Por Deborah Buiza
¿Recuerdas cuándo fue la primera vez que hiciste propósitos de año nuevo? Yo no. En mi casa, la tradición era pedir deseos con las uvas y las campanadas. Mi imaginación no era muy innovadora en ese entonces, así que deseaba cosas comunes: salud, amor, dinero, una familia unida y buenas calificaciones.
En algún punto del camino me di cuenta de que con desear las cosas en Año Nuevo no era suficiente para que se cumplieran, empecé entonces a escribir lo que me gustaría hacer durante esos 365 pero no tengo tan buena memoria y además olvidé trazar un plan de acción, así que varios diciembres me encontré no sólo frustrada sino avergonzada de no haber “cumplido” con lo que me “propuse”, ¿sería que no era tan disciplinada ni tan comprometida conmigo misma?
¿pero si eran cosas que quería por qué entonces no las cumplí?
Algunos años dejé de desear y de proponerme cosas, y no es que me diera por vencida, sino que no tenía la fuerza para mirar más allá del día a día… ¿Cuándo deberíamos darnos por vencidos con esos propósitos que arrastramos año tras año? ¿Cuántas oportunidades debemos darnos para cumplir o dejar ir de una vez por todas eso que se supone que nos proponemos porque pensamos que es lo mejor para nosotros?
Tal vez necesitamos revisar la vigencia de esos propósitos, preguntarnos desde cuándo los estamos intentando cumplir y desde dónde queremos cumplirlos, ¿realmente es algo que está en el fondo de nuestro corazón y hace match con nuestras ideas y con quienes somos? ¿o quizá es algo que se puso de “moda” y entonces quisimos subirnos a ese tren, aunque no tenga nada que ver con nosotros?
¿Qué cosas hemos hecho en vez de cumplir esos “propósitos”? Me parece que ahí podemos encontrar pistas del porqué no los hemos cumplido, aunque saber de que pie cojeamos no implica que caminemos sin cojear.
Saber que queremos y qué hay que hacer para conseguirlo no significa que lo hagamos y lo consigamos, es necesario responsabilizarnos de los cambios que hay que operar y llevarlos a cabo, pero esto ya lo hemos dicho antes en las columnas pasadas.
Yo puedo querer tener mejor salud y saber que para ello tengo que cambiar mi estilo de vida y aún con eso continuar haciendo lo que hasta ahora hago, aunque no sea muy saludable que digamos.
Necesitamos preguntarnos de dónde salen esos “propósitos”, qué es realmente lo que queremos conseguir, qué cambios son necesarios para alcanzarlos y asumir que nos demandaran esfuerzo, voluntad, disciplina y recursos que probablemente no tenemos y no nos hemos dado cuenta.
Aunque, nuevamente hay que señalarlo, el darnos cuenta de algo puede no generar cambios, y en los siguientes renglones seré muy reiterativa:
Ser conscientes de lo que queremos no significa que estemos haciendo lo pertinente para conseguirlo. Ser conscientes de lo que tenemos que hacer para alcanzar nuestros propósitos o metas no significa que estemos haciendo lo necesario. Ser conscientes de que nos estamos boicoteando y cómo lo estamos haciendo no implica que hagamos algo para dejar de hacerlo.
Elige hacer siempre lo que te haga bien, incluso aceptar que hay propósitos que, aunque sean buena idea y todo mundo los esté intentando cumplir, y aun con ello puedes decidir soltarlos y dejar de cargarlos en la mochila de los pendientes.
Y tú ¿qué propósito puedes dejar ir para no seguir arrastrándolo?