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Cuando nuestro pueblo era un pueblo que va a cumplir 175 años

Redacción Por Redacción
7 junio, 2025
en Rodolfo Villarreal Ríos
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Rodolfo Villarreal Ríos

 

Lo que en esta ocasión compartiremos con usted, lector amable, son algunos pasajes breves de como los habitantes comunes de aquel pueblo fronterizo vivían el   día con día hace muchos años. Es la narrativa realizada por quien lo percibió de primera mano, nada de hacer pasar como suyos textos de otros, es la perspectiva de un niño-adolescente de entonces quien en plena tercera edad quiso dejar una constancia de sus vivencias y entregarlas como una muestra de agradecimiento al pueblo que lo vio nacer, al cual le profesaba un cariño inmenso y cuando tuvo la oportunidad de servirlo lo hizo con profesionalismo, entrega y honradez acrisolada. Si bien los relatos fueron publicados originalmente hace veinte y quince años, el contenido es parte de la historia de ese lugar y sus habitantes.

Con toda razón usted, lector amable, se preguntará: ¿Pues a qué escritos se refriere y de quien se trata? Son un par de libros titulados Piedras Negras, Destino y Origen. 80 años, una narración para mis nietos (2005) y Piedras Negras, Destino y Origen. Personajes, sitios y recuerdos (2010) de la autoría de don Rafael Villarreal Martínez. Como lo señalara el cuarto de sus hijos, Juan Antonio, en sus páginas el autor invita al lector a caminar a su lado para recorrer las calles, pasear por la plaza para conquistar la ilusión, visitar las casas, los lugares amados y los prohibidos, irnos a la orilla del río con el ombligo al viento, regresar a la escuela,  llegar hasta la puerta de la iglesia como la esperanza última, sentarse en la barra del bar con la nostalgia primera, encontrar el pupitre de la vida que nos pertenece, acomodarse en  la mesa de la casa y evocar las cosas simples, cotidianas, los olores y sabores, los golpes y las sonrisas,  a los que existieron y a los que seguimos presentes, en síntesis a todos quienes con su diario accionar crearon la narrativa del ayer y hoy de Piedras Negras, Coahuila.

Al elaborar sus escritos, don Rafael nunca se asumió como historiador, reconocía carecer de los grados académicos para adjudicarse esa profesión, era simplemente un narrador de lo que vio y vivió. Aun cuando en dos volúmenes se relatan hechos acontecidos a lo largo de ocho décadas y un lustro, en esta ocasión, nos concretaremos a transcribir algo de lo plasmado acerca de eventos suscitados durante la década de los 1930s.

Era 1930, acababa de retornar de Monterrey, sitio al que su padre tuvo que irse a laborar cuando cambiaron para allá los talleres de los ferrocarriles, el niño de entonces y su hermano, Rodolfo, se paseaban en sus triciclos por la Plaza Juárez ubicada en el cuadrante de las calles de Xicoténcatl, Guerrero, Padre de las Casas y Rayón, justo enfrente de la casa de su abuelo materno, Francisco Martínez De Quesada, quien vivía en la esquina de Xicoténcatl y Rayón. “Además de disfrutar de los juegos infantiles hacíamos travesuras con los frutos de los álamos, los cuales al despedazarlos y aventarlos unos a otros al contacto con la piel producían una comezón singular, la cual sólo se quitaba con un buen baño. Poco tiempo después, en 1932, la Plaza desaparecería, el busto de don Benito Juárez sería trasladado a la Plaza de los Héroes y el resto de lo que ahí estaba a la Plaza Zaragoza ubicada entonces en la esquina de las Calles Morelos y Colón”. En la antigua plaza habría de construirse la Escuela Secundaria Federal Benito Juárez. Desde ahí, el profesor, Fausto Zeferino Martínez Morantes, habría de iniciar la revolución educativa en el norte de Coahuila. Dado que durante su infancia don Rafael no fue un chamaco encerrado en su casa, pudo percatarse de cómo, en el pueblo, hubo quienes se opusieron a la desaparición de la plaza. Y en ese mismo tenor de observador, recordaba como era su pueblo entonces.

