Luis Farías Mackey
Ojalá todo fuese convocar y concentrar gente. Gobernar es mucho más que eso.
No hay hibrys (desmesura) que no sea entronizada. De hecho, toda hibrys es un fenómeno colectivo: quien está fuera de sí (desaforado) y no se halla bajo tratamiento o camisa de fuerza, es alguien que encuentra en ciertas franjas de la sociedad (familia, amigos, partidarios, feligreses, ejércitos), por las más disímbolas razones que se quieran, acogida, respuesta y apoyo. Si no contase con esa retroalimentación, su enfermedad no estaría en un estado de crisis de exaltación sino su contrario. Lo cual no quiere decir que esté bien y saludable, puede que se halle en el clímax de su mal y cercano al quebranto.
La enajenación de sus seguidores tampoco es algo fuera de lo común, a lo largo de la historia encontramos cofradías y sectas que han llegada a la inmolación en un estado de trance. Más cuando el fenómeno de masificación inhibe todas las defensas propias del individuo y éste se comporta como algo y no como alguien.
Pero todo eso lo sabemos desde la tragedia griega. Lo verdaderamente preocupante es la franja mayoritaria de mexicanos que reprueba a López Obrador, que no se traga ya sus falsedades y que, sin embargo, no logramos generar una conversación propia y constructiva. México va para tres semanas hablando de su marcha para no hablar ni de la otra marcha, ni de nada que nos sea ingente.
A cuatro años de su gobierno hemos sido incapaces de generar una narrativa que no le sea reactiva, que no caiga en sus provocaciones y tergiversaciones y que ocupe los espacios que él no ocupa. Como si todo estuviese condenado a girar alrededor de él.
Hay más México donde su locura no proyecta su sombra que donde con ella todo lo marchita.
Querámoslo o no, no acudimos a su procesión del domingo 27, pero desde antes y aún hoy marchamos bajo su son cual niños de Hamelín.