Ruben Cazalet
Como a usted apreciable lector, ya no nos sorprende el doble discurso del tuitero más odiado del orbe, Donald Trump. A quien por cierto, se le debe reconocer esa habilidad incendiaria, lo mismo para mentir, afirmar, atacar o recular. (Dicho sea de paso, que para los seguidores de su plataforma electoral es la palabra “orientadora”. Qué esperar de ellos que no leen ni las señales de tráfico)
La semana pasada dentro de esos exabruptos, atacaba con enjundia “la inmigración en cadena”. Ese apartado de la ley en la materia, que se refiere a que cualquier ciudadano de los Estados Unidos por nacimiento o naturalización tiene el derecho a solicitar la permanencia legal en el país de cualquier familiar.
Al deslenguado Trump le parece una aberración, como todo lo que huela a inmigración, excepto, si los migrantes vienen de los países nórdicos por ejemplo. Cuán lejos llega su racismo, la impertinencia. Tal postura lo único que ha generado es una aterradora polarización en la sociedad, misma, ya se permea en las calles de la mayoría de los estados de la Unión.
Dentro de esa feroz campaña para revocar “la inmigración en cadena”, al lenguaraz le salió el tiro por la culata.
Le platico, el día nueve pasado, posterior a esa andana, el señor y la señora; Viktor y Amalija Knavs, oriundos de Eslovenia, recibieron los certificados de naturalización, la noticia sería menor, a no ser, porque se trata de los padres de la primera dama, Melania Trump, quien por supuesto se acogió a la mencionada inmigración en cadena familiar.
Al respecto, el tuitero continúa en silencio…
Ahora a unos minutos de solaz,
Diálogos en el Señorial 4
A través de esas pálidas paredes del camerino peregrinan gotas grises, fieles testigos al pánico escénico, inconfesable a este auditorio de dos, Jorge y yo. Después de más veinte años de entrar a escena cientos de veces, el zumbido a fracasar le agobia, desea huir, mejor volar aviones a escala a control remoto en un campo verde, abierto, lejano al bosque donde los arboles vigilantes lo observan con sedición. Necesita aire fresco. Navegar por el cielo para mirar desde muy arriba a la tierra repleta de hormiguitas disfrazadas de personas, entre ellas; los fans. El trayecto del camarín a las tablas está a boca jarro, quince escalones a bajar, diez pasos directos, más cinco peldaños para llegar atrás del clásico telón rojo de terciopelo con adornos dorados como en la mayoría de las salas del mundo. Siempre se pregunta porque rojo, ese terciopelo cursi a mi madre nunca la sedujo. Imposible correr, el presentador ya lo reveló, al instante los aplausos allanan la Boîte, silbidos, el griterío nombrándolo repetidamente por su nombre de pila, refiriéndose a cualquier compinche cotidiano.
Al momento, la grandiosa orquesta dirigida por don Jesús, Chucho, Zarzosa, inicia el primer compas de “Mi Corazón Canta”. Los aplausos se multiplican, opacan el sonido de los músicos, el jefe de la cabina de control del escenario sube el volumen y libera el haz de luz en dirección al telón por donde con esa sonrisa espectacular saldrá con paso firme la estrella de la noche, dejando atrás cualquier incertidumbre íntima, su porte avasalla cada rincón, consciente, durante la próxima hora será el capitán de ese ensueño.
Cuando amerita la melodía extiende el brazo y el índice señala al auditorio, ¡Es para mí! Me dedica la canción, el corazón te late fuerte, el suspiro es más revelador a los a que acostumbras. Tu pareja lo nota, tus ojos en armonía con tu entrepierna escuchan esa alarma sensual con tan solo mirarlo, se vuelve asequible para acariciarle el torso desnudo. Gran abismo entre los deseos y la realidad. Él, en el escenario, como pretender te pertenece, murmulla a tu oído, escuchas su respiración, su aroma… es todo tuyo, si… Sí, contigo, frente al lecho sin código postal exacto ofrece la superficie para volar a una fantasía tan lejana como el, hoy lo tienes, lo posees. Solo canta para ti. Lo que desconoces es que no mira más allá de dos metros sin las gafas, tampoco cantará un segundo más a una hora, por más le aplaudan, avienten servilletas, rosas rojas, las personas en pie, lanzando vítores, insistiendo la presencia. Para el, es una chamba de ocho de la mañana a cinco de la tarde.
El no regala ni un segundo más. Cumple nuestro pacto a carta cabal, efectiva, sellada con tan solo un apretón de manos.