DIARIO DE ANTHONY
8: 15 p.m. Dearest one… Te escribo, ya que… Ah… Quería contarte de manera breve mi manera de sub-existir, sobrevivir y… Ayer me porté patético. Le conté “demasiado” a mi amigo de libros y películas. Pero ni modo. Estaba muy susceptible.
Ah… la vida. ¿Cómo podría explicártelo? Te lo contaré, porque ese médico –el flamante alcalde de mi triste pueblo- DESCONOCE TOOODO lo que he luchado, ¡y lo que sigo luchando! Ja ja ja.
Él tiene “el poder”, ja ja ja, el mando, la palabra que vale y… Dizque solamente quería una especie de beca, ¡Un maldito incentivo, una motivación…! ¡Pero maldito sea el dinero! Pero él ha dicho, que mis textos tienen que tener “cierta calidad”. ¡Patrañas! Esto EQUIVALE a ese tipo de burocracia, en donde a la gente le pone UN MONTÓN de trabas para que así desistan de lo que andan BUSCANDO. Que si apoyo para esto o lo otro; les piden miles de trámites, y también les hacen DAR montones de vueltas a lugares para dizque tramitar “lo que les falta” para ya tener todos los requisitos cubiertos de lo que ANDAN SOLICITANDO.
¡Y que VIVA MESICO, CARBONES! “Ay, sì; tus textos necesitan ser tallereados…” ¡Pero maldita sea! Tallereo NO ES LO QUE AHORA NECESITO, sino que dinero… dinero para al menos poder imprimir mis copias.
Y de este cuento “Cuando Aquí Caiga Nieve”, ya llevo unas 90 –NOVENTA- copias “vendidas”. Ah, mi alcaldito. Si tan solo él supiese tooodo lo que batallo… no sé si entendería que YA ME MEREZCO… ¡¿Qué?! ¿La puta beca, incentivo; ¡¿dinero?! ¡A la mierda con el dinero! ¡Y más si éste proviene de una fuente como la del honorabilísimo ayuntamiento de mi pueblo, del cual es obvio que JAMÁS OBETENDRÉ NADA, ni un solo chingado peso, ni siquiera 60 –SESENTA PESOTES- para así poder hacer 67 juegos de mi cuento… porque –hágame usted el recabrón favor- mis textos TODAVÍA no tienen “la calidad suficiente”.
Pobre ese médico… Que conste que te hablo de él porque AHORA ÉL ES LA SUPREMA AUTORIDAD; ja ja ja. ¡Qué ingenuo de mi parte haber creído que, ah, okay, que él sí “me apoyaría”; (ja ja ja otra vez).
Dinero, dinero, ¡puto dinero! Como “creador” de historias que soy, okay, creí que… ¡Olvídalo! ¿Qué podría un pobre hombre como él entender sobre todo este mundo de “la literatura”? Ah, ¡es sólo que…! Que ¡¿qué?! ¿Qué al menos me brindaría el apoyo para hacer las copias? Ja ja ja. ¡Pero qué más grande IMBÉCIL he sido!
De todas maneras, ¡tenía que ir e intentarlo! Hablar con él por nada. Ponerlo a prueba. Ver qué era lo que me respondía. Y ya lo ves. Ahora ya lo sé. Ese flamante alcalde NI SIQUIERA ha querido “otorgarme” 200 –DOSCIENTOS PESOTES- para hacer todas las copias que yo requería.
Y si no fuese por todas aquellas personas amables –la maestra R. G. quien amablemente ME DONÓ 60 PESOS para que yo hiciera la segunda tanda de copias –unos 67 en total- ¡no sé qué es lo que sería de mí!
Hago todo esto porque… Ah, ¡cómo rayos podría explicarlo, sino puedo! Hago esto porque es lo que me gusta… ¡y sé que me falta CALIDAD!, pero maldita sea. Si tan solo ese médico supiese con cuánto dolor y preocupación he concebido, escrito, compuesto y tecleado CADA UNO DE “mis trabajos”; ja ja ja. ¡Pero está bien! ¡Al carajo con su administración! Le deseo que tenga y haga UN BUEN SAQUEO del pueblo y de todo su erario, que se llene las bolsas y todo lo demás DONDE le pueda caber DINERO, DINERO Y MÁS DINERO…
Pata terminar. Hoy he estado e una escuela primaria, donde sus profesores se han portado como UNOS PRINCIPES Y PRINCESAS. Es decir que les ha valido un comino la labor que he hecho con los niños de su escuela. Ninguno de ellos me apoyó en nada. Los niños venían y se iban solos de la biblioteca, que es donde les leí el cuento… Al final, solamente logré juntar 30 pesotes con las ventas de las copias.
¿Acaso debería mencionar que “esto” es lo que hago para dizque ganarme un poco “la vida”, el sustento?
Fue horrible estar en esa escuela, por su ambiente tan, ¿cómo puedo llamarle a esto? ¡Hostil! ¡Carajo! ¡Ya había olvidado la palabra! ¡Es esa escuela, desde que entras, yo, solamente percibía HOSTILIDAD por parte de sus dizques maestros! Pero ni modo. ¡Mi labor lo demandaba, que yo estuviese aquí, leyéndole a los niños…! Así que me prometí JAMÁS volver a poner un pie en ella. Todos sus maestros (as) parecieran tener “complejo de superioridad”. Y ya sabes cuál es el comportamiento de este tipo de personas. ¡Te juro que fue horrible!
