Por David Martín del Campo
El primero de octubre del año próximo, que caerá en martes, una mujer será Presidenta constitucional. Tal vez ingeniera civil de profesión, posiblemente maestra en ciencias de la energía, no lo sabemos aún, pero eso sí, aficionada a los ropajes mexicanos, el huipil y el quexquémetl. ¡Cómo ha dado vueltas el mundo! si consideramos que antes de 1955 ninguna mujer pudo ejercer el voto electoral, pues eso de la “política” estaba reservado para sus maridos, sus padres y hermanos varones.
Rafael Solana publicó por aquel tiempo un drama titulado “Debiera haber obispas”, que poco después sería montado por Luis Basurto. La anécdota desarrolla un enredo provinciano alrededor de la muerte de un viejo sacerdote que ha enloquecido, y que ha sido atendido por una solterona que huele a parafina. Así ahora habría que escribir un nuevo melodrama que se titulase Debiera haber Presidentas, o Generalas, o Astronautas (bueno, cosmonautas las hay desde 1963 cuando el lanzamiento de Valentina Tereshkova a bordo del Vostok 6).
En el lapso que va de aquel 3 de julio de 1955 a hoy, ha ocurrido una formidable transformación de la sociedad mexicana incorporando a la mujer, cada vez más, en las responsabilidades cívicas antes exclusivas de los caballeros. Así las cosas, permeada crecientemente por el movimiento feminista, la política nacional (la sucesión presidencial) reside en el talento de dos mujeres que disputarán la contienda electoral de julio de 2024… algo impensable en el siglo pasado.
Claudia Sheinbaum, que tendrá 62 años en ese momento, es maestra en Ingeniería Energética por la UNAM, y madre de dos hijos. Será (todo parece indicarlo) la candidata a la Presidencia por el partido Morena. Por su parte la recién (pre)candidata por el Frente Amplio por México, Xochitl Gálvez, tendrá 61 años cuando los comicios, y es madre igualmente de dos hijos, además que cursó la especialidad de Ingeniería en Computación en la UNAM. O sea, vistas así las cosas, hay una INGENIERA en nuestro inminente futuro.
Sin embargo en eso no hemos sido demasiado originales. Muchos países han sido gobernados ya por mujeres más o menos prominentes. Están los casos de Margaret Thatcher, primera ministra de Gran Bretaña en 1979, o la admirable Angela Merkel, canciller de Alemania en 2005. En el caso de Latinoamérica tampoco destacamos por innovadores. Ya han sido presidentas en sus países María Estela Martínez de Perón, Argentina 1974; Lidia Gueiler Tejada, Bolivia 1979; Violeta Barrios Chamorro, Nicaragua 1990; Ertha Pascal-Trouillot, Haití 1990; Mireya Moscoso, Panamá 1997; Rosalía Arteaga, Ecuador 1997; Michelle Bachelet, Chile 2006; Cristina Fernández de Kirchner, Argentina 2007; Laura Chinchilla, Costa Rica 2010; Dilma Rousseff, Brasil 2011; Jeanine Añez, Bolivia 2019; Xiomara Castro, Honduras 2022; Dina Boluarte, Perú 2022. De ese modo, añadir los apellidos Sheinbaum, o Gálvez, a la lista, no hará sino confirmar una tendencia regional.
Años atrás se hablaba en broma del famoso “Club de Tobi” ofrecido por el cómic de La pequeña Lulú. En ese ignominioso círculo sólo eran admitidos los niños, que odiaban en secreto a las niñas y competían descaradamente contra ellas. Circunstancia no muy distinta de las cantinas de antaño, como La Guadalupana de Coyoacán, que hasta hace poco lucía en su pórtico una afrentosa leyenda: “Prohibida la entrada a mujeres, menores de edad y uniformados”. Hoy día, cuando las normas de convivencia se han ensanchado hasta lo inconcebible, el enunciado podría ser causa de encarcelamiento.
Dos ingenieras, sí, dueñas de sus propias fórmulas. Dos (pre)candidatas que han derrotado a sus pares masculinos en las muy peculiares contiendas que protagonizaron. El voto popular, sin comillas, lo decidirá en julio del 2024, imbuido por el carisma que cada una de ellas sepa mostrar en las desgastantes campañas que se avecinan. Mostrar lo nuevo, lo distinto, lo incluyente y, sobre todo, la salvación del país, sometido por las bandas de la mafia adueñándose de territorios y vidas por doquier. Debiera haber obispas, sí, y presidentas, pero sobre todo libertadores, libertadoras, de la convivencia cívica nacional.