El tiempo pasaba en Tamalville, y todo se volvía triste y deprimente, debido a que el chingado tamal enfermo lo concebía así desde su mente, desde su chingado estado de ánimo. Al parecer, no podía superar con nada su abatimiento, su sin sentido, su apatía y su incapacidad para aprender a chingar. Ah, pobre chingado tamal.
¡Qué alegre y feliz habría sido su vida, si tan solo hubiese nacido sano y siendo un tamal bien chingón, pero todo era lo contrario.
Cada mañana, cuando se despertaba, lo primero que hacía era rememorar toda, absolutamente toda, la historia de Tamalville: su corrupción infinita, sus chingadas porquerías, sus muertes y sus injusticias, sus chingados tamales con sus eternas chingadas, etcétera, etcétera, pero ni aun así lograba superar su chingado estado de ánimo, sino que todo lo contrario.
Luego enseguida se preguntaba por qué él, y por qué si era un tamal, no podía ser, pensar y actuar como tal, ah, pobre chingado tamal. Su vida o existencia transcurría en anhelos que pronto pronto se convertían en frustraciones y fatigas. YA NO QUIERO SER NADA, se decía sí mismo, cuando por su mente hacía desfilar todos sus sueños hechos trizas. YA NO QUIERO SER NADA, volvía a pensar, para nuevamente dejarse sumergir en su depresión…