Jorge Miguel Ramírez Pérez
La abrumadora difusión de bonhomía diplomática por el caso del ex dictador Evo Morales, no se compensa con las situaciones que plantea la realidad política mundial: la ligereza de las decisiones asoma consecuencias y hay que evitar la vergüenza y el fracaso.
Porque lo que en principio pegó para algunos como una acción tradicional de cortesía internacional e independiente; cada día cae por su propio peso deformando la imagen que se quiere vender de un antisistémico, el Evo, el cocacolero que ya sin poder, es desnudado por sus detractores y antes comparsas, como el teniente coronel Alfredo Saavedra que se llenan la boca señalando pormenores de las ganancias del narcotráfico de Morales y socios y sus invariables depósitos, en euros en el Banco del Vaticano, sucesor del deplorable Banco Ambrosiano, cuyos secretos se convirtieron en escándalos financieros en el siglo pasado, con la existencia de la Logia P2; y que culminaron en la muerte sospechosa del primer Juan Pablo.
Por eso el fin de semana hizo un llamado Evo desde México, a la Iglesia Católica para que no lo abandonen en su lucha. Se equivoca, él, en todo caso es cliente de un banco, y sus creencias están mas bien con los chamánicos. Está desesperado…. Es mucha lana la que le señalan.
Ahora salen sus fanáticos que a Evo le tendieron la cama los estadounidenses a quienes les corrió a la DEA. Lo cierto es que Evo, -como todo avorazado de poder – solito, se dio en la torre; él labró su destino, se mareó y se cayó.
Desde el primer día que llegó Evo, agarró a nuestro país de plataforma de ataque sin permiso de los mexicanos. Amenazó al sentirse apoyado como para regresar con poder, contra los que lo echaron. Mandó organizar una movilización que tiene ya muertos, cientos de heridos y más de cien detenidos. Se le olvida que él, nadie más que él, se fue y huyó aprovechando el ofrecimiento de asilo, no pedido.
Ni Trotsky cometió ese error, por lo menos, declaró al llegar por Tampico, que no se entrometería en asuntos del gobierno mexicano; incluso aseguró, como todo un manipulador que siempre fue, que tampoco le causaría a México, ninguna fricción con su posición política refiriéndose a su rivalidad con Stalin.
Trotsky mintió y al poco tiempo criticaría la expropiación cardenista, como una maniobra pequeño burguesa y al sometimiento de los sindicatos mexicanos al partido del poder y no solo eso, acusó a Lombardo Toledano de agente del estalinismo, y con el apoyo de sus seguidores estadounidenses de los que recibía recursos desde antes de la Revolución de Octubre de 1917, siguió su combate ideológico contra Stalin. Lo siguió provocando, aprovechando la protección mexicana. Ni el calambre del tiroteo que Siqueiros y otros exaltados, le dieron a su domicilio, lograron disuadirlo de la utopía de incendiar al mundo en una revuelta de todos contra todos. Odios de Trotsky, mas que jarochos. Pero él se animó hasta que agarró cancha. Pero Evo, de entrada, salió con que se va a vengar de los que no apoyaron sus fraudes electorales…
Y si hablamos de diferencias de trato, Evo ha tenido de lo mejor. Ni el Sha de Irán, Mohamed Reza Pahlaví a finales de los setentas del siglo pasado, tuvo las atenciones gratuitas que tiene el boliviano. Mire usted amigo lector, el Sha tenía setenta ayudantes de seguridad: 10 iraníes en el primer círculo, 20 estadounidenses en el segundo círculo y 40 mexicanos en el tercero, pero le costaban una millonada que le pagaba por adelantado a Miguel Nazar y eran de la DFS, no del Ejército, menos del Estado Mayor.
Otra, el Sha pagaba la renta de diez mil dólares de la época, un dineral, en una mansión donde residía con su familia en la zona de Palmira en Cuernavaca, traía hasta su propia vajilla bañada en oro, todos los lujos los pagó él. Sus comidas en “Las Mañanitas”; y le dio dinero a López Portillo, para que México lo protegiera; por eso Jimmy Carter en sus memorias, señaló a López, injustamente como cobarde, porque sacó del país al monarca exiliado, con pretextos increíbles de su salud; cuando el Ayatolah Ruhollah Jomeni pocos saben, empezó secuestrando a familias mexicanas de técnicos que trabajaban en la empresa petrolera de Irán, y amenazó con empezar a matar a los rehenes mexicanos si el Sha, seguía en México.
El Shah desde que salió de Teherán, fue huir. Nadie lo quería, como a Evo, ni los países musulmanes, menos los europeos que temían que los ayatolas en el poder, cumplieran sus amenazas de no venderles petróleo. EUA y el Reino Unido, sus impulsores, no lo recibieron, apestaba; y Francia había protegido por años a Jomeni.
México, por instrucciones de hombres de poder: David Rockefeller, Henry Kissinger y James Carter accedió y salió lumbre. Cuando llegó el Sha a New York; después de su abrupta salida de México, fue cuando los iraníes se metieron en la embajada de Estados Unidos y retuvieron a sesenta rehenes estadounidenses, que liberaron a los años. El Sha después de México anduvo un año, errante. Estuvo en Panamá, en la isla Contadora y finalmente se murió en el Egipto de Anuar El Sadat. Casi dijéramos para que tuvieran certeza los ayatolas iraníes que estaba bien muerto y que la odiada Sadak, su policía secreta no lograría revertir los hechos.
Pero en realidad desde México se le declaró la “enfermedad” al Sha, un mal que era tan, pero tan complicado, que nadie supo cual fue. De todas las enfermedades que le aparecieron y de las que cada médico tuvo su propio diagnóstico, “alguna” lo mató. Desde entonces la Farah Diba Pahlaví, la emperatriz y el hijo heredero del Sha: Reza Ciro Pahlaví callaron. ¡Imagínese el tamaño de la atrocidad!
A Trotsky lo mataron aquí y el Sha salió de México prácticamente sentenciado a muerte; esas experiencias no abonan a reconocer como eficaces a los asilos mexicanos. Ojalá que no por tratar de que se olvidaran las tragedias de Culiacán, en la que evidenció la desnudez del estado mexicano y la de la sierra Sonora-Chihuahua, donde se masacraron mujeres y menores indefensos a mansalva; no nos vaya a salir mas caro el caldo que las albóndigas.