José Luis Parra
Si tienen razón los malpensados, más vale que nos preparemos. Vienen los montajes. Vienen las escenitas. Y vienen, como siempre, cuando el escenario arde. Este martes, en pleno Centro Histórico, un hombre —de esos con corte militar, mandíbula dura y mirada de “aquí no ha pasado nada”— se acercó a la presidenta Claudia Sheinbaum y la manoseó. Así, sin más. Y los de ayudantía, viendo el paisaje.
A ver. Que ya no exista el Estado Mayor Presidencial no significa que el presidente —o presidenta, como en este caso— ande sola y sin vigilancia. Detrás de cada jefe de Estado hay un operativo discreto, casi invisible, entrenado, especializado en evitar lo que se supone ocurrió: que un espontáneo atraviese la formación diamante y llegue hasta la espalda de la Mandataria para tocarla sin su consentimiento. ¿Fallaron los reflejos? ¿O fue simplemente una escena ensayada para el noticiero de las nueve?
La respuesta depende de qué tan mal esté el país hoy. Y está mal. Violencia en aumento, señales de recesión económica, aliados incómodos de Morena haciendo el ridículo y un ambiente enrarecido que huele a cierre de ciclo sexenal… o a principio de algo mucho peor.
Ahí es donde entra el otro ángulo: el del espectáculo. Porque si no fue error, fue performance. Y no se vale subestimar la capacidad creativa de este régimen cuando se trata de cambiar la conversación. Si hay crisis, se monta ternura. Si hay violencia, se promueve humanidad. Si hay escándalos, se busca un toqueteo para que los carroñeros —como la presidenta llama a los periodistas— tengan carnita.
La pregunta que flota en el aire: ¿era necesario dejar que la tocaran para parecer accesible? ¿No bastaban las selfies con turistas del norte? ¿Qué sigue? ¿Un robo callejero mientras compra tamales en la Alameda? ¿Un choque de microbús con ella a bordo? Si la estrategia es victimizar, mejor avisen. Porque lo que vimos no fue improvisación, fue propaganda disfrazada de incidente.
Y claro, también está el tema de género. Si lo mismo le hubiera pasado a un presidente varón, ya estaríamos hablando de un intento de magnicidio. Pero como fue a Claudia, se interpreta como “acoso”, como si no hubiera también riesgo físico o vulneración de seguridad nacional.
La escena fue tan patética como simbólica. Una presidenta toqueteada en público, con el aparato de seguridad paralizado, y una narrativa oficial que nos quiere hacer creer que fue una anécdota menor. Mientras tanto, los problemas reales siguen ahí: la inflación, el narco en expansión, los amagos al Poder Judicial, los experimentos legislativos de la 4T y el juego de sombras que se aproxima en Palacio Nacional.
¿Vendrá una bomba informativa? ¿Un distractor de gran calibre? ¿Otra “verdad histórica”? Quién sabe. Pero si esta fue la antesala, agárrense. Porque cuando el poder necesita fabricar ternura, algo mucho más duro se está gestando detrás del telón.
Por lo pronto, la pregunta sigue en pie: ¿fue un fallo de seguridad… o un éxito de producción?





