EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Luna llena tomada en el 2020.
Ciudad de México, sábado 10 de octubre, 2020. – Con la luna llena que no pudimos ver el 1º de octubre, me viene a la cabeza esta canción, tal vez, “porque en ella se refleja la quietud”, como la que recuerdo haber tenido una noche, cuando la vimos salir enorme, roja como una pelotota, recostado en el regazo de quien tanto me gustaba y que aceptó –esa noche–, que pudiera descansar entre sus piernas, sintiendo un cierto calorcito sobre la arena de la playa de Chapala, en la “lunada” que se organizaba en el verano, en ese pueblo adorable donde mi madre tuvo una infancia feliz y el abuelo Guillermo de Alba estaba en el apogeo de su carrera, construyendo hoteles (el Hotel Palmera, luego llamado Nido); o la Villa Niza y, en 1920, la Estación de Ferrocarril después de haber vivido en su town-house, ahora bien restaurado, a espaldas del Nido llamado “Mi Pullman”.
Mi madre nos contaba de las noches cuando caía una tormenta como las que acostumbran caer en el verano y ella se despertaba asustada hasta que venía su padre, la tomaba en los brazos y la acercaba a la ventana para que viera la negrura iluminada por los relámpagos, explicándole que todo lo que oía y veía era cosa de la Naturaleza y, así fue que se tranquilizó por el resto de su vida.
La luna, el astro con el que se miden los ritmos de la vida, los biológicos del tiempo que evocan a la fecundidad y a lo femenino, a la belleza y al misterio del amor, porque así como el sol da la vida, la luna, en su apogeo, hace que las cosas las veamos plateadas, a través de un espejo, como escribió Shakespeare no recuerdo dónde, pero lo conecto con el otoño, cuando empezamos a declinar y deseamos que nos recuerden con ese resplandor del fuego que un día tuvimos, como leemos en el Soneto 73:
Contempla en mí aquellas épocas del año,
cuando las hojas amarillas, pocas o ninguna,
cuelgan de las ramas que tiemblan por el frío como desnudos coros en ruinas, donde una vez cantaron los pájaros.
Ahora que ves en mí el crepúsculo de ese día,
así como al atardecer el sol se oculta en el poniente,
poco a poco, la negra noche,
gemela de la muerte, oscurece todo lo demás.
En mí ves el resplandor de ese fuego
que descansa sobre las cenizas de su juventud,
como en el lecho de muerte, donde deberá
expirar consumido por lo mismo que lo alimentaba.
Esto que tú percibes, hace más fuerte tu amor,
amando aquello que dentro de poco vas a abandonar.
Habla de la vida, esa a la que nos aferremos para poder seguir viendo el juego de luces entre el follaje de la Jacaranda y el cielo azul unas cuantas horas antes de irnos a dormir para estar un rato más juntos, uno al lado del otro, transmitiéndonos ese calorcito que tan bien cae en las noches de otoño.
“La vida terrenal es más que penosa, pero, más que maldita es la vejez, la enfermedad, la miseria o la prisión que nos imponen, aunque todo eso, es un paraíso comparado con el miedo que le tenemos a la muerte”, decía Claudio, un joven privado de su libertad por haber embarazado a su novia en Medida por medida. Él se declaraba a favor de la vida y no le importaba que Isabel, su hermana, perdiera su virginidad con el juez o con quien fuera, con tal que él pudiera seguir viviendo.
Metáforas que apuntan a nuestro deseo, a pesar de que ya no somos jóvenes y el pelo está canoso o queda poco, como las “hojas amarillas, pocas o ninguna” y ahora que vemos el crepúsculo del día, queremos que nos recuerden cuando había brillado bajo el sol.
Por la luna de octubre y el otoño, cantamos esta canción asegurando que de las lunas, la de octubre es la más hermosa.