EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
La camita de la tía Leoncia en Cambray.
Ciudad de México, sábado 18 de diciembre, 2021. – Cuando leímos el primer tomo de En busca del tiempo perdido de Proust, titulado Por el camino de Swan, conocimos a la tía Leoncia cuando le daba, los domingos por la mañana, un pedazo de magdalena mojada en su té al narrador cuando pasaba sus vacaciones en Cambray. Muchos años después, cuando lo vuelve a hacer, fue más que suficiente para traerle a la memoria su vida entera, esa que describe en siete tomos hasta que, finalmente, dice que había recobrado el tiempo perdido.
“Es trabajo perdido el querer evocar el pasado, e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia… Y del azar depende que nos encontremos con ese objeto… cuando un día en el invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo sentía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví a mi acuerdo.
Mandó mi madre por uno de esos bellos, cortos y abultados panecillos que le llaman magdalena, que parece que tiene por molde una valva de concha de peregrino… En el mismo instante en que aquel trago, con las migas del pan, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior… dejé la taza y volví hacia mi alma… Y de pronto, el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray.”
Esta lectura nos provoca de tal manera que empezamos a recorrer nuestra propia línea del tiempo con los recuerdos de las cosas que sucedieron y no hemos olvidado que, ahora, cuando estamos un poco más sosegados, podemos atender con gusto.
La tía Leoncia “había empezado —más pronto de lo que suele llegar— ese abandono de la vejez, cuando uno se está preparando para morir, cuando se envuelven en su crisálida, dejación que se puede advertir allá, al fin de las vidas que se prolongan mucho.”
No podemos menos que confirmar cómo es que se lleva a cabo este proceso, cuando nos preparamos para la gran metamorfosis al final de nuestro ciclo, equivalente al de la larva que pasa primero a su capullaje donde se lleva a cabo esa metamorfosis creando una mariposa que se acopla, pone sus huevecillos y muere.
“Pero este haber estado una vez, aunque sólo haya sido una vez—el haber tenido una existencia terrenal, no parece que pueda revocarse”, como decía Rilke en la novena Elegía.
Proust supo cómo es que el olor y sabor de algunas cosas provoca recuerdos que de otra manera olvidamos: “cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, resulta que el olor y el sabor perduran mucho más…”
Vuelvo a esta lectura, feliz de encontrarme estas notas que no tienen parangón que trata sobre esos recuerdos que nos envuelven, como la crisálida, de las cosas que fueron y que tomaron vuelo antes que nos caigan encima para recordarlas.
Desde la muerte de su esposo “la tía Leoncia no quiso salir de Combray primero, de su casa luego y, más tarde, de su cuarto y de su cama… ese abandono, esa reclusión se la imponía la disminución, perceptible para ella cada día que pasaba, de sus fuerzas, y que al convertir todo acto y movimiento en cansancio o en sufrimiento, revestían a la inacción, al aislamiento y al silencio de la suavidad reparadora y bendita del descanso.”
Y con este collage que he preparado con algunas citas de la obra de Proust, nos veamos en la tía Leoncia cuando ya no quería salir, como nos pasa a algunos, después de estar confinados, no vaya a ser que hayamos empezado a envolvernos en nuestra crisálida.