13 de abril al 21 de mayo de 1972.
¿Y?
Mire usted, el sábado último, Andrés Manuel López Obrador se sintió en confianza, en el Alcázar del Castillo de Chapultepec y, henchido del sentimiento bolivariano, bordó en un discurso redactado en la puntualidad de criticar al gobierno de Estados Unidos y abonar en la tarea de descalificar a la Organización de Estados Americanos en el grado de desaparecerla porque no representa al interés latinoamericano.
El licenciado presidente intervino en uno de esos actos de los que supuestamente abundaban en la época neoliberal, con festones patrios y pisos pulidos, justo en un Castillo. En la ceremonia conmemorativa del 238 Aniversario del Natalicio de Simón Bolívar. ¡Sopas!
En el corolario del largo discurso, López Obrador se fue de lleno en esa copia echeverrista y propuso:
“(…) la propuesta es, ni más ni menos, que construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, a nuestra realidad y a nuestras identidades. En ese espíritu, no debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie, sino mediador a petición y aceptación de las partes en conflicto, en asuntos de derechos humanos y de democracia. Es una gran tarea para buenos diplomáticos y políticos como los que, afortunadamente, existen en todos los países de nuestro continente.
“Lo aquí planteado puede parecer una utopía; sin embargo, debe considerarse que sin el horizonte de los ideales no se llega a ningún lado y que, en consecuencia, vale la pena intentarlo. Mantengamos vivo el sueño de Bolívar”, acotó.
Bueno, bueno, no descartemos que en una mañanera inspirada, el licenciado presidente anuncie la fundación de algo así como la “Universidad Bolivariana”, en el símil del Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, conocido como la Universidad del Tercer Mundo que Luis Echeverría fundó, cerca de su residencia en San Jerónimo Lídice, al poniente de la Ciudad de México.
Andrés Manuel y su aspiración de ser culto como José López Portillo, de quien copió la serpiente emplumada como símbolo de su gobierno, el emblema de los héroes que nos dieron patria, pasó a segundo plano.
Hoy quiere ser el Echeverría del Siglo XXI rumbo al liderazgo mundial y, ¿por qué no arrancar con la refundación de la Organización de Estados Americanos, la incómoda OEA? Total, hay presupuesto para alimentar los sueños de poder. Digo.
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