KAIRÖS
Francisco Montfort
El Estado es el actor esencial de una nación. El Estado exitoso es el que gerencia con más aciertos que errores las contradicciones entre los múltiples procesos de la democracia, de la modernización y del desarrollo.
El Estado mexicano es un modelo del fracaso. Nació con la tara del caudillismo. Después lo transformó en presidencialismo, apoyado por un partido único. Nació y creció, pues, sin democracia. Y así estuvo hasta el año 1997.
Su modelo de desarrollo (después de la etapa liberal de los norteños con su Partido Nacional Revolucionario) a partir de Lázaro Cárdenas fue un capitalismo de Estado. Su modernización, a partir de este presidente, estuvo deformada por un sistema educativo corporativo y una enseñanza pública ideologizada, infantilizada.
La modernización de las clases medias y la ausencia de democracia pusieron fin al modelo priista de Estado desde la crisis de 1968. Después el modelo de capitalismo de Estado también se agotó. La apertura democrática de Jesús Reyes Heroles y la transición a la democracia modernizaron a la sociedad y el Estado.
El esfuerzo para emparejar democracia, desarrollo y modernidad iniciado en 1982, con un Estado funcional, fue frenado a partir de 2018. Un presidente conservador y sobre todo reaccionario ha impulsado la deformación del Estado, con una ideología cardenista, de izquierda de la Revolución Mexicana (Jorge Castañeda dixit).
También lo construye con un notable esfuerzo para reconstruir el capitalismo de Estado (PEMEX, CFE, sus obras emblemáticas, Mexicana de Aviación, etc.) y capitalismo de cuates (sus hijos y sus nuevos empresarios).
Lo apuntala asimismo con un retroceso en la modernización de los ciudadanos (retrocesos en SEP, CONACHYT, CNDH, INAI).
Y con un ataque despiadado a la incipiente democracia mexicana, sustento de un presidencialismo menos arbitrario y base de otro modelo de crecimiento económico, que ha sido puesta bajo asedio desde 2006 por el señor López. Con su presidencia, el discurso ha sido acompañado con acciones destructivas.
El señor López se autoproclamó “jefe de las mafias” es decir el “caudillo de la ilegalidad”: “a mí no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”; “al diablo con las instituciones”; “(yo) por ser presidente, estoy por encima de la ley”.
Esta actitud es veneno puro contra el sustento democrático: el cumplimiento de la ley. Es veneno duro contra la modernidad: el respeto a las libertades y a proyectos personales y grupales de ascenso social legal. Es veneno corrosivo contra el progreso económico: arbitrariedades contra empresarios, incumplimiento de contratos, atentados contra la propiedad privada.
Las leyes electorales fueron deformadas para dar cabida a los reclamos políticos del señor López. Ahora, como presidente, incumple esas mismas leyes.
Puso bajo asedio al IFE con críticas duras y después de manera abierta con proyectos de ley que desnaturalizan la esencia misma del órgano electoral.
Colonizó el INE con funcionarios afines a su causa. Cuestión de ver a la patética presidenta alzar la mano izquierda para votar los acuerdos del Consejo General. Y, ahora, comprobar las luchas internas entre los seguidores de AMLO incrustados por la presidente contra los funcionarios institucionales. Estas luchas entorpecen enormemente las tareas cotidianas del instituto y ponen en riesgo la elección misma.
Tal vez el mayor riego hasta el momento sean las continuas interferencias del presidente en el proceso electoral.
Han sido tantas que ya pueden configurar un recurso legal contra la validez de la elección. Y son tan sólidas las causas que el proceso electoral presidencial debería anularse.
Desde hace tiempo que el señor López tiende la cama para anular la elección. Uno de sus brazos electorales, el Poder Legislativo, se ha negado a nombrar a dos magistrados electorales que califican y dan por bueno el triunfo electoral del candidato ganador.
La anulación de la elección es sin duda un recurso, el más sólido, con el que cuenta el señor López para asegurar que sus opositores no se alcen con el triunfo.
Un triunfo contundente de la señora Gálvez es la única vía para detener los planes del señor líder del mundo ilegal, del jefe de las mafias, del propietario del poder absolutista. La elección de Estado es lo real-electoral.
El panorama es abrumador para los opositores. La luz del optimismo está no solo en su Candidata. La base apunta al involucramiento de la sociedad que, por lo menos en redes sociales, muestra un llamativo deseo de participar políticamente.
Para evitar ganar la campaña (como ya lo muestra la realidad) pero perder la elección (por ser una elección de Estado) es indispensable que los ciudadanos se conviertan en electores: que voten a favor de un proyecto de Estado exitoso y rompan con el continuismo del Estado fracasado que construye el señor López.
francisco.montfort@gmail.com