Magno Garcimarrero
Con los ojos opacos
de una fotografía
posada en el altar
de la ofrenda mortuoria,
yo te miro brindar
por tu vida y la mía
y, de tantos a quienes
les asomó la risa
desencarnada y fría
que llega con la muerte
y se va con la vida.
El aroma de incienso
que huele a soledades
enturbia el ectoplasma
del tranquilo inframundo
y derriba el lindero
entre dos realidades
sobre una guardarraya
de flor de cempasúchil.
Hoy cumplo el compromiso
de venir a mirarte
tras los ojos opacos
de una fotografía
mientras brindamos juntos
con la triste alegría
de escanciar los recuerdos
en copas de tequila.
Los años son de pan
de comunión de abuelas
y de otros muchos viejos
que se quedaron jóvenes
en las fotografías
alumbradas apenas
con veladoras tristes
que cintilan sus llamas
como ánimas en pena
Juguemos a hacer ruidos
que rompan el silencio,
es entretenimiento
inocente, discreto:
como tocar un piano
que ha pasado en silencio
los últimos diez años,
o hacer caer un trasto
sin uso, arrinconado
en un fondo de olvido
del trastero empolvado.
Juguemos a que vengo
a beberme las heces
de una copa de vino
que Dios convirtió en agua
y al que su hijo divino
alquimísticamente
lo volvió otra vez vino
con desprecio del agua.
Tomemos el aroma
de las frutas maduras
que se ajan en la espera
de ofrecer sus efluvios
y dejemos que ruede
esta celeste esfera
que va a ninguna parte
simulando que rueda.
Disfrutemos a gusto
de nuestra soledad
dejando el ceño adusto
que el abandono inspira
que aquí no hay otra cosa
que verdad y mentira
pues la vida y la muerte
son en la eternidad
caras
de una misma moneda:
la vida es la mentira
la muerte es la verdad.




