Dice el señor presidente López Obrador que, si Arturo Zaldívar no encabeza los trabajos de la reforma al Poder Judicial, ningún otro ministro o ministra lo puede hacer, son más de lo mismo afirma.
Desde luego que el aserto aplica para él mismo: la transformación del país (lo que esto signifique), sólo puede ser encauzada por el tabasqueño, nadie más tiene la capacidad, incluso, sugiere ser un predestinado.
Con base en lo anterior, es factible reinterpretar aquello de: ‘al diablo con sus instituciones’.
O sea, cuando mandó al carajo a las instituciones, no se refería al aparato de poder de sus adversarios, sino, al concepto mismo de la organización del Estado.
Para AMLO, el destino del mundo se reduce a un acto volitivo, en este caso, el que surge de hombres providenciales (mujeres no, porque como buen patriarca, es misógino), los cuales tienen la misión de pastorear al amorfo conglomerado llamado pueblo.
Por eso el asambleísmo en lugar de las elecciones, los ‘valores morales’ enseñoreados por encima del Estado de Derecho, la fábula en lugar de la ciencia, las compadres por diplomáticos y los chiqueadores de albahaca por las vacunas Pfizer.
Esto es lo que subyace en el actual ejercicio del poder: una mente atrabiliaria que, cual fantástico personaje, tañe una flauta para buscar resolver los problemas estructurales del subdesarrollo.