José Luis Parra
Mientras el país se tambalea rumbo al precipicio financiero, nuestras legisladoras se arrancan las extensiones en San Lázaro al grito de “¡Palestina libre!”. Muy respetable su furia internacionalista, aunque quizás un poquito desubicada. No porque el conflicto no lo merezca, sino porque la casa se está incendiando… y ellas organizando performance.
Y sí, el gobierno necesita lana. A manos llenas. Para el cierre de año, para arrancar el próximo. Para seguir fingiendo que aquí no pasa nada, mientras allá afuera todo se derrumba. El narco manda, los mercados dudan, y los gringos preparan la podadora para recortar el T-MEC. Pero en lugar de previsiones, austeridad o una estrategia fiscal seria, el régimen opta por entretener a su clientela con cajas chinas de saldo: Gaza, Israel, feminismo de ocasión y visitas a Macuspana.
Ya ni hablar de los activistas que se fueron a hacer campaña a zona de guerra con dinero que salió —oh sorpresa— del bolsillo de los mexicanos de a pie. Nos costó repatriarlos, mientras ellos siguen lucrando con su numerito propagandístico. Eso sí, su conciencia, muy limpia.
Pero si realmente se quiere hablar de recursos, empecemos por lo evidente: aplicar la ley. ¿Qué tal si se cobra lo que deben los huachicoleros fiscales? Hay facturas pendientes por años de evasión que podrían elevar cualquier fondo soberano a nivel BlackRock. Y ya encarrerados, pongámosle IEPS al narco: si a los videojuegos, los cigarros y las cocas se les castiga con impuestos “por el bien social”, ¿por qué no extender ese mismo criterio a las actividades que más daño hacen al país?
Pero no. Aquí se prefiere el show. Se opta por las “resoluciones morales” y el activismo parlamentario. Como si gritar en tribuna fuera más eficaz que legislar para prevenir una catástrofe económica.
Porque lo que se avecina es eso: una tormenta perfecta. Trump viene por el T-MEC. Y podría venir con una motosierra bajo el brazo y con especial saña contra México. Quiere revisar todo, modificarlo todo. En especial lo que huela a industria automotriz. Y como aquí no se previene nada, el país llegará a ese escenario con las cuentas en rojo y los pantalones abajo.
Pero nuestras diputadas seguirán peleándose por Palestina.
Con la misma rabia con la que ignoran los feminicidios, las masacres del narco y las miles de madres buscadoras que se arrastran por el desierto con una pala en la mano y el alma rota.
Esa es la verdadera Palestina mexicana.
Pero claro… esa no da likes.
Y mientras hablamos de recortes, de IEPS al narco y fondos de previsión estilo BlackRock, aparece el siempre combativo senador Gerardo Fernández Noroña… en jet privado. Porque el pueblo bueno no se representa desde el asiento 17D, sino desde el confort de una cabina ejecutiva a 10 mil pies de altura. Eso sí, después saca su pase de abordar comercial —como truco de feria— y jura que es “una mentira de los medios”.
En la 4T lo miran con cara de “¿y este qué?”. Lo defienden con la misma convicción con la que se arman las coreografías pro-palestinas: mucho ruido, poca memoria. Porque apenas en el último consejo partidista se dijo clarito: fuera lujos, fuera aviones, fuera excesos. Pero Noroña vuela alto, aunque las reglas lo mantengan en zona de turbulencia.
Y si a eso le sumamos la casita en Tepoztlán —de apenas 12 milloncitos—, los pleitos en tribuna y un ciudadano que tuvo que pedirle disculpas en vivo y en directo, lo que queda claro es que no hay avión que lo regrese a tierra. Ni línea de partido que lo aterrice.
La austeridad republicana, por lo visto, sólo aplica en clase turista. O para los demás.