Por Aurelio Contreras Moreno
Si por algo pasarán a la historia las elecciones de 2021, además de por sus resultados cualquiera que éstos sean, es por el enorme desaseo, por las toneladas de suciedad con que se están llevando a cabo.
Desde que se tiene memoria histórica, las elecciones en México nunca se han caracterizado por ser limpias. Ni en la naciente nación independiente del siglo XIX y mucho menos en la época posrevolucionaria, en la cual el fraude electoral se convirtió en signo de identidad de aquella “dictadura perfecta”, como fue calificada por Mario Vargas Llosa en pleno sexenio de Carlos Salinas de Gortari.
Fue precisamente por esa razón que cuando se creó el sistema electoral que aún opera en México, fuera de la férula del gobierno, se estructuró con base en la desconfianza, estableciendo cientos de candados y regulaciones legales para evitar, en la medida de lo posible, las trampas a las que todos, absolutamente todos los partidos acuden para buscar hacerse del poder.
A lo largo de las últimas tres décadas ese sistema ciudadanizado ha funcionado para que exista, si no una democracia plena, sí una sana pluralidad política en la representación popular y una necesaria alternancia partidista en las responsabilidades públicas. Con múltiples fallas y vacíos, ciertamente. Pero infinitamente mejor que la “modalidad” en la que el gobierno organizaba las elecciones y ¡oh sorpresa!, siempre las ganaba el partido oficial. “Singularidad” a la cual la mal llamada “cuarta transformación” intenta hacer retroceder a México sin siquiera disimularlo ya.
La abierta, desaforada y desproporcionada embestida del presidente Andrés Manuel López Obrador contra los árbitros electorales, los actores políticos en campaña, los representantes de organismos de la sociedad civil, los periodistas que no adoran su efigie y contra el propio sistema democrático que le permitió a él mismo llegar al poder del que hoy abusa con un cinismo que asusta, no dejan lugar a dudas sobre sus obsesiones autocráticas, las cuales, por otra parte, están en peligro de derrumbarse tal cual se desplomó –y por precisamente por esa misma causa- la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México.
No ha sido López Obrador el primer presidente en meter las manos en un proceso electoral, por supuesto. Pero sí fue el político que más abogó en los últimos 20 años en contra de esas prácticas que, ahora que está en el poder, no le parecen condenables. Reflejo de la simulación con la que navegó con bandera de demócrata, cuando no es más que un populista demagogo a la usanza echeverrista-lopezportillista. Sin un ápice del bagaje intelectual de aquellos, pero con todo su autoritarismo recargado.
El caso es que ante la posibilidad real de un descalabro épico en las elecciones que se celebrarán dentro de casi tres semanas, todo el régimen de la llamada “4t” está volcado sobre el proceso electoral. Desde el presidente hasta la Fiscalía General de la República, pasando por legisladores, funcionarios federales, autoridades municipales y gobernadores. Como el de Veracruz, que sin empacho alguno ha contribuido con su “aportación” a la oleada de violaciones a la Constitución con la que pretenden reventar la elección.
Así, Cuitláhuac García Jiménez anuncia con desparpajo en sus redes, en plena campaña electoral, desde la construcción de una escuela de beisbol en Boca del Río hasta un sistema de mitigación de inundaciones en Xalapa, exactamente un día después de que la capital veracruzana quedó bajo el agua a causa de una lluvia torrencial de las que cada año provocan estragos en las mismas fechas, en las mismas zonas. Pero qué mejor que “darse cuenta” de ello a unos días de los comicios.
PRI, PAN, PRD y toda la caterva de partidos y políticos que han pasado por éstos –muchos de los cuales ya encontraron cobijo en Morena, que los recibe con los brazos abiertos pretextando falacias ridículas que sus normalizadores defienden como perros rabiosos- le fallaron al país de muchas maneras. Incurrieron –e incurren- en actos deleznables, nada democráticos y muchas veces merecedores de ser llevados ante un tribunal y no a un cargo de elección popular.
Pero Morena y sus compinches no son mejores. Con un “pequeño detalle” adicional: son delincuentes electorales confesos.
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