Por Javier Arias Casas
A unos días de culminar este 2020, parecería que hay esperanza para que en el 2021 la humanidad pueda, después de un año de grandes lecciones, recuperar la normalidad en el desarrollo de su vida; no obstante, se perciben futuros cambios en los paradigmas sociales, culturales, económicos y por supuesto, políticos; mismos que ya venían cocinándose años atrás, pero que se han acelerado en su materialización por la pandemia.
Uno de los más impactantes será la manera de que, en lo futuro, se valore a la democracia como mecanismo para la organización política de los Estados, esto resulta por demás importante, tomando en consideración que, al menos en América Latina, en las últimas décadas el valor de la democracia ha venido a menos.
Por varios años consecutivos el Latinobarómetro ha registrado una baja en la aceptación del respaldo a la democracia como sistema de organización política, así como un aumento paulatino de un bloque de ciudadanos a los cuales, les resulta indiferente el tipo de régimen o sistema político que se adopte en su país.
Estas conductas tienen en gran medida su origen, en las distintas crisis que se experimentan en América Latina, en el aumento de las desigualdades sociales y en el cada vez, más escaso acceso a la canasta básica y a un nivel de vida digno de los grupos sociales más vulnerables.
Así, existe una clara tendencia de los ciudadanos latinoamericanos a despojarse de sus libertades y sus derechos político electorales, en la medida en que, puedan encontrar en el discurso o la acción de algún actor político, la garantía de un acceso medianamente eficiente a los satisfactores de sus necesidades básicas en lo personal y lo colectivo.
El caso de México no escapa del contexto global; la pandemia ha puesto en evidencia la fragilidad de los hilos en que se sostenían las distintas clases socio-económicas del país, de las cuales, las más pobres evidentemente, han sido quienes más han padecido las consecuencias en su salud y economía, sector poblacional que mayor representatividad tiene y que, por cierto, son quienes mayor resistencia han opuesto para adoptar las medidas de prevención, en una especie de acto de rebeldía social frente a las autoridades.
Bajo este panorama, resulta impensable que, frente a una sociedad no solo polarizada por el discurso, sino por las abismales desigualdades para hacer frente al Coronavirus, exista una mayor tendencia a renunciar a la democracia como forma de organización política, favoreciendo con ello la llegada de regímenes totalitarios.
Primeramente, porque la democracia no ha tenido beneficios significativos para las clases sociales más pobres; segundo y con el mismo grado de importancia, porque siguen sin comprender ¿qué es la democracia?; tercero, porque la democracia no ha terminado de construir demócratas.
Así, frente a un panorama social inmerso en una crisis de salud, en la cual se ha generado, con justa razón, una psicosis colectiva frente a un riesgo latente a la muerte, lo último que le importará al ciudadano es la democracia, por lo que, bajo un instinto de supervivencia, tendrán la apertura para aceptar cualquier forma de gobierno que les garantice la vida propia y de sus seres amados, aun a costa de sus libertades.
¡Pero de eso, ya hablaremos!