EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Ilustración del halcón peregrino.
Ciudad de México, sábado 18 de enero, 2020.– “Siempre he deseado vivir al aire libre –decía J.A. Baker–, estar al borde de las cosas, irme lejos, bañado de la nada y del silencio… Un día vi cómo volaba hacia mi un halcón peregrino: viró a la derecha y se posó en la tierra. Era más grande que los normales… había empezado a planear cuando, de pronto, vio a unos estorninos comiendo en el rastrojo para bajar en picada y quedar oculto entre ellos que, despavoridos, alzaban su vuelo. Un minuto después, el halcón voló y, en un suspiro, había cruzado las nubes que ocultaban al sol.”
The Peregrine es el libro de J. A. Baker (1926-1987), quien logra convertirse en el objeto que observa en una especie de metamorfosis con el halcón peregrino, como los lectores nos pudimos transformar cuando leímos Metamorfosis de Kafka y nos despertamos hechos un escarabajo.
The Peregrine tiene una estructura parecida a los poemas oscuros: tratan sobre la muerte y esas perdidas que se dan en la naturaleza, tal como lo observó durante diez años seguidos del otoño a la primavera, seis meses al aire libre, para llegar a conocer en detalle la vida de los halcones peregrinos como los que hay o había en la costa del Sureste de Inglaterra, entre los humedales, bosques, valles y esos ríos que giran y se retuercen como si se resistieran a desembocar en el Mar del Norte.
Durante diez años seguidos este hombre les siguió la pista para saber cómo viven y mueren, cómo y cuando se bañan, cómo vuelan y matan, cómo comen y cómo es que se establecen con todo y su familia para luego escribir su libro.
Por eso, prácticamente podemos ver cómo vuela el halcón antes de cazar a su presa de una manera maniaca, obsesiva e intensa. Por eso, nos podemos imaginar que después de buscar dónde están y observarlos por tantos años se transformó en un especie de ritual sagrado. No es un libro que trata sobre los observadores de pájaros, pues, en este caso, describe todo lo que resulta después de seguirles la pista por diez años, de tal manera que nos parece que el observador se convierte en lo que observa y el “yo” es un “nosotros” mezclado con el halcón peregrino después de haber enfocado intensamente a estas criaturas.
En la mayor parte de la obra prevalece un ambiente de réquiem, con esa pesadumbre que es parte de la vida salvaje, sobre todo, cuando señala la nefasta actitud del hombre que ha envenado los campos cuando nos describe cómo los ve retorciéndose, moribundos, intoxicados por los pesticidas, en una escena patética, antes de acusar al hombre de “apestar a muerte, como si la cargáramos con nosotros”.
Inmerso en su tarea, observa y toma nota de los detalles, de las diferentes maneras como cazan a sus presas, así como, de los diferentes patrones de vuelo de los estorninos o de la golondrina del mar o de las gaviotas y, todo esto, en medio de los cambios de los colores de los árboles, según el mes o la hora, así como, los cambios en el campo entre el otoño y la primavera.
Dice que un halcón ve las cosas como un pintor cubista percibe las planos y las formas: inclinadas y en abstracto, de tal manera que no recuerda el detalle, sino la interrelación de los planos; luego, explica, como si fuésemos ellos, la sensación de vacío que se puede tener en esa caída libre, una vez que deciden ir por su presa y se dan el lujo de lo que los griegos llamaban katascopos o “el que ve hacia abajo”, una mirada que estaba reservada a los dioses.
El cazador se transforma en lo que caza y el observador en lo que observa en una especie de mutación conforme vamos leyendo el libro y seguimos cada una de sus observaciones, así como las evocaciones que hace de la vida salvaje como pocas veces lo hemos leído.