José Luis Parra
No se equivoque. Nadie fue obligado. Nadie recibió un lonche. Nadie firmó pase de lista. La marea humana que se desbordó en el Zócalo fue pura y exclusivamente producto de un arrebato cívico. Una epifanía patriótica. O al menos eso dice la señora Presidenta. Y si ella lo dice, es porque así fue. Faltaba más.
Cualquier parecido con aquellas concentraciones del viejo PRI —acarreados con torta en mano, banderines rojos, porras coreografiadas y reparto de despensas— es mera coincidencia. Acá no hubo corporativismo sindical, ni líneas obligatorias, ni burócratas marcando tarjeta como si fuera lunes en vez de sábado. No señor. Aquí todo fue voluntario, espontáneo y amoroso.
Según Claudia Sheinbaum, el entusiasmo era tal que si se hubiera ofrecido un pago por asistir, la gente se habría ofendido. Porque el amor no se compra, se siente. Y claro, se manifiesta desde las dos de la madrugada con banderas, megáfonos y gafetes sindicales. SNTE, CATEM, CROC, CTM, petroleros, ferrocarrileros, telefonistas, burócratas… todos se formaron para luchar por un espacio en la plancha del Zócalo. Más que una concentración, fue una batalla por territorio. Como los viejos desfiles priistas de los años ochenta: a codazo limpio, con banderas como estacas.
Eso sí: todos lo hicieron por voluntad propia. Lo dijo la Presidenta en su mañanera. Y si alguien se atreve a pensar distinto, bueno, que se lave la boca antes de ofender con sus sospechas.
La plancha se llenó. ¿Y el mensaje?
Lo de menos fue el motivo del evento. Siete años de la Cuarta Transformación. Aunque, entre tanto color y pancarta sindical, bien pudo ser el aniversario de la CROC o una convención del IMSS. El contenido, como siempre, fue lo de menos. Lo importante era la imagen. El encuadre. La toma aérea. El Zócalo lleno, hasta donde alcanza la vista. Porque un Zócalo lleno equivale a un pueblo feliz. Y eso es lo que vende.
Quien se atreva a señalar que fue un montaje corporativo, que repita con nosotros: no hubo dádivas, no hubo acarreos, no hubo presión. Solo hubo amor.
Todos caben… si se arrepienten
La verdadera nota no fue la cantidad de asistentes, sino la calidad de los perdonados. Algunos apestados del régimen —viejos enemigos internos, desobedientes de ayer— desfilaron felices entre los “convocados”. La purga terminó. Los indeseables de antes hoy tienen lugar en la mesa de honor. Porque este régimen, como el anterior, también sabe curar sus heridas… siempre y cuando el arrepentimiento venga con genuflexión incluida.
Aquí no se premia la lealtad, se perdona la herejía. Y se aplaude el arrepentimiento público. A falta de ideas nuevas, siempre es útil recuperar cuadros viejos. Que hablen, que sumen, que llenen el encuadre. Así, con disciplina y amor al líder, todos regresan al redil.
Cantar la misma canción… desafinando
El discurso oficial sigue siendo el mismo: “no somos como los de antes”. Aunque cada vez suene más desafinado. Porque se parecen mucho. Tanto, que ya cuesta distinguirlos. Lo que antes se criticaba, ahora se celebra. Las prácticas que otrora se denunciaban, hoy se justifican. Pero todo cambia cuando se hace “por el pueblo”.
Y el pueblo, como sabemos, siempre está dispuesto a ir al Zócalo. A las dos de la mañana, con sol o lluvia, con entusiasmo y sin lonche. Por amor.
El nuevo viejo régimen
La 4T festeja sus siete años envuelta en banderas sindicales, empujones por centímetros de asfalto y discursos de fervor revolucionario. Pero debajo de todo eso, lo que brilla es la nostalgia del PRI. No el de los 70, ni el de los 90. El de siempre. El que sabe llenar plazas, pactar con sindicatos y prometer revoluciones que no llegan nunca.
La Presidenta lo sabe. Lo aprendió de su mentor. El líder moral de este nuevo viejo régimen. Ese que no acepta dádivas, pero reparte poder como quien lanza confeti.
Y así seguiremos. A paso firme, con entusiasmo espontáneo… y transporte sindical gratuito.





