CUENTO
Diciembre llegó, y junto con él los días de frío también. Este era el mes del año, ¡en donde todo el mundo se ponía muy feliz! Las gentes de todo el planeta se la pasaban muy ocupadas adornando sus casas con foquitos de colores, colocando figuras de renos en sus tejados, y un sin fin de cosas más.
La mayoría de la gente, que también se la pasaban comprando regalos para sus amistades y familiares, casi nunca se detenían a pensar en nada que no tuviese que ver con este mes lleno de fiestas y celebraciones. Pocos eran los que sí lo hacían, y en entre este grupo reducidísimo de personas se encontraba aquel niño.
Su casa se ubicaba en el lugar más alto y apartado de la ciudad. Desde aquí se podía ver toda la ciudad. Ahora era de noche y el niño se había trepado al techo de su casa para no ser visto. Sentado bajo el cielo estrellado se esforzaba por contener sus ganas de llorar.
A lo lejos, los focos de los postes adornaban el centro de la ciudad. El niño lo contemplaba todo. Lentamente pasaba su mirada por los barrios que él conocía. Después de un rato de ya haber mirado toda la ciudad, él otra vez volvió a poner sus ojos sobre el lugar donde vivía la gente más rica. Entonces trató de imaginárselos a todos con sus rostros sonrientes, ajenos a cualquier problema. El niño, lejos de anhelar cualquier cosa que tuviese que ver con el dinero o lo material, solamente deseaba una cosa: sentirse cobijado.
Su corazón siempre había sido muy fuerte. Su dureza -en cuanto a resistencia se refiere- fácilmente podía superar al de cualquier diamante. Teniendo solamente diez años, el niño ya poseía la sabiduría de un hombre adulto.
El niño siempre era visitado por la tristeza. Cada vez que esto sucedía, su corazón se le oprimía. Al sentir todo este dolor, él otra vez volvía a sentir muchas ganas de llorar. Pero luego enseguida recordaba que no podía permitírselo. Su hermanita podía verlo. Y si esto sucedía, ella seguramente que se le acercaría para preguntarle el motivo, y él de ninguna manera podía revelárselo: “Lloro porque todo este tiempo te he mentido…”
Año tras año, al llegar diciembre, lo primero que la niña hacía era preguntarle a su hermano si esta vez su papá vendría a pasar la Navidad con ellos. El niño -que desde muy pequeño y antes de que su hermanita empezase a hablar- ya sabía lo que le inventaría cuando preguntase por él. Y es así como un día le había dicho: “Papá solamente regresará a casa cuando aquí caiga nieve”.
El niño, que tan astuto se había tenido que volver, sabía que lo anterior jamás sucedería. En su ciudad jamás había nevado, y jamás nevaría. Pero su hermanita de ninguna manera podía saber la verdad. Y, a pesar de lo doloroso que le resultaba mentirle, él sabía que no tenía otra opción. En casos como este, a la fuerza tenía que actuar como un mentiroso.
-¿Qué juguete te gustaría tener para Navidad? -preguntó un día a su hermanita, tan sólo para comprobar si ella ya se había olvidado de lo de siempre, pero para pesar suyo la niña enseguida le había respondido:
-¡No quiero ningún juguete! ¡Todo lo que quiero es que esta Navidad caiga nieve!
Faltaba menos de una semana para el 25 de diciembre. Un día, muy temprano, los ojitos de la niña escudriñaban el cielo en busca de cualquier señal de nieve. Los dos hermanos se encontraban parados fuera de su casa, a pesar del mucho frio que hacía y de la llovizna muy fina que caía. Su madre -como todos los días- había bajado a la ciudad para trabajar como lavandera en casa de una gente rica.
El cielo estaba muy gris. Hacía tanto frio que de verdad daba la impresión de que en cualquier instante la nieve empezaría a remplazar a la fina llovizna. Pero el niño sabía muy bien que esto jamás sucedería. Y mientras él seguía sintiéndose seguro en su mentira, su hermanita no dejaba de mirar hacia arriba. Él la miraba de reojo…
Esa vez, cuando se hizo de noche y su mamá apagó la luz del cuarto que ambos compartían, el niño le dijo a su hermanita:
-¿Sabes qué? “¿Qué”? –Enseguida había preguntado la niña-. Si de verdad quieres que esta Navidad aquí caiga nieve, tienes que desearlo ¡con todas tus fuerzas! -Ella, rápidamente había exclamado:
-¡¿De verdad?! -Su hermano entonces le respondió:
-Sí, ¡de verdad! ¡Y no sólo eso!, sino que además también puedes hacer que junto con la nieve caigan juguetes.
-¡Yo no quiero juguetes! -soltó la niña-. Yo lo único que quiero es ver a papá… –Estas últimas palabras habían dado por terminada la conversación de esa noche.