Con los 30 pesotes ganados es que desayuné. Ayer había tenido que invertir 50 pesotes que había ganado limpiando aquel salón de clases. Me arriesgué…, y perdí. Hoy en la mañana, ¡ni siquiera logré sacar la cantidad que ayer había invertido para hacer el otro monto de 67 juegos del cuento! Jo.
Había creído que con los que tenía no me alcanzarían. Y ya ves. ¡Ni siquiera logré “vender” 20 copias del mismo! Pero ni modo. Así es esto. Luego de esta “amarga” experiencia, quedé muy desanimado. Y sin poder hacer más, caminé de regreso a esta casa y…
¡Estaba tan pero tan desanimado! Pero, por el otro lado, trataba de no pensar mucho al respecto. Que si esto o lo otro, que si mi vida sin sentido; maldita sea. Luego decidí comprar el periódico… Okay. Tenía mucho sueño, estaba destruido. Pero no por lo de la escuela, ¡no!, sino por todo lo vivido; ¡ya lo sabes!
Mésico, mésico,¡mésico! ¡Viva Mésico! ¿Respaldo? ¿Incentivo? ¿Motivación… por parte de mi querido H. Ayuntamiento? ¡Toma tu incentivo, pendejo Smart!
Ya no me quedaba ni un peso. “No he logrado hacer el día”, pensaba, al saber que solamente había “ganado” 30 pesotes. De haber juntado 80, con esto me habría dado por satisfecho ¡Qué, ¿no?! Porque OCHENTA PESOTES es el sueldo mínimo y mísero de un pobre y chingado mexicano. ¿Qué, ¿no?! OCHENTA PESOTES. (Esto debería de escribirse con letras gigantes, como ahora están escritos LA MAYORÍA de los nombres de las ciudades y pueblos de este tan pero tan “hermoso” país llamado “Mésico”. Y no solamente con letras gigantes, ¡sino que además también con letras de puro oro macizo!). ¡OCHENTA PESOTES! “Bienvenido al pueblo “OCHENTA PESOTES”. “Tomate todas las chingadas fotos que quieras… ¡Es gratis!”
Estaba acostado y… ¡carajo! No podía hacerlo, ¡no iba a dejarme vencer por todo esto que ahora sentía! Hastío, perdición; ¡lo mismo de siempre! Así que entonces ¡lo decidí!
Llevaría puesta la misma ropa de la mañana… Entonces comí, me bañé y… ¡otra vez cargué las copias del cuento –unos ochenta juegos en total, sino es que más-, y entonces me fui para allá!
Ah, si tan solo pudiese describírtelo todo a detalle… Tomé un mototaxi… Llegué a la escuela, y las clases ni siquiera empezaban. Era la prepa “Muna”.
Okay. Esperé. Pregunté después después si ya se podía pasar. El director me dijo que sí. ¡Maldita sea! ¿Dónde rayos estaba “mi respaldo moral”? Ja ja ja. Oh, mi flamante alcalde. ¡Mira todo lo que yo hago! ¿Acaso alguna vez tu hija –con toda y su licenciatura en letras –podrá hacer lo mismo que yo? ¡Arriesgarse, exponerse…!
Esta vez, ¡de ninguna manera me iba a dejar vencer por “la inseguridad”. ¡Pero carajo! ¡Qué bien me habría VENIDO “un poquito” de respaldo, tanto moral como monetario (saberme incentivado), pero no; que porque, ¡ay, sí, “mis textos NO tienen todavía la puta calidad necesaria… ¡Pues al carajo!
Si todo este tiempo he sobrevivido… ¡Maldita sea1 ¡Ya no lo diré1 “Hey, chicos y chicas…”
Subí las escaleras y… Buscaba a qué salón entrar primero. Entonces lo hice en el grupo de tercero, creo. Entré y… empecé a explicar el cuento…
Ya me había tomado una pastilla de loratadina, así que más o menos podía respirar “normal”. Tenía el temor de que la garganta se me raspara –como me sucedió la última vez que había estado en esta misma escuela- y que entonces ya no pudiese hablar, y mucho menos “luchar” por lo que hago: “explicar la historia, hablar y hablar”.
Esta vez por cierto, no hablé demasiado. Supongo que todo se debió a que ya no me importaba “el fracaso”, pero que, aun pensando de que tal vez otra vez no lograría “vender” ni una sola copia; ¡de todas maneras TENÍA que presentar AQUÍ el cuento mismo! ¡Y así lo hice!
En el primer salón vendí, no sé, tal vez cuatro copias… Salí y entré en el siguiente. ¡Lo mismo! Tal vez y seis copias, no lo sé. El caso es que, cuando solamente me faltaba un último salón, yo, ya había LOGRADO reunir la exorbitante cantidad de 40 PESOTES. Nada mal para alguien como yo que… Ah, ¡cómo podría explicarlo!
A lo último, en el último salón, que fue donde más copias me compraron, logré reunir 30 PESOTES MÁS. Cuando terminé, y al contar todo lo reunido, supe que había reunido en total ¡¡¡¡70 PESOTES!!!!
“Bueno”, pensé. “Lo que no pude lograr en la mañana, lo he logrado ahora”. 70 pesotes, de 60 que había invertido. El trabajo ya se había logrado. Finalmente –casi- había logrado “hacer mi día”, es decir: ganar la cuantiosa y gigante cantidad que un pobre mexicano gana al día: su sueldo mínimo y miserable: ¡OCHENTA PESOTES! 9:20 p.m.
Anthony Smart
Diciembre/04/2018