Escultura de Karl Fredrik a la entrada de la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, símbolo de la No Violencia Internacional
Hoy 2 de octubre recordamos en México la trágica jornada de 1968. ¿Cuántos estudiantes, mujeres, niños, ancianos, fueron silenciados por el ejército?
Nunca sabremos el número exacto.
La versión oficial dista abismalmente de la realidad.
Sí es verdad, que después de ese cobarde ataque, la historia presente de la Nación cambió, abrió paso a la democracia, a la aun perfectible y joven democracia mexicana, que con “candor” inusitado de los electores regresa a Los Pinos a los herederos políticos de Gustavo Díaz Ordaz. Aquél priista a ultranza, el Gran Tatich de la república que ordenó asesinar a los suyos.
Si usted considera que la nueva generación de esa estirpe es mejor, que se renovó, agradezcamos a Televisa la maestría con que maquilló a la vieja escuela, exhibiéndola con rostro joven seductor. La imagen vale más que mil palabras dicen los publicistas. Extraordinario montaje que convenció a 19 millones de electores de los 68 millones que componen el padrón electoral.
Sin duda, debe ser un honor para un político gobernar con el 28% de aceptación, un orgullo por su capacidad de convocatoria, una gran tranquilidad para la conciencia durante los próximos seis años.
Al contrario de los viejos priistas como Díaz Ordaz, los de hoy, probablemente no maten a mansalva al inerme, sin embargo, la lucha de hoy es tan cobarde como la de 1968.
Obtener la Silla del Águila para despojar al país de sus riquezas y apoderarse de las arcas nacionales para beneficio de los encumbrados, no se vale. La guita del hartazgo, a pesar, del cáñamo con el que esta hecha puede romperse en el momento menos pensado.
La conducta de los partidos en el Congreso de la Unión, hoy por hoy, es trascendental, de su proceder dependerá en mucho salvaguardar los intereses de los mexicanos, de quienes, depositaron en ellos su voto su confianza.