Luis Farías Mackey
Recupero las palabras de Enrique Alfaro porque rebasan con mucho un corral partidista específico parra irrigar y pintar nuestra decadencia política nacional, al menos en una de sus facetas.
Dice Alfaro: “Quienes usan de idea de lo nuevo para disfrazar el absurdo, los que nos metieron en el callejón de la banalidad, el callejón de la no política”.
Destaquemos sus argumentos torales: el engaño que habla de lo nuevo para embozar lo absurdo, y el entrampamiento entre lo banal y la negación de lo político.
Queda claro que el problema de Alfaro no es con Álvarez Máynez, antes bien lo suyo es una gracia admonitoria que le señala con precisión y clarividencia el corazón del problema. ¡Aguas Jorge!, parece gritarle.
Y tampoco es un problema exclusivo de Movimiento Ciudadano. Es una advertencia a la política sin sentido, sin seriedad, sin congruencia, sin vergüenza. A la “no política”.
El espectáculo por política que hoy tenemos, es en el fondo un vejatorio negocio al que no le importa destruir el tejido identitario y dejar a un lado la atención de nuestra ingente sobrevivencia como Nación. No es que ganen mucho dinero, es el daño que hacen a la argamasa política que destruyen con sus voraces sinsentidos.
Posiblemente la regulación de la publicidad política, incluida en ella la demoscopia, que terminó en simple instrumental propagandístico y, claro, negocio, será una de las principales asignaturas pendiente de una reforma política que, ojalá, todavía haya oportunidad de hacer, si lo “nuevo”, lo banal y lo no político no acaban antes con México.
Y no se trata de ser adusto o frívolo —ligero, le llaman ahora queriendo tapar con una tanga de hilo al elefante con que se han acostado—, se trata de que la política es antes que nada contenido, valores, fines, compromisos, y luego acción. No exclusivamente ruido.
Y sí, la política es aburrida porque trata de los problemas de todos, las opiniones de todos y los intereses de todos. Es densa, complicada, contradictoria, siempre en gerundio. Quien la quiera hacer divertida y baladí, no sólo la desnaturaliza: la hace estéril y suicida.
PS1. — Dos cosas presume el esposo de Mariana de su destape “ligero”: la no necesidad de telepronter y los millones de vistas a su video. La ausencia de lo primero no es virtud, ni genialidad; es descuido, soberbia, indolencia e incomprensión de la realidad. Ni siquiera se percató que aportó prueba fehaciente de su residencia fuera de Monterrey. Lo segundo es desconocer que la mayor parte de las visitas al video bien pueden ser contrarias y ofensivas a su causa e interés. Pero, más aún, ignora que los likes y vistas no son votos.
PS2. — Álvarez Máynez debe salirse de los callejones del absurdo, lo banal y la no política, pero también de uno aún más peligroso: el Callejón de Samuel. Una candidatura no es una “estafeta”, es una unción, en tanto gracia y comunicación que mueve a la perfección y a la virtud, que eleva al sujeto a otra categoría, reto y sacrificio. Y no, él no es un perrito para que le griten ¡Arráncate Máynez! Tiene que crear su propia y personal narrativa y candidatura, marcar su terreno, su paso, su velocidad, su impronta. Aceptar que él es sólo la respuesta a lo que nadie le hizo a Samuel, y menos en él a lo jóvenes de México, lo deja en condición de achichincle, mozo de espadas, coordinador encargado de candidatura podrida, plato de segunda mesa. Vestir simplemente la giubba sólo lo hace plagiacci. Además de permitir que Samuel y Mariana sigan siendo los dueños y ejes centrales de su “candidatura” y de la narrativa. Corresponde a él decidir, decir y acreditar si ¡Habemus candidato!
PS 3. — Gran parte de la carga sobre los hombros de Álvarez Máynez es obra, que no mérito, de sus destapadores. Ojalá lo alcance a ver.