Javier Peñalosa Castro
Las elecciones del domingo 5 de junio dejaron más de una lección. A quienes, como yo, nos atrevimos a ´pronosticar resultados con base en los números de los comicios de 2015 y las cada vez menos creíbles encuestas sobre intención del voto, nos alejaron de las predicciones políticas; a quienes creyeron en la fuerza de su vip, les dejó un buen sabor de boca; y a aquellos que pensaron que podían seguir imponiendo candidatos y comprar votos a diestra y siniestra, les hicieron ver que, si bien tales prácticas siguen rindiendo dividendos, ya no son suficientes para obtener un triunfo incuestionable.
Las enseñanzas de tales lecciones saltan a la vista. Sin embargo, es imprescindible mantenerse en alerta ante las asechanzas que menudean aquí y por doquiera, pero especialmente en los países latinoamericanos. La más grave de todas parece la epidemia de amnesia que aqueja a pueblos como el argentino, el peruano y el brasileño, que parecen añorar los gobiernos populistas de derechas, que nada bueno les dejaron en el pasado.
En Brasil, tras la defenestración de la presidenta Dilma Rousseff, crecen las voces que señalan a los autores del golpe revestido de maneras legaloides, de corrupción generalizada y a gran escala, cuando las acusaciones contra Dilma lucen por demás endebles. Olvidan seguramente el escándalo en que se vio envuelto durante su gestión el otrora presidente Fernando Collor de Mello.
En Argentina, el derechista Mauricio Macri enfrenta también acusaciones de estafa y asociación ilícita, abuso de autoridad y violación de deberes de funcionario público, enriquecimiento ilícito y falsificación de documentos públicos, entre muchas otras. Lo más grave —aunque de ello no se le acuse aún— es que hizo creer falsamente a los argentinos que poseía la panacea para resolver todos los males económicos que aquejaban al régimen de su antecesora.
En Perú, mientras tanto, los electores entregaron la Presidencia —por escaso margen— a Pedro Pablo Kuczynski, un empresario y político de derechas, de casi 80 años, que promete mejorar la economía de aquel país, lo cual no han logrado los gobiernos populistas de izquierda y de derecha que han regido los destinos de aquella nación. Llama poderosamente la atención que la principal rival de Kuczynski fue Keiko Fujimori, hija de Alberto Fujimori —e incluso primera dama tras la separación de sus padres—, tiranuelo preso por sus abusos de poder y —adivinó—enriquecimiento tanto ilícito como escandaloso, a quien sus compatriotas apodaban Chinochet por su ascendencia oriental y por emular como mandatario al dictador chileno.
No debemos caer dos veces en el mismo hoyo
Tras los comicios del domingo pasado parece flotar en el ambiente la falsa esperanza que llevó al impresentable Vicente Fox a la Presidencia, sólo para que echara por la borda la oportunidad histórica de llevar a cabo cambios trascendentes en el país, pesar de que contaba con el más amplio respaldo popular y una economía sólida, sustentada en los elevados precios del petróleo. La gente votó por Fox porque lo sintió cercano, campechano y sincero. ¡Oh decepción! Lo peor es que se valió de toda suerte de artimañas, alianzas bajunas con tepocatas y víboras prietas y prácticas incalificables para escamotear la Presidencia a López Obrador e imponernos al mínimo Felipe Calderón, quien llegó al poder y se retiró de él por la puerta trasera, que será precisamente la vía por la que llegará al basurero de la Historia.
Un regreso para el olvido
Tenemos fresco en la memoria el regreso del PRI, en alianza con Televisa, los empresarios, la Iglesia y otros representantes del poder real, tras imponer a Enrique Peña Nieto, producto de la mercadotecnia y el apoyo económico de los caciques del Estado de México, como sus tíos Arturo Montiel y Alfredo del Mazo y otros oscuros personajes, herederos del mítico Grupo Atlacomulco, cuya fundación se atribuye a Isidro Fabela, y al que se liga a políticos como Gustavo Baz y Carlos Hank González, entre muchos otros.
Sin embargo, Peña no ha estado a la altura de estos personajes que, mal que bien, tuvieron una actuación memorable dentro de la política nacional. Con él llegó lo peor de un priismo en descomposición, que poco tiene que ver incluso con los más oscuros pasajes del antiguo régimen, especialmente en lo concerniente al saqueo indiscriminado de las arcas públicas, la incapacidad, la ineficiencia y el cinismo.
Sobre esto último, llama poderosamente la atención la desfachatez con que Peña espeta a sus “malhumorados” gobernados que no es “omiso ni insensible a las demandas sobre seguridad y corrupción” (¡qué bueno que nos lo aclara!) al tiempo que menudean los reportes de balaceras a plena luz del día, “ajustes de cuentas”, fugas, secuestros y cobro de “derecho de piso” por parte del narcotráfico que, sobra decirlo, está mucho mejor organizado que la caterva de subnormales que mangonean a este país.
Se trata de un grupo de señoritingos educados en las escuelas más caras —empezando por las del secretario de Educación Pública, que jamás asistió a un plantel oficial—, que sólo han mostrado capacidad—sobresaliente, eso sí— para embolsarse, sin más trámite, los recursos de la hascienda pública, sin el menor asomo de recato o de pudor.
Aprendamos la lección
Debemos hacer un ejercicio serio de memoria para no caer en el error de creer de nueva cuenta en quienes han demostrado la más absoluta incapacidad para atender las necesidades de quienes menos tienen, recuperar la dignidad de las instituciones y desterrar la corrupción, la impunidad y el cinismo que han caracterizado a los gobiernos de PRI y PAN.
En este entorno, estos dos partidos y sus aliados representan un verdadero peligro para México, como intentan hacer creer que lo sería López Obrador.
Lo ideal sería que surgiese un candidato serio, honesto y comprometido con las mejores causas, como lo fue en su momento Cuauhtémoc Cárdenas. A falta de una figura de esa estatura, habría que voltear a ver muy seriamente a López Obrador y analizar sus virtudes y defectos al margen de los sofismas y la propaganda negra que se endereza en su contra.
La memoria es muy escasa en quienes poco se preocupan por entender los procesos que afectan al país. A lo más piensan en “como les fue a si mismos sin considerar lis efectos en otras personas que han sido llevadas a situaciones de pérdida y de violencia extremas. Coincido con tu diagnóstico Javier.