Javier Peñalosa Castro
Con un abrazo solidario para don Pablo F. Marentes
Aún no me repongo de la consternación que me causó enterarme, a través del Índice Político, del artero asesinato cometido contra Pablo Francisco Marentes Martínez, víctima de la violencia brutal y absurda que está ocupando gradualmente todos los espacios en la vida de la Ciudad de México y arrebatándonos el magro patrimonio que, hasta hace unos cuantos años, representaba la posibilidad de ejercer derechos fundamentales, como la libertad de tránsito, la de dedicarnos libremente a cualquier actividad lícita sin ser molestados en nuestra persona ni en nuestros bienes y disfrutar los espacios de convivencia.
Como un balde de agua helada en la cara recibí la noticia de que el pacífico y ejemplar Pablo Francisco, según todo parece indicar, fue víctima de un exabrupto por parte de un extorsionador que pretendía cobrarle “derecho de piso” por los estacionamientos que hace años administraba para ganarse la vida. Por esta o cualquier otra causa mezquina, como la resistencia al asalto o la mera confusión, el mundo se privó de un excelente ser humano en la plenitud de su vida.
Pablo Francisco fue un brillante politólogo, periodista y, a últimas fechas, músico. Tuve el privilegio de compartir con él, con su padre, don Pablo F. Marentes y con Roberto Rodríguez Baños una inolvidable experiencia profesional. Con recursos muy limitados, y con la colaboración de profesionales como Mario Méndez Acosta, mantuvimos al aire —de manera casi heroica— durante varios meses el noticiario “De hoy para Mañana”, que se transmitió por la emblemática 620 de AM a inicios de gobierno de Fox, y donde dimos rienda suelta a la crítica.
La agudeza mental, la habilidad para la esgrima verbal, la frescura y un maravilloso humor cáustico fueron algunas de las prendas que más aprecié en Pablo Francisco. Estos atributos de su personalidad me hacen recordarlo como un ser humano de excelencia y lamentar que la brutalidad que medra entre quienes vivimos en esta ciudad nos haya quitado la oportunidad de reencontrarnos y de compartir nuevos momentos.
Este gravísimo hecho de sangre se suma a la creciente cadena de asesinatos y robos violentos que se han convertido en el pan nuestro de cada día. Desdichadamente, la exigencia de que se esclarezca el crimen y se castigue a los responsables se ha convertido en lugar común, y la esperanza de que así ocurra es tan remota como lo señalan los índices de impunidad con que operan los grupos criminales en nuestro país y en nuestra ciudad.
El exjefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, se resistió durante el tiempo que estuvo en el cargo, a admitir que aquí existieran cárteles y grupos del crimen organizado. Desgraciadamente, la realidad, que le ha estallado en la cara a su sucesor, José Ramón Amieva, demuestra exactamente lo contrario: los grupos criminales existen, y son tanto o más violentos y voraces que los que operan en otras regiones del país.
De los ocasionales asaltos callejeros, que fueron disminuyendo, al menos en las zonas más céntricas, hemos pasado a los ajusticiamientos mafiosos, el desmembramiento de víctimas, la extorsión sin freno a cualquier actividad productiva (desde puestos callejeros hasta restaurantes y bares de postín) y la diseminación paulatina de la sensación del miedo, que con tanto afán procura imprimir este puñado de malvivientes a ciencia y paciencia de las policías y de las “autoridades competentes”.
Todo planteamiento viable de terminar con este sinsentido es bienvenido. Concretar la propuesta realizada recientemente por Andrés Manuel López Obrador de reclutar a un grupo de 50 mil jóvenes resulta prioritario. Por supuesto que ello habrá de significar el desembolso de recursos. Pero ningún dinero estará mejor gastado que el destinado a garantizar la convivencia y nuestra viabilidad como sociedad. También es evidente que estos 50 mil elementos deben aumentar hasta lograr una cobertura aceptable en todo el territorio nacional.
También resulta claro que habrá que seleccionar escrupulosamente a estos reclutas, capacitarlos a fondo y dotarlos del equipo y el armamento requerido para el desempeño de su trabajo.
Todo este esfuerzo, desgraciadamente, no nos devolverá con vida a familiares entrañables o personas valiosas, como personas valiosas como Pablo Francisco Marentes Martínez. Sin embargo, es indispensable iniciarlo ya, si queremos que nuestros hijos y nietos puedan vivir con tranquilidad algún día.