Caratamal, como ya se ha dicho en capítulos anteriores, era un sitio cibernético, en donde cualquier chingado tamal tenía la oportunidad de su chingada vida, para mostrarse, como jamás nunca se mostraría en su chingada vida física y real.
Y lo mejor de todo es que ERA GRATIS, bueno, casi gratis.
Todo lo que necesitaba un tamal para poder exhibirse en caratamal era un teléfono celular, o una computadora, y algo llamado internet, y listo. Ah, y también tomarse una foto, obvio.
Y ya teniendo todo esto, el resto era tamal comido, o sea una cosa muy fácil de hacer.
Ahora sí, el tamal ya estaba listo para pasar a formar parte de los miles de millones de tamales que a diario, y casi las 24 horas del día, registraban todas y cada una de sus chingadas.
Ah, ¡cómo amaban aquella cosa rara! Sus vidas, o existencias, parecían ya no ser posible sin aquella cosa. Y cada día que pasaba, aquellos chingados tamales se volvían adictos, más y más, a caratamal. Y no se les podía culpar, caratamal era lo único que les daba un poquito de sentido a sus vidas, o a sus existencias, a sus chingadas existencias.