Joel Hernández Santiago
¡Quién lo iba a decir? Hace apenas unos meses… ¿cuántos?… cinco o seis, estábamos en lo cotidiano –de entonces-, en el mundo al derecho y al revés –a nuestro modo–, vertidos en nuestros privilegios, ausencias, felicidades, tristezas, justicias, injusticias, alegrías o quebrantos, trabajo y búsqueda; pleitos y reconciliaciones…
… De todo ‘lo que ve el que vive’, que dijera Ricardo Garibay. Era el mundo del cada día con la expectativa de vivir mejor, tener todo cumplido para todos y para seguir en la lucha, con casa-comida-sustento-salud-educación-solaz y un buen techo donde resguardarnos en familia y para recibir con todo esto a los mejores amigos.
Pero de pronto como si nos sumergiéramos en un potente huracán apareció la tribulación que, por estos días, parece cotidiana; apareció el dolor y el llanto entre millones de seres humanos que, con la llegada de una pandemia trágica han puesto en nuestra conciencia el valor de la vida; el dolor de la muerte; y la fragilidad física del ser humano en cualquier lugar del mundo… lo que nos recuerda la frase sacramental de Teresa de Ávila: “Más lágrimas se han derramado por las plegarias atendidas que por las no atendidas”…
Hoy todos, o casi todos, tenemos miedo… temor… angustia… indefinición del porvenir porque el presente nos nubla la vista… Y al parecer no hay alicientes, no hay protección y sí la enorme soledad del que mira, desde el interior de la casa a través de la ventana, cómo se pasa la vida…
Pero sí… si hay alicientes; si hay ese resguardo, si hay ese momento fausto que cae como sol en agua helada; es un acicate que nos vuelve a nosotros y nos hace reconocernos como seres humanos con fuerza, con coraje, con vocación, con creatividad y con sueños que se harán realidad.
Es la cultura. La cultura que nos vuelca hacia lo mejor de nosotros como seres humanos, y hacia nosotros como comunidad y como parte de formas culturales distintas, pero todas ellas una, en su esencia de ser al mismo tiempo inteligencia, corazón, imaginación, mucho trabajo y esfuerzo y la dicha de compartir con todos ese sueño de mundos mejores que están en nosotros y que están alrededor, a la vista. Mundos iluminados de mil colores, que destilan lo mejor del ser humano.
Por estos días se cumplen 49 años de la Casa de la Cultura Oaxaqueña. Una Casa que es el abrigo de muchos y en la que durante casi medio siglo ha sido el almácigo de la creación, de la vocación, espacio abierto para quienes encuentran en el arte y, en la cultura misma, su forma de vivir y transmitir sus propias emociones y sus propios colores y sueños vitales.
Es una institución que viene de lejos; que es histórica y que hoy, a pesar de todos los pesares, sigue adelante porque sabe eso, que la cultura es el aliciente para enfrentar con más fortaleza todo quebranto y pesar. Esta es su enorme aportación al momento que vivimos todos.
Así que en estos 49 años que cumple por estos días, su director Emilio de Leo Blanco echa la casa por la ventana para llevar a cabo un homenaje temático cultural que no sólo tiene que ver con la creación, sino también con la enseñanza, la divulgación y la promoción de los grandes valores culturales que a los oaxaqueños nos hacen ser iguales y distintos.
En una excelente idea puesta a disposición del mundo entero, para celebrar “Los 49 años” y bajo el eslogan de “La memoria colectiva en disputa”, se llevan a cabo actividades de distinta disciplina: música, plástica, arquitectura, gastronomía, cine, lectura… Y todo por la vía digital, toda vez que las actividades presenciales aun no son posible y para salvaguardar la salud y la vida de miles…
Así que desde el 29 de junio y hasta el 11 de julio los afanes de la Casa de la Cultura Oaxaqueña se llevan a cabo por medio de lo que, en este caso sí, se convierten en benditas redes porque nos permiten acercarnos al destilado del pensamiento, palabra, obra, imaginación… “La imaginación, la loca de la casa” que dijera Alejandro Dumas (No Malebranche, como se ha dicho)…
Así que Emilio de Leo quien comenzó su gestión el 1 de febrero de este año, echó a andar su proyecto de divulgación y creación en el viejo edificio del siglo XVIII, construido para ser el Convento de Santa María de los Ángeles y dar albergue a las monjas Capuchinas Descalzas, ‘Las Cacicas’ porque a partir de 1732, recibieron en su claustro a las monjas hijas de caciques oaxaqueños… Es sin duda un bello edificio desde donde se irradia cultura: “Sepan cuántos…”
Y desde ahí se genera la enseñanza mediante cursos y seminarios, se expone al público, se abren sus puertas para escuchar y palpar la esencia cultural de los oaxaqueños en una prueba de que en todo el estado de Oaxaca la cultura es parte fundamental de ser oaxaqueño, ni más ni menos.
Así que el festival de la Cultura Oaxaqueña está ahí; a la vista; al portador, sin enganche, sin fiador. Es gratis aunque cuesta a sus creadores su vida entregada a la tarea de imaginar mundos mejores para todos nosotros y, por eso mismo, es el mejor aliciente para nuestros días. Es la salud del alma.
En su último artículo, el 14 de octubre de 2011, poco antes de fallecer, el gran periodista, maestro e inolvidable amigo, Miguel Ángel Granados Chapa, a modo de despedida nos escrituró:
… Con todo… Es deseable que el espíritu impulse a la música y otras artes y ciencias y otras formas de hacer que renazca la vida, permitan a nuestro país escapar de la pudrición que no es destino inexorable. Sé que es un deseo pueril, ingenuo, pero en él creo, pues he visto que esa mutación se concrete. Esta es la última vez en que nos encontramos. Con esa convicción digo adiós.”
Así que vengan todos, oaxaqueños y no… ‘pásenle, pásenle, aquí no les cuesta nada ser felices’.
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