El sitio más distintivo de la ciudad ha sido siempre el Río Bravo, nos marca el principio de nuestra vecindad con los Estados Unidos de América y a la vez el inicio y el fin de la América Latina. A merced de él ha estado la ciudad, nos provee de agua, pero en un par de ocasiones nos ha cobrado la factura.  “La entrada al pueblo, viniendo de los Estados Unidos, era por el viejo puente en donde inmediatamente se topaba uno con diversas viviendas, Siguiendo por lo que es la calle de Juárez, estaba el viejo edificio de la Presidencia Municipal, el cual fue víctima de la piqueta modernizadora para construir un horrendo cajón. La Plaza de Armas era el sitio de reunión de las familias y los incipientes enamorados, con su quiosco en el centro y la Banda Municipal tocando los domingos las más diversas melodías. Enfrente la Iglesia de Guadalupe con su color albo y sus cúpulas forradas de diminutos azulejos. La calle Zaragoza era conocida como la Calle Real e iba a desembocar a la Estación de Ferrocarriles, en donde la llegada o salida del tren de pasajeros era todo un acontecimiento. A un costado, en el lado este, estaban la llamada Colonia Americana, la Colonia Bravo y las llamadas Siete Casas. Al lado opuesto de estas se encontraba lo que era conocido como “La Pedrada”, sitio en el que abundaban los mezquites y las piedras, lugar que marcaba los límites de la ciudad. Actualmente en esta área se asientan la Plaza da las Tres Culturas y el Estadio de Beisbol”.

En el verano, durante el día, las altas temperaturas nos invitaban a darnos un baño. Dada la carencia de albercas, las familias nigropetrenses, o nosotros los infantes-jóvenes, en cuanto teníamos una oportunidad enfilábamos lo mismo al Río Bravo que al Río Escondido en los sitios conocidos como La Lajita, La Pompa, El Borbollón, Las Peñitas, La Isla del Mudo, El Palo Gacho, El Piélago y/o a Las Adjuntas.  Otra opción eventual era esperar la llegada de una lluvia que convirtiera la calle de Xicoténcatl en arroyo provisional y ahí zambullirse”.   Los domingos, la atracción era irse a Villa de Fuente con sus nogaleras. Si no había para el camión, la ruta era irse por la vía del ferrocarril o bien a pie por la carretera, un gran número de personas transitaban esos rumbos”.

“En el extremo opuesto, en el norte, encontrábamos la Colonia Mundo Nuevo. Ahí, se ubicaba la Plaza del Globo, en donde ahora se localiza el Centro de Salud. También en esa zona, en la esquina de las calles Morelos y Colón estaba la Plaza Zaragoza. Más adentro se situaba la Plaza de los Burros, cerca de la escuela Francisco Cárdenas, la plaza era llamada así porque los propietarios de este tipo de animales los llevaban ahí a comer pasto. Por ese rumbo quedaba el Panteón Viejo, en donde fueron sepultados diversos participantes en la Revolución Mexicana. Siguiendo más allá del Mundo Nuevo se apostaba la Zona de Tolerancia y después estaban los terrenos de la Zacatosa como llamaban a los terrenos del estadounidense Ron. Aquí harían huesos viejos vaqueros estadunidenses como los Bass, a quienes les decían los “coniles” y Clay O. Fischer”.

“Hacia el Oeste, por la hoy Avenida Carranza estaba la calle que conocíamos como la Alameda, derivado este nombre de los árboles que a los costados proveían de rica sombra al paseante, que nos llevaba a los límites de la ciudad que llegaban hasta la denominada Acequia, en donde está actualmente el Motel La Quinta. Se empezaba a poblar la Colonia Buenavista. A un costado se hallaban los terrenos propiedad de Don Ricardo Ainsle, en los cuales había muchos nísperos, por eso el nombre de la colonia que ahora se asienta ahí. En lo que ahora es la Colonia Roma, era el sitio donde los hombres de origen chino sembraban sus hortalizas”. Pero si de estos productos se trataba, don Rafael narra cómo ante sus ojos infantiles se desarrollaban las actividades en lo que en aquellos años treinta era el centro principal de distribución y compra de alimentos, el Mercado Zaragoza.

