MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Descalificar al gobierno, en sus tres niveles pero especialmente al Ejecutivo Federal, se convirtió desde hace unos años en deporte nacional.
Acusar, incluso, al Presidente de todos los males del país, trascendió de las charlas de café a las protestas callejeras y los medios de comunicación, en las letras de quienes con una desenfrenada postura que, en ciertas autorías y ocasiones, carece de fundamentos, de un riguroso sustento que, ausente, a la crítica convierte en denuesto.
El gobernante, por supuesto, es la cabeza de un equipo para cuyos integrantes no existe vacuna que lo exima de incurrir corrupción. El problema es cuando esos personajes pillados y/o acusados de latrocinios, se convierten en emblema de una administración.
Pero, vaya, el tema es el de los cauces que se abrieron a partir de la década de los años 80 del siglo pasado, para criticar sin censuras, salir a la calle y manifestarse contra las políticas gubernamentales, un mentís a quienes acusan que hay censura y represión.
Hay, sin duda, individuos y organizaciones criminales que acallan voces críticas. Hay, también y es innegable, políticos que usan la fuerza pública y la de las armas, para silenciar a sus críticos. Pero hablamos de espacios focalizados, de escenarios en entidades en las que el crimen organizado es ley, es gobierno. Y para nadie es un secreto dónde están esos personajes.
El punto, en este caso, es cuando nos negamos como país, el momento en que cerramos los ojos a una tarea oficial y de beneficio social, por el simple hecho de ser obra de un gobierno con el que no simpatizamos y menos coincidimos.
¿Hay funcionarios públicos ladrones? Los hay y lo procedente es denunciarlos, desnudarlos y que sean castigados con la misma firmeza con la que ellos procedieron en perjuicio de los dineros y ciudadanos.
Y, mire usted, no se trata de un acto de contrición y mucho menos de pontificar en lecciones de civismo.
Cada quien sabe de qué naturaleza es el piso sobre el cual está parado y la posibilidad, por tanto, de utilizar su libertad para denunciar sin temores, porque se fueron esos tiempos de correr delante de la fuerza pública y ocultar los diarios marginales, so riesgo de ir a prisión o ser desaparecido.
Por eso, más allá de una postura patriotera, no cabe duda que aplaudir a personajes como usted ya sabe quién, que un día sí y otro también descalifica a todo lo que tiene el sello oficial y ofrece soluciones, sus soluciones, disparatadas, producto de los sueños de poder, lleva a incurrir en complicidades.
El tema viene a colación por el reproche del presidente Enrique Peña Nieto, en el sentido de que si es el primero en ser autocrítico en reconocer donde hay rezagos, también lo es en pedir que se reconozcan avances
y logros alcanzados en el país.
Y es que, pocas veces el ciudadano común se atreve a reconocer logros de un gobierno, de las siglas y colores que sea, por temor –sí, temor—a ser calificado como gobiernista, oficialista y vendido, o maiceado como acusa ya sabe usted quién.
Los reconocimientos suelen ocurrir en actos públicos, oficiales, en voz de trabajadores, empleados o funcionarios, pero pocas veces en la calle, en un sitio público, en voz alta; pocas veces en artículos de opinión, porque, igual, los autores suelen ser descalificados, acusados de estar a sueldo de la mafia del poder.
Peña Nieto inauguró este lunes en Nogales, Sonora, el Hospital General de zona Número 5 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), una institución que andaba quebrada y se recuperó al nivel de operar con números negros. ¿Quién se atreve a reconocer este logro?
Dijo el Presidente que hay una cifra histórica en la creación de empleos, y es posible alcanzar y hasta superar los cuatro millones generados en su administración. ¿Alguien lo reconocer?
Y destacó que, al finalizar este año, se habrán construido 12 hospitales y 40 Unidades de Medicina Familiar, en beneficio de 3.8 millones de mexicanos. ¿Quién se atreve a reconocerlo?
Por ello, Peña Nieto pidió nuevamente, a los mexicanos, reconocer los avances y logros que se han tenido en cinco años de su gobierno. Es importante, dijo, asimilar esas mejoras y poder desterrar lo que algunos llaman irracional enojo social.
“Hay que tener memoria de dónde estábamos hace seis años y dónde estamos ahora sin dejar de ser autocríticos, reconocer los rezagos y lo que nos falta por avanzar. Pero es de destacar a esta distancia los grandes avances logrados sobre todo en uno de los ámbitos más importantes que es la salud”, puntualizó.
Y tiene razón. Porque cuando la crítica se convierte en denuesto, entonces olvidamos nuestra esencia constructiva y nos convertimos en cómplices de la óptica que niega la realidad porque no es la suya. Digo.
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