Los días pasaron y Navidad por fin llegó. Ese día la niña se había despertado muy temprano. Sus ojitos le dolían mucho, ya que solamente había dormido dos horas. Y a pesar del sueño que aún sentía, ella había decidido levantarse ¡tan sólo para comprobar si lo que su hermano le había dicho era verdad!
Toda la noche anterior se lo había pasado despierta, deseando con todas sus fuerzas para que al día siguiente amaneciese nevando. Porque solamente sucediendo esto ella por fin podría ver a su padre. O, ¿no era esto lo que su hermano le había dicho? “Papá solamente vendrá cuando aquí caiga nieve…”
-¡ESTÁ NEVANDO! -gritó la niña al descorrer la cortina vieja de su cuarto-. ¡Está nevando! -Su corazón le había empezado a palpitar más rápido de lo normal. Estaba tan emocionada que no sabía qué hacer. Su hermano seguía durmiendo. Pero ella -sabiendo la gran noticia que tenía para darle-, pensó que él no se molestaría si lo despertaban. Así que corrió hacia su cama.
-Despierta, ¡despierta! -empezó a pedirle, mientras le jalaba la manga de su pijama-. ¡Está nevando! ¡ESTÁ NEVANDO! ¡Mi deseo ha dado resultado!
El niño, que aún no terminaba por despertarse, no entendía lo que ella decía. “¡Levántate!, levántate!” -La niña no paraba de hablar. “¡Tienes que verlo! ¡Está nevando!” “No puede ser cierto”, pensó el niño, mientras se ponía sus zapatos. “¿Nevando aquí? ¡Imposible!” Su hermanita ahora lo jalaba hacia la ventana.
-¡No puede ser! -exclamó el niño sin pensarlo. ¡Está nevando!
-¡Te dije que era verdad! -respondió la niña, sin dejar de sonreír-. ¡Está nevando! Papá vendrá, ¡papá vendrá! -empezó a repetir, mientras daba brinquitos. Su hermano, que ahora miraba la nieve caer, supo entonces el problema que él mismo se había creado. Ya no podía seguirle ocultándole la verdad a su hermanita. Tenía que confesárselo todo, aun sabiendo lo doloroso que resultaría para ella.
-Lucy –dijo, al colocar su mano sobre el hombro de su hermanita-. Hay algo que tengo que decirte. -La niña, sin dejar de mirar la nieve, rápidamente le contestó:
-Dime, ¡dime! ¿A qué hora vendrá papá? –preguntó, girando y mirando de repente a su hermano John. El niño, al ver toda la alegría que había en estos ojitos ingenuos, empezó a sentir que se le hacía un nudo en la garganta. Al darse cuenta de que otra vez tenía que actuar como una persona adulta, se empezó a recriminar: “¿Por qué? ¡Por qué no le dije la verdad desde un principio!” La niña otra vez miraba hacia el exterior.
-Lucy –volvió a repetir a John mientras se agachaba frente a la niña. Papá no vendrá.
-¡Eso no puede ser verdad! -le reclamó la niña, con el rostro crispado. Y recordando sus palabras, añadió-: ¡Tú me dijiste que él vendría cuando aquí nevase! ¡Y ahora está sucediendo!
-¡Te mentí! -dijo John, bajando la mirada… –Y después de unos instantes, finalmente confesó-: Papá no está de viaje. ¡Él nos abandonó… y ni siquiera mamá sabe dónde está!
-¡Me estás mintiendo! ¡Me estás mintiendo! -repitió la niña, todavía más molesta que antes-. Él vendrá, ¡tú me lo dijiste! -Su pechito había empezado a jadear.
-Lucy -volvió a decir John… En su mente el niño buscaba las palabras que pudiesen reconfortar a su hermanita. Lucy, que todo este tiempo había estado mirando absorta hacia la calle, de repente exclamó:
-¡Papá ya debe de estar en camino! ¡Iré a buscarlo! -Y sin hacerle caso al frio, corrió hacia la puerta, la abrió y se escapó. Su hermano también hizo lo mismo, pero al llegar al umbral se detuvo. Entonces le gritó:
-¡Luuuuuucy! ¡Regreeeeesa! ¡PAPÁ NO VENDRÁ! ¡TE HE MENTIDO!
Pero Lucy ya se había alejado lo suficiente como para haber podido escuchar sus palabras. John, al ver que ella no se detenía, decidió seguirla. Tenía que alcanzarla para traerla de regreso. Lucy mientras tanto seguía y seguía corriendo, alejándose, sin darse cuenta, de aquella casa a la que su padre jamás regresaría… aunque ahora aquí cayesen montones de nieve.
FIN
Anthony Smart
Noviembre/16-19-22-25/2018