“Entrando por la esquina de las calles de Zaragoza y Allende, se encontraba la frutería de Dámaso y Carrillo. Adentro estaba don Nicolás Menchaca con la más surtida hierbearía de la región; enfrente don Emilio Castillo con su fruta; en una esquina los hermanos Cerda, Angelito y José de la Luz. Enseguida de ellos don Francisco Martínez, mi Abuelo, con sus chicharrones de puerco, carne adobada, chorizo puro de puerco, y un amplio surtido de abarrotes, cañas de Zaragoza, así como aquellas sandias y melones de delicioso sabor, todo ello aderezado por la atención especial de aquel señor. Contiguo se ubicaba el chino Julio con sus verduras frescas las cuales diariamente le eran surtidas; al lado expendían también verduras los chinos Lee y más allá Gorgonio Martínez, sobrino de mi abuelo, hacia donde se dirigían los chamacos para que les vendiera cinco centavos de banderita o sea chile verde, cebolla y tomate. También, estaban don Bernardino Valdés con sus frutas y legumbres de lo mejor; don Diego Portillo y su esposa; don Refugio Arévalo; y el señor Cavazos, entre otros”.

En cuanto a la venta y la distribución de cárnicos, a principios de la década de los treinta, por los rumbos de la Acequia, el coahuilense más ilustre del Mexico posrevolucionario, el general Manuel Pérez Treviño, construyó el rastro municipal el cual contaba con todas las instalaciones y elementos de sanidad que, para aquella época, representaban algo nunca visto. La administración de éste fue encomendad al padre de don Rafael, Rafael Villarreal Guerra. En ese lugar, se abastecían los introductores de ganado entre los que sobresalían Arturo González, apodado ‘el becerro de oro’, porque tenía mucho dinero y también don Enrique González. Ellos abastecían a las carnicerías ubicadas en el mercado, cuyos propietarios eran don Andrés “El Cuate” Villarreal con sus hijos Andrés, Beto y José María; José y Ricardo Martínez; Juan Vázquez; José Vázquez; Julián Caballero; Agapito Rodríguez Martínez y Jesús Méndez. Ahí, laboraban como matanceros Roque y Romualdo Sarmiento, Héctor Tapia, Gil Reyes y Lalo Villarreal, “El Torete”, entre otros”.  Acerca de este último hay una anécdota.

Cuando Don Santiago V. González estaba en New York como agente de los Ferrocarriles Nacionales, don Lauro, su padre, le enviaba periódicamente chorizo de puerco. El encargado de elaborarlo era “El Torete”. En una ocasión, sin embargo, esa persona quiso reducir costos y no pudo resistir la oferta que le hizo un pescador Pancho Tambora, quien había capturado un catan de gran tamaño. El carnicero quiso ser innovador e hizo chorizo de pescado que le entregó puntualmente al peticionario, quien pronto lo envió a su hijo. Cuando el producto arribó a su destino solo quedaba residuos y la tripa en que se había empacado. Cuentan que don Lauro fue a reclamar a Lalo quien, bajo las influencias del alcohol, le dio una explicación enmarcada en sonoras carcajadas, lo cual le costó perder un cliente”. Pero el tal Pancho Tambora no solamente se dedicaba a pescar, también, incursionaba en otros asuntos líquidos.

