Sin menoscabo de la victoria de los Reyes Católicos en la Reconquista y la presencia de los conquistadores españoles previamente en las Antillas, no es ninguna novedad que el punto de partida del Imperio Español lo representó la conquista de México, a partir de entonces se consolidó la hegemonía de los peninsulares como una potencia global y que se sintetiza en aquella referencia a Felipe II, en la cual se afirmó que en sus dominios jamás se puso el sol, pues durante su reinado, el imperio español tuvo posesiones en todos los continentes. De cualquier modo y respetando las diferentes posturas en cuanto a apologistas y detractores de Hernán Cortés, la conquista de Tenochtitlán marco él inicio de un periodo fundamental en la historia de España entre los siglos XVI y XIX, y si bien la gloria comenzó en el valle de Anáhuac, el ocaso sucedió en Filipinas, tan íntimamente ligada a la historia de México en distintos periodos.
El año de 1521, fue determinante para los españoles pues el 13 de agosto, día de San Hipólito, los conquistadores al mando de Hernán Cortés derrotaron a las tropas mexicas, tomaron Tenochtitlan y su ciudad hermana Tlatelolco, aprehendiendo a Cuauhtémoc, el valeroso guerrero que, a pesar de una tenaz resistencia, poco pudo hacer para detener el rumbo de la historia. Cuauhtémoc fue hecho prisionero en el paraje conocido como Tequipeuhcan, que significa “lugar donde comenzó la esclavitud” y donde se levanta aun, la capilla de la “Conchita” en la calle de Constancia en el actual barrio bravo de Tepito.
Pero ese mismo año, en otras latitudes, Fernando de Magallanes navegando en el Pacifico, llegó a un rico archipiélago y lo reclamó en nombre de Carlos I, décadas más tarde estas islas fueron bautizadas como “Filipinas” precisamente en honor de Felipe II y para 1565 fueron colonizadas por Miguel López de Legazpi quien zarpó desde el litoral del pacifico mexicano, a partir de entonces las orientales islas dependieron por casi tres siglos del rico virreinato de la Nueva España, esto derivó como ya se mencionó en una fuerte historia en común, entre la cual destacan la presencia de San Felipe de Jesús oriundo de la Ciudad de México y proto santo mexicano en Manila y por supuesto de los derroteros de la Nao de China, Galeón de Manila o de Acapulco entre 1565 y 1815, el llamado Galeón de Acapulco, que en algún momento fue considerado la ruta comercial más importante de la humanidad, unió el lejano oriente con Madrid a través de la influyente Nueva España. Además del nutrido intercambio cultural entre México y Filipinas que incluso nos ha legado palabras de origen tagalo como “Parián,” en tiempos más recientes la unión de México y Filipinas se robusteció con hechos como la participación de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana, el afamado Escuadrón 201, combatiendo en 1945 contra las tropas imperiales japonesas en la liberación de las Filipinas.
De cualquier forma a pesar de los vínculos que se formaron entre los distintos territorios que formaron parte del Imperio Español, México y Filipinas fueron protagonistas del ascenso y caída del mismo, y si bien México fue el sitio donde todo se consolido, en caso de Filipinas fue junto con Cuba y Puerto Rico donde como ya se mencionó, los sitios donde el imperio vivió sus últimos días, no en vano por mucho tiempo en España se dijo cuando ocurrió una desventura: “ Más se perdió en Cuba” o “Más se perdió en Filipinas”
España tuvo un siglo XIX muy complicado que partió de la invasión napoleónica, a la independencia de sus grandes posesiones y virreinatos en américa continental, de ahí a las guerras carlistas y la Primera República, como si todo lo anterior no fuera suficiente llegó la desastrosa guerra hispano americana de 1898, donde la otrora primera potencia de Europa perdió ante los americanos sus últimos territorios en América y Asia, con tino los españoles han llamado a esta conflagración, el “Desastre del 98”.
La historia militar suele ser cruenta, y no siempre llena de hechos dignos de ser alabados, sin embargo reconoce los sucesos dignos de las más altas virtudes no solo militares, sino también humanas, entre ellas el espíritu magnánimo que unas veces hace grande a los vencedores pero otras más a los vencidos, son incontables las referencias que van desde las Termópilas hasta los tiempos modernos, y en este contexto una página de gloria le permitió a medio centenar de infantes españoles cerrar con honor no solo el “ Desastre del 98” sino lo que sus ancestros iniciaron en el siglo XVI, me refiero en concreto al Sito de Baler, asedio ocurrido en Luzón, Filipinas entre julio de 1898 y Junio de 1899, en el cual este pequeño pero valeroso destacamento de españoles resistió con bravura el embate de una fuerza superior de insurgentes filipinos, a lo largo de 337 días los cazadores españoles hicieron 700 bajas al enemigo, de una fuerza sitiada de 54 hombres, sobrevivieron 33 militares y dos religiosos, los españoles hicieron de una pequeña y antigua iglesia piedra su fortaleza y ahí resistieron no solo rechazando al enemigo, sino saliendo de sus posiciones en incursiones furtivas para obtener comida e incendiar casas aledañas para mejorar su campo de tiro.
Su resistencia rebasó la fecha de la rendición española en el “Desastre del 98” pero los sitiados se negaron a bajar las armas pensando que era un ardid enemigo, cuando al fin tuvieron la certeza del fin de la guerra, capitularon un 2 de junio de 1899, los filipinos reconocieron su bravura y les permitieron salir con sus armas y bandera en alto, los sobrevivientes volvieron a España y ambos vencedores y vencidos dieron un final de caballeros a poco más de trescientos años de presencia española en las Filipinas, una conclusión épica de todo aquello que comenzó en Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521.