Joel Hernández Santiago
Se decía en clases de periodismo en la Universidad: Es parte esencial del periodismo. Es un aliciente. Un descanso. Una mirada hacia el mundo hecho de luces de colores, lentejuelas, serpentinas, colores, matices, emociones, arte, creación, intensidad y emoción: todo y más.
Digamos que esto es así porque es la sección de espectáculos de todo medio es un agregado importantísimo al núcleo informativo central, que en general es el tema político; un tema que en sí mismo expresa dureza, centralidad; es volátil, a veces intenso, cargado de contradicciones, mentiras, y realidades crudas…
… Corrupción, pillaje y también, claro las grandes excepciones con políticos que pudieran estar a la altura del arte: pero son los menos.
Lo dijo hace unos días la señora Sheinbaum al referirse a las amenazas a México de Donald J. Trump, aspirante republicano a la reelección presidencial de Estados Unidos: ‘En campaña se dicen muchas cosas, pero otra cosa es que se hagan realidad’… ¿Vale para su propia campaña?
Y junto al rigor y dureza de la información política está también la información criminal:
Cada día más, en México la información ronda la nota roja criminal: Muertos y más muertos asesinados por homicidios dolosos cada día en muchas zonas del país, sobre todo en aquellas áreas “calientes” cercadas por el narcotráfico y la producción de narcóticos.
La pelea por las zonas de influencia y los mercados y la relación criminal entre sus operarios y venganzas: todo ahí se conjuga para crear un ambiente tenso, doloroso, que genera miedo en la sociedad y causa terror.
Y por tanto hay alicientes, decíamos. Es ese periodismo “soft” como se le conoce: un periodismo “suave”, sin mayor pretensión que la de mirar hacia otro lado en áreas del quehacer humano en las que todo parece hecho de frescura, sonrisas interminables, emociones expuestas abiertas, en canal: todo ahí del espectáculo…
Un periodismo que debiera ser el vínculo entre eso, los espectáculos artísticos que ocurren día a día, a raudales en nuestro país, por todas partes, en toda la República, en cada uno de los estados del país y los municipios: hay espectáculos sin fin…
Y ese vínculo debiera establecerse en base a lo que se supone que debe ocurrir en todas las áreas del periodismo: la ética periodística. El nunca decir nada que no se pueda probar. El dignificar al ser humano pero también informar sobre sus alegrías y emociones. Y sus errores, siempre y cuando la ley predomine y se haya comprobado la información hasta el cansancio…
Y sí: la tarea original del periodismo de espectáculos es informar lo que hay en cartelera, qué contiene cada espectáculo que se presenta en distintos foros nacionales e internacionales; qué tiene de grandiosa tal presentación y su significado; está bien presentado, actuado, iluminado, musicalizado o se erige ahí tal grado de sobriedad que sobrecoge los sentimientos del espectador.
Un periodismo que debe decir lo que es para solaz del público que busca esa parte de la naturaleza humana que viene de siglos y que tiene un sentido lúdico, un sentido emotivo y de creación.
Una buena actuación deberá ser informada y explicada; una buena canción o interpretación están en el rango de lo que debe informar espectáculos que se aproxima al periodismo cultural.
Pero no, no y no… resulta que de un tiempo a esta parte el periodismo de espectáculos ha dejado a los espectáculos a un lado para centrarse en la nota roja del periodismo de espectáculos.
Ya no se informa al detalle, con conocimiento de causa, sobre tal o cual presentación de una obra, de un concierto, de un musical, de una obra de teatro ligera, de las actuaciones monumentales o fallidas de una actriz o un actor; de una buena o mala dirección, de tal forma que el público tenga elementos para saber si tal espectáculo le interesa o no, si gasta su dinero en él, o no.
Pero sí informa, y ahí la traición al género, de asuntos de sábanas; de si este o esta estrella, estrellita o asteroide se acostó con tal o cual artista, o cuantas veces o cuando “puso los cuernos” una artista o un artista a su pareja…
Si tal o cual personaje están en asuntos legales y el ministerio público lo acusa y el juez lo condena, aunque previamente el periodismo o el periodista de espectáculos ya lo acusó, juzgo y sentenció… “pero bueno, yo nomás opino” se esconde.
Lo más letal del espectáculo es, ahora, el espectáculo. No la obra, o la actuación o la grandiosidad o lo fallido de tal o cual espectáculo, y por qué. No. Hoy todo se centra en si este personaje que monetiza su vida privada se casa o no se casa tantas o cuantas veces, si engaña a su pareja si deja a su pareja si deja a su hijo o hija… Y el periodista de espectáculos se erige en juez de la causa.
Si tal o cual actriz o actor se prometieron amor pero ya no y se detallan de forma interminable, infinita, como si fuera la única opción informativa en espectáculos, todas las bajezas del ser humano en lo que se exhibe, asimismo, la bajeza del informador que sí, tiene derecho a su libertad de expresión pero también el público tiene derecho a la ética informativa…
Y así, cada día más, y más y más, el periodismo de espectáculos dejó de serlo para ser eso: la nota roja del espectáculo con lo que se capitaliza el fracaso humano y se traiciona a la ética periodística.
Pero lo peor: “¿Por qué transmiten esa sarta de bajezas y chismarajos de sábanas? Pregunto a un director de un medio televisión: “¡Pues simple y sencillamente porque vende… y vende mucho”!
Y pues eso, en este caso parece –sólo parece- que la ética no vende, y no vende nada.