Cruzando la acera de la calle Zaragoza, enfrente del mercado, estaba el depósito de licores propiedad de don Andrés Garza. Entre lo que ofertaba, se encontraba un mezcal que vendía en económicos topos.  El producto era elaborado por su “químico” de cabecera, el tal Tambora quien como bebedor empedernido que era, un día decidió probar los caldos etílicos por él manufacturados. Tras de ello, que AA, ni que nada, a partir de ese día se volvió abstemio. La fórmula de aquella beberecua era: “alcohol de 96 grados, ixtle, excremento humano y perlina. El excremento permitía que el líquido adquiriera un color amarillento y con la perlina se generaban burbujas las cuales hacían soñar a sus bebedores, al verterla en el recipiente respectivo, que ingerirían champagne”. Eso sí, la fórmula se mantenía en secreto. Dejamos el entorno del Mercado y nos vamos a otro sitio en donde don Rafael pasó sus años infantiles.

Nos narra acerca de su “barrio…, el entorno que forman las calles de Mina, Morelos, Guerrero, Cuauhtémoc Padre de las Casas, Xicoténcatl y Rayón…  Al otro lado de la ya mencionada Plaza Juárez… había una herrería o fragua, ubicada en la calle de Guerrero, que contaba con un corralón en donde todos los carretoneros, quienes llegaban con leña con los Elizondo ubicados por Guerrero y Xicoténcatl, llevaban a herrar sus bestias y arreglar los rayos de las ruedas de sus carretas. Aquello se asemejaba a una estampa del lejano oeste”.

Por esos rumbos vivía un infante quien habría de convertirse en un político y hombre de negocios muy importante, Osvaldo Villarreal Valdés, que se asoció para para montar un circo en la casa de su amigo Pedro Flores. Aquí el artista estrella era Jesús Morado personaje conocido como “La Borbollona”, homosexual quien nunca ocultó sus preferencias y se enfrentaba en competencias artísticas con “La Perica”, ciudadano con gustos similares al de su rival, el Circo se ubicaba en la Colonia González…”. Pero si de circos se trataba, don Rafael evoca como “a tantos años de distancia, me sigue provocando risa lo sucedido en un circo que se instaló por la calle de Cuauhtémoc en un terreno, propiedad de don Gabriel Bustamante, el cual comúnmente era usado para este fin. En esa ocasión, se presentaba un… estrella del trapecio a quien apodaban “El Prieto” Valadez. Estando en plena actuación, sufre la rotura de su vestimenta y el público empieza a gritarle en forma repetida “basta Valadez”, el artista pensando que su actuación arrebataba a la audiencia ponía mayor énfasis en sus piruetas, cuando de pronto se percata que al compás del trapecio también se mecían sus genitales, vayan los apuros del famoso Valadez. Dejemos los aprietos de aquel artista y vayamos a un pasaje que muestra la placidez con la que vivían los nigropenetense en los 1930s.

“Este es el Piedras Negras que recuerdo de mi infancia, entonces todos nos conocíamos, las calles no estaban pavimentadas y una gran cantidad de servicios faltaba, pero a cambio contábamos con un entorno de tranquilidad que nos permitía a los infantes vivir sin la angustia de que algo nos sucediera y pusiera en peligro nuestra seguridad o la de nuestras familias. Ello, permitía que los niños de entonces nos dirigiéramos con gusto cada mañana a los centros de enseñanza”. Ahí, “… aparte de la instrucción escolar los profesores trataban de enseñarnos en forma incipiente como se desarrollaban las actividades comerciales y productivas, para ello se instalaron cooperativas en donde los propios alumnos vendíamos y comprábamos golosinas. Al mismo tiempo que buscaban que aprendiéramos lo difícil y a la vez gratificante que es el cultivar productos agrícolas, asignándonos a cada uno un par de pequeños surcos en donde sembrábamos cebolla y rábanos, estableciendo una competencia para premiar a quien obtuviera la mejor cosecha al fin del ciclo”.

A la par, “…la vida cotidiana implicaba que, al caer la tarde, tras de la merienda, se presenciara un espectáculo singular. Las abuelas y las madres acompañadas por sus hijos procedían a sacar sillas y mecedoras para colocarlas sobre las banquetas.  Mientras que los mayores hacían uso de abanicos de mano construidos lo mismo de hojas de palma que de cartón o papel, los menores corríamos y brincábamos convirtiendo aquello en una gran tertulia”.

