José Luis Parra
En los tiempos de Manlio Fabio Beltrones como gobernador de Sonora, un jovencito curioso le preguntó si le preocupaba su pleito con el periódico local El Imparcial. La respuesta fue elegante y venenosa: No, joven amigo. Preocúpate cuando salgas en el New York Times.
Y salió.
Después, el Times publicó sobre sus presuntos vínculos con el narcotráfico. No pasó a mayores, salió limpio, pero con golpes. Beltrones sabía medir el tamaño de la nota. Y sabía también que hay titulares que duelen más que cualquier denuncia judicial: los que se leen en inglés y se comentan en la ONU.
Hoy, Claudia Sheinbaum ya sabe lo mismo.
El sábado pasado, la marcha contra la violencia y la corrupción escaló del Paseo de la Reforma a las páginas del New York Times y de los periódicos más influyentes del planeta. Esa aparición no es casual ni pasajera. Es la alerta de que México, gobernado por la primera mujer presidenta, está tambaleando a la vista del mundo.
Y la presidenta no solo enfrenta la presión de Trump. La verdadera jaqueca es doméstica: compañeros de ideología que se están haciendo patos, exaliados que ya tomaron distancia y una sociedad civil cada vez más articulada y menos temerosa.
Porque sí, los jóvenes que salieron a marchar no eran millones, pero tampoco eran bots. Y lo más grave para Palacio Nacional: no estaban solos. Fueron arropados por familias enteras, por abuelos, madres, hijos, profesionistas, jubilados, estudiantes. Esos que ya perdieron el miedo a que los tachen de conservadores, traidores, clasistas o fifís.
La narrativa que funcionó durante el sexenio anterior ya no embona. El pueblo “bueno” está desobedeciendo la línea oficial. El verdadero pueblo marchó y protestó. Y lo hizo sin gorras, sin lonches y sin camiones de acarreo.
Y eso sí preocupa.
Porque si algo está claro es que Claudia ya no gobierna con margen de error. Está en un tobogán inclinado y sin frenos. Y si no actúa pronto, el aterrizaje será con fractura.
La fórmula es sencilla, pero dolorosa: Golpear con fuerza antes de que te tumben.
El primer paso sería una limpieza en el gabinete. A lo quirúrgico, sin sentimentalismos. Muchos de sus secretarios y operadores son un lastre. Esos “compañeros de lucha” que hoy estorban más de lo que ayudan. Le urge oxigenar su equipo con perfiles profesionales, técnicos, y no con los compadres de AMLO.
Luego viene lo espinoso: meter a la cárcel a un político de alto perfil con ligas al narco. Uno real. No inventado. Un caso sólido, mediático y con repercusiones internacionales. Es la única manera de mandarle un mensaje al crimen organizado y, de paso, al electorado indeciso.
Porque si no lo hace, si prefiere la inercia, se la va a llevar la corriente.
Ya suenan los rumores en la cúpula del poder. Algunos ya hablan de que podría pedir licencia por razones de salud antes de que termine el año. El pretexto está listo. El desgaste emocional, la presión internacional, las amenazas. Ya todo está puesto en la mesa. Solo falta que alguien jale el gatillo. Sin necesidad de revocación de mandato.
Pero aún está a tiempo.
Si rompe con el obradorismo, si toma decisiones propias y valientes, si se atreve a enfrentarse al monstruo que ayudó a parir, podría cambiar el rumbo. Podría consolidarse como una lideresa legítima, capaz de corregir el rumbo y detener el derrumbe.
Primero, apoyarse en Estados Unidos para combatir el narco. Luego, purgar al gabinete. Y finalmente, aplicar justicia real, no simulación.
Si lo logra, será su gobierno.
Si no, será la continuación de un régimen que ya se pudre desde adentro.
Y sí, también terminará saliendo en el New York Times. Pero en la sección de obituarios políticos.





