La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Su tiempo la dejó en buzón, ni siquiera en leído
La muerte de Debanhi Escobar (ante la carencia de información oficial, omitimos hablar de feminicidio, aunque muchos elementos apuntan a ello), no es un evento azaroso en un país sumido en la inseguridad, se inscribe en un fenómeno surgido de una serie de procesos político-económico-sociales.
De inicio, la proverbial corrupción gubernamental que se anida, principalmente, en los órganos de procuración de justicia, ya que, para que la impunidad tome carta de naturalización, requiere, justamente, de fiscalías que funcionen ‘a modo’, disfrazando este actuar, bajo los supuestos de la ‘incompetencia’.
La remota posibilidad de que un homicida pise la cárcel, es el principal estímulo para que los asesinatos, en todas sus variantes, sigan aumentando día con día. Es terrible decirlo, pero para los criminales matar se constituye en una salida cotidiana, no tendrán sanción.
Además de este contexto general, Debanhi nació en una época en que la solidaridad amical no es algo exaltado por los valores prevalecientes, el individualismo ramplón hace del ‘ráscate con tus propias uñas’ un apostolado. Preferible estar online, no en la realidad.
Así pues, la estudiante de derecho, tuvo la osadía de acudir a una fiesta, en un país donde tal cosa es un deporte extremo, sobre todo, si se es mujer, para colmo, el infortunio la hizo pisar un territorio que algunos definen como ‘el corredor de la muerte’.
Desear parar un rato de relax, caminar en zonas en las cuales la ‘ley’ la aplica el más fuerte (que no es el gobierno), ser mujer joven, la falta de empatía de sus acompañantes, el negro manto de la impunidad trocado en noche y la psicopatía viralizada, fueron las circunstancias de Debanhi. Triste, pero lo que no logró al final, lo tendrá en la tumba: paz.