José Luis Parra
Si usted pensaba que ya lo había visto todo en la política mexicana, respire profundo: faltaban las campañas de jueces, magistrados y ministros. Las redes sociales están desbordadas por una creatividad que —según la intención— busca emocionar, informar o, al menos, no ser olvidada. Y vaya que lo están logrando. No porque convenzan, sino porque parecen una competencia entre el cringe y el delirio.
Uno pensaría que para ser juez de distrito o ministro de la Suprema Corte basta con tener trayectoria, conocimiento jurídico y algo de respeto por la solemnidad de la toga. Pero no. Ahora hay que salir bailando con Kendrick Lamar, transformarse en ilustración estilo estudio Ghibli, declararse más preparado que un chicharrón con crema o hasta enamorarse de un edificio que “te pidió creer en un libro”. Literal.
La elección judicial de este 2025, planteada como una revolución democrática del Poder Judicial, ha terminado por convertirse en un desfile de ocurrencias que a ratos da risa, a ratos pena y siempre, siempre, mucho material para TikTok.
Y si bien hay campañas con tono más serio —como las de Harry Cruz o Jonathan Velasco, que se graban en mercados y centrales de abasto para narrar la típica historia de superación— la verdad es que están perdiendo terreno frente al algoritmo. Porque en estos tiempos, el algoritmo es más juez que cualquier tribunal.
Pero vayamos al punto: ¿qué nos dice esta campaña judicial sobre el momento político que atraviesa el país? Varias cosas, y ninguna es menor.
Primero, que hay una preocupante desinstitucionalización. Lo que antes era una responsabilidad del Senado —nombrar jueces y ministros con criterios técnicos— ahora se ha convertido en un espectáculo de influencers togados. Y no, no es gracioso que quien aspira a impartir justicia se promocione con el mismo lenguaje con el que se promociona un snack en una tienda de conveniencia.
Segundo, que no hay oposición. Y no me refiero a partidos, sino a contrapesos reales. Si esta elección judicial se está dando con este nivel de banalización, es porque nadie está poniendo un freno. Ni en el Congreso, ni en la academia, ni en la opinión pública. La ausencia de una nueva clase política, con ideas claras y mínima seriedad, se nota más que nunca.
Y tercero, que, en medio del escándalo, las candidaturas se están jugando con las reglas del entretenimiento, no del derecho. Se apuesta por lo viral, lo absurdo, lo compartible. Porque el objetivo no es convencer al ciudadano informado, sino al que votará sin tener idea de por qué se elige a un juez, ni para qué.
¿Quién tiene la culpa? Tal vez todos. Tal vez ninguno. Tal vez esto es lo que pasa cuando se abre un proceso inédito sin haber fortalecido antes la cultura cívica ni los canales de participación.
Pero lo verdaderamente grave no es el video del abogado chicharrón, ni la imagen animada en Ghibli, ni la botarga que canta jingles jurídicos. Lo grave es que el Poder Judicial, ese que debe resolver desde amparos hasta disputas constitucionales, está siendo tomado por asalto por el espectáculo. Y mientras eso ocurre, los verdaderos problemas del país —inseguridad, impunidad, violencia— siguen esperando justicia.
Así que no, esto no es un capítulo de Los Simpson. Es México, en abril de 2025.
Y lo peor es que esto, apenas comienza.