“Con simpatía recuerdo aquellos diálogos que se desarrollaban entre los vecinos. Cuando alguien pasaba y emitía el saludo correspondiente, muy común era escuchar alguna pregunta sobre la salud de alguien al tiempo que decían: ¿Y cómo sigue el señor de sus males? A lo que se respondía: “pues muy mejorado, hoy ya se le abrió el apetito.” O bien los comentarios que se efectuaban cuando alguien andaba en malos pasos y no quería escuchar consejos, y se mencionaba “ya ve usted, el muchacho es mala cabeza”.  A la par no faltaban las pláticas sobre los temas del día o bien el intercambio entre las señoras acerca de cómo hacer mejor un guiso o tal o cual remedio para aliviar algún mal. O también porque no recordarlo, las señoras platicaban sobre los poderes medicinales del té de estafiate, el agua de borraja o tal o cual remedio para curar los males”.

“Cuando… un par de chamacos se trenzaban en alguna pelea, pronto las respectivas mamás acudían a poner paz, mientras procedían a dar un par de jalones de orejas y las nalgadas correspondientes a los rijosos. Al llegar la hora de retirarse a dormir, dado que los aparatos de aire acondicionado no existían, y los ventiladores eran solamente accesibles para la gente pudiente, la opción eran dormir con las puertas de madera abiertas y solamente guarnecidas por las alambreras o bien regar el patio y sacar los catres de lona. Ni quien se preocupará por los zancudos, ni mucho menos por el posible arribo de un asaltante. Se gozaba de una seguridad increíble y el respeto entre unos y otros era mayúsculo, a un grado tal que hoy algunos se muestran incrédulos de que alguna vez eso existiera”.

Muchas son las vivencias que don Rafael Villarreal Martínez plasmó en Piedras Negras, Destino y Origen. 80 años, una narración para mis nietos (2005) y en Piedras Negras, Destino y Origen. Personajes, sitios y recuerdos (2010). Al escribirlos, contó con la gran ventaja de que a lo largo de ochenta y cinco años tuvo la oportunidad de conocer a los actores de la vida del pueblo pertenecientes a todas las clases sociales más allá de la fachada que presentaban en público. Hubo quien llegó a inquirirlo del porqué no abordó tal o cual asunto, no necesariamente plácido, y su respuesta fue siempre: “No hay necesidad de lastimar a terceros, lo demás se queda en los archivos…”  Esta ha sido una muestra breve de cómo, en los 1930s, era la vida en aquel Piedras Negras que está próximo a cumplir 175 años. vimarisch53@hotmail.com

Añadido (25.23.78) Mientras observábamos las imágenes del atentado cometido por un egipcio fanático en contra de un grupo de ciudadanos estadunidenses-judíos, evento suscitado en Boulder Colorado, recordáramos lo que era la vida en ese pueblo a inicios de la década de los 1980s. Mientras los fantasmas de la nostalgia venían a nosotros, evocábamos como, en ese pueblo, era factible transitar por sus calles a cualquier hora del día y de la noche sin temor alguno. De esto último pueden dar fe un buen número de jóvenes mexicanos de entonces.

Añadido (25.23.79) La semana anterior comentábamos que la presencia de estudiantes chinos en las universidades estadunidenses nada positivo aportaba. Ahora, encontramos con que un par de “científicos” ligados al Partido Comunista Chino, laborando en la Universidad de Michigan, metieron de contrabando a los EUA un hongo llamado Fusarium graminearum clasificado como un arma potencialmente terrorista que genera el llamado “Tizón de la espiga”, una enfermedad que afecta al trigo, la cebada, el maíz y el arroz. Las toxinas de esa gramínea producen vómito, daño hepático y defectos en la reproducción de humanos y animales. Mientras al norte del Bravo tienen las alarmas encendidas, aquí les abrimos las puertas sin preocuparnos de averiguar quiénes son los originarios de China que, cada vez en números mayores, se afincan por estos rumbos. ¿Acaso creen que el mensaje del embajador Johnson fue de gratis?

 

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