Rubén Cazalet.
¡LA EDAD DE LOS NUNCAS!
Mi mama grande, mi abuela materna expresaba, así, su tiranía familiar atravesando amigos cercanos a casa, aquel pedía alivio, o consejo. Matriarca a sol ganado, nunca supimos su lado oscuro. Apoltronada siempre a la cabecera de la mesa del comedor. Incapaz sonreír, las lisonjas, las cejas las censuraban. Momentos tensos. Todos, con o sin acuerdo, la reverenciamos.
La razón era su mayor estandarte, desconozco sus penurias en Culiacán durante la Revolución, el escape a la capital para resarcir los golpes al alma, de menos era la hacienda. Salir adelante, cuatro hijas, un esposo alcohólico, el hermano menor gobernador interino-un pelele a según sus palabras-, las bellísimas hermanas. A todos debía rescatar de la humillación.
Nació la leyenda de mama Chayo, por Rosario. Sin desear fundó una dinastía de seres de bien, honestos, cabales, sin tache, al que se descarrilaba, puesto todos, también ellas, cayeron a las seducciones mundanas. Ella, los rescató, bajo su ala férrea, sin reclamo, sin palabra alguna. Unos triunfaron, otros pasaron la vida sin huella. Los vencedores están en el pedestal familiar. Los pocos, dos, en la historia de México.
En la curva baja del tiempo, donde las pisadas son lerdas y las palabras pausadas, me “secuestró”, ser el más joven de la familia implica cercanía, obligación a realizar las actividades los demás rehúyen por geografía o, las simples ocupaciones bordadas a no puedo.
Gracias a esos menesteres aburridos; cobrar rentas, acercarla a comprar los básicos para la despensa, pagar los impuestos, la luz el teléfono me acercó a su sabiduría. Ella, yo, solos en la intimidad de los recuerdos no deseaba atraer. Aprendí el sacrosanto valor del secreto. La humildad de echar en cara ser mejor o peor a los demás. A nunca nombrar más allá donde lastimas, ofendes.
La edad de los nunca la lastimaba íntimamente, consideraba que el tiempo se acerca para llevarla a un mundo extraño, su tarea por la vida desea eterna. Su rebaño qué haría sin su presencia. La edad de los nunca. “Mama grande me duele aquí, acullá, estoy mareado, la espalda, la cabeza, las extremidades no responden.” En su magnificencia sin sonrisa, severa, “así es, la vida cobra facturas, no eres un chiquillo, tus excesos te llevaron aquí. Paga con dignidad el precio de la vida. No te quejes. Aprende a vivir con esos malestares insignificantes. No es motivo a claudicar. Ven, toma una aspirina”.
Dentro este alboroto de mama grande en mi presencia siempre presente, recibí un correo electrónico de mi hermano-amigo de vida, la circunstancia amerita correr a su lado. No dormí esa noche, impotente treparme a un avión en ese instante, solo deseaba correr a la ciudad de México, a platicar con él. Mirarlo, sentirlo…
La sabiduría de mama grande me llevó a su casa. Departimos una velada inolvidable de cara a mañana. Sin reponerme nuestro encuentro miro la luz del día, todavía hay mucho por hacer.