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Cuento: El niño mocoso

Redacción Por Redacción
14 enero, 2017
en Antonio Balam
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Antonio Balam
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La historia que estoy a punto de contar, es una historia muy asquerosa. Se trata de un niño y sus mocos.

Nasty se llamaba el niño mocoso, y tenía cinco años, ¡cinco años pero de estar expulsando mocos! Su edad en realidad era de doce años, edad suficiente como para ya no sentirse tan niño. Nastycito, que es como a su madre le gustaba llamarlo, era un niño adolescente muy triste. Todo se debía a que su enfermedad no le permitía hacer casi anda. Fácilmente se cansaba, ni qué se diga cuando él tenía que respirar.

-¡Ay, ay! -se quejaba el niño mocoso-. ¡Me duele la nariz! ¡Ya no puedo respirar!
-¡Ay, ay! ¡Qué cruel es mi existir! ¡Ya no quiero vivir más!

Nasty sufría mucho por la obstrucción de su nariz, pero a pesar de esto él nunca dejaba de ser feliz… hasta que un día llegó en el que se cansó de serlo, y entonces se volvió un niño triste y serio. Sus sonrisas cesaron, y su palabras también. Se había vuelto mudo.

El tiempo fue pasando, pero no el sufrimiento del niño mocoso. Todo se le había vuelto difícil de hacer, y ya no quería seguir yendo a la escuela. Cuatro, cinco… Muchos eran los medicamentos que el niño mocoso comía y se tragaba para su dolor, y sólo cuando lograba respirar bien es que él enseguida empezaba a reírse como un completo idiota.

-Ja ja ja. ¡Qué bien respiro! ¡Qué bien me siento! -decía el niño mocoso, dando brincos por aquí y por allá, en completa soledad. Si alguien lo hubiera visto, de verdad lo habría tildado de loco.

El niño era feliz, hasta que nuevamente empezaba a dejar de respirar, para enseguida volver a ser el mismo de siempre. Entonces todo él se derrumbaba, ¡como un edificio viejo! Su alma quedaba hecha escombros.

Nasty no tenía amigos. Todos le tenían mucho asco, no a él sino que a sus mocos. Cuando otros niños lo veían, enseguida empezaban a hacerle burlas.

-¡Allí viene el mocoso! ¡Cuídense de sus mocos! ¡Corran! ¡Se acerca!

Todos corrían a guardarse. Todos disfrutaban mucho descargando sus burlas sobre él, a pesar de que no les hacía ningún daño. Hasta que llegó un día en el que él se cansó de soportar todo esto, entonces fue cuando empezó a reaccionar.

Un día, cuando a la hora del recreo unos niños empezaron a burlarse de él, de manera exagerada, Nasty por fin se armó de coraje y valor, y de manera casi automática reaccionó ante las burlas feas que le decían.

De manera muy rápida el niño mocoso se volteó, y sin que los niños lo vieran los empezó a perseguir. Otros niños lo vieron ¡y les avisaron a éstos!

-¡Cuidado! -les gritaron-. ¡El niño mocoso viene hacia ustedes!

Los niños, que caminaban de espaldas, al escuchar esto voltearon hacia atrás y ¡enseguida vieron que el niño mocoso corría directamente hacia ellos! Entonces también arrancaron a correr.

-¡Ay! ¡Nos va a alcanzar! –decían éstos.
-¡Corre más rápido, o nos pegará sus mocos!

Nasty, al escuchar esto enseguida pensó que lo que esos niños decían era una buena idea.

-¡Sí! –exclamó Nasty-. ¡Ya me dieron la idea para hacerlos pagar por sus burlas!

No se explica cómo, pero él, que no podía respirar bien y que se cansaba muy rápido, esa mañana había estado de lo más increíble. Corría detrás de sus agresores de una manera espectacular.

-¡Les pegaré mis mocos! ¡Sí! ¡Gracias por darme la respuesta!

Los agresores corrían y corrían, por aquí y por allá. En todo su camino habían brincado y bordeado varios objetos, pero a pesar de esto Nasty no los había perdido.

-¡Les pegaré mis mocos! – volvió a decirse el niño. Y sin dejar de correr, él se llevó sus dedos a su nariz ¡y se sonó con todas sus fuerzas!
-¡Ay! ¡Esto me dolió! -exclamó. Pero enseguida se le olvidó el dolor. Se había sonado, pero no había salido nada de su nariz. Al parecer esa mañana, cuando más necesitaba de sus mocos, éstos lo traicionaban. Entonces se detuvo, y concentrándose lo más que pudo, se volvió a sonar. Y esta vez sí. Una cantidad enorme de moco, grueso y pegajoso, se quedó impregnado en sus dedos.
-¡Ahora sí me las van a pagar! -exclamó el niño mocoso, y arrancó a correr de nuevo.
-¡Se nos acerca! ¡Nos va a alcanzar! -gritaban sus agresores.
-¡Ay! ¡No quiero que me pegue sus mocos! No, no…
-¡Me las pagan porque me las pagan! -se dijo Nasty, lleno de rabia y de convicción. Pero había corrido tanto y tan rápido, que no se dio cuenta de que al mover sus manos, éstas al chocar contra su pantalón habían dejado todo el moco sobre la tela,

Por eso, cuando él por fin alcanzó a sus agresores, y cuando quiso mancharlos con el moco, vio que sus dedos no tenían nada, si al caso solamente residuos, residuos que no surtirían el efecto de la venganza-cobro.

-¡Por favor…! ¡No nos pegues con tus mocos! – le pidieron sus agresores.
Nasty estaba desconcertado. Miraba sus dedos y no podía entender qué es lo que le había sucedido a sus mocos.
-¿Eh?
-No nos pegues, ¡por favor! No volvemos a burlarnos de ti.

El niño mocoso seguía desconcertado. Su mente parecía haberse bloqueado. Hasta que por fin logró pensar, y cuando lo hizo todo lo que se le ocurrió fue volver a sonarse de nuevo. Sus agresores, al verlo hacer esto se horrorizaron.

“Nos va a pegar sus mocos”, parece que pensaron, y arrugaron sus caras. Nasty se sonó; y cuando lo hizo de su nariz salió, no moco, ¡no!, sino que ¡algo bonito!

-¡Una bicicleta! -exclamaron sus agresores.
-¡Hizo magia! -dijeron, con sus bocas muy abiertas, y sus ojos también.

El niño mocoso, al ver lo que había hecho, no pudo más sino que quedar asombrado de su propio acto.No entendía nada de lo que había sucedido…

Y desde este día y para el resto de su vida, Nasty, en vez de expulsar mocos siempre expulsaría cosas ¡muy bonitas!

FIN.
ANTHONY SMART
ENERO/04/2017

Etiquetas: columna
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