Juan Luis Parra
Claudia Sheinbaum aprendió bien la lección del 68. No para defender a los que protestan, sino para reprimirlos con eficiencia.
Qué ironía: la orgullosa hija de manifestantes, hoy es la jefa de Estado que encarcela a jóvenes por marchar. La misma que se tomaba fotos en la UNAM con el puño en alto, hoy hace carpetas por tentativa de homicidio.
En menos de 48 horas, al menos 18 manifestantes fueron trasladados como delincuentes peligrosos al Reclusorio Norte.
Algunos tienen más puntadas en la cabeza que pruebas en su contra.
Daniela Toussaint fue arrastrada por ocho policías y terminó con el tobillo roto y la cabeza abierta. ¿Su crimen? Estar parada. Literalmente. Eso basta ahora para que te acusen de querer asesinar a un policía.
Eduardo Josafat también fue golpeado, dejado medio inconsciente, y luego certificado “en buen estado”. Con cortes, una herida abierta y, según su familia, sin poder articular frases coherentes.
A Sheinbaum ya la comparan con Díaz Ordaz. Y no es exageración. Es la imagen en el espejo de un poder que, apenas se ve criticado, responde con esposas, gas y un juez de control.
¿Quién necesita tanquetas cuando tiene fiscalías serviles?
Peor aún: las acusaciones de tentativa de homicidio se sostienen en testimonios policiales sin pruebas concretas. Un elemento dice que fue pateado en el suelo por varios encapuchados que, supuestamente, le gritaron que lo iban a matar “por Claudia”.
Qué conveniente.
Qué narrativa tan perfectamente alineada con la criminalización.
¿Y los videos? ¿Y las pruebas de que esas personas específicas participaron? No existen.
Lo que sí abunda son videos de policías golpeando mujeres, agrediendo jóvenes y gaseando niñas. Y para rematar, una imagen viral que no necesita explicación: un uniformado con machete en mano, blandiéndolo sobre las vallas de hierro que cercaban Palacio Nacional.
Mientras tanto, los familiares de los detenidos deambulan entre fiscalías buscando a los suyos como si fueran desaparecidos. Hay adultos mayores, jóvenes sin antecedentes, gente golpeada, incomunicada.
¿Qué parte de esto suena a “justicia”?
La misma mandataria que dice defender las causas sociales, que presume raíces en la izquierda, se estrena como jefa de Estado criminalizando una marcha generacional. Y lo hace con mano dura, con el silencio cómplice de una Fiscalía que ni siquiera puede justificar las carpetas con horarios correctos.
Entonces, ¿quién está atentando contra quién? ¿Los manifestantes que alzan la voz o el gobierno que responde con puñetazos, lesiones y traslado exprés al reclusorio? No es casualidad que sea la Generación Z la que ahora pisa los tribunales. A esos jóvenes se les criminaliza por hacer exactamente lo que Sheinbaum aplaudía de sus padres: protestar.
Tal vez el poder transforma.
Pero no como prometían.
Transforma a las víctimas en verdugos. A la hija del 68 en la nueva Díaz Ordaz. Y a la esperanza en una celda.





