Ruben Cazalet
La invitación de la semana anterior, como comenté será lunes sin sobresaltos, como la serie de Luismi que a todos nos da harto parque para chismear, especular, considerar rumbos, simple, discutir alrededor del personaje. Con afán simpático o teorías de cuestiones no resueltas.
En este caso, continuare con “Diálogos en el Señorial”.
Previo, permítame a menos a la luz de las largas vacaciones de… quienes sean, momentos a distribuir el peso de la mochila a cuesta. Eludir, por fin, el sobrepeso de equipaje. No importa si es una semana o dos, tres. Navegar ligeros en la prontitud de la efeméride.
Le comento apreciable lector, de mis vueltas en esta majestuosa ciudad donde nací, crecí, me educó padre y madre, además contaminado de ese raro ingrediente metiche del entorno familiar sin faltar la tía agria, o el tío severo, a la vez generoso. Todos orquestados bajo la sabia batuta de mamagrande, mi abuela por parte de Beatriz, mi madre, mujer de ojos verdes piel canela, como la describe la canción presente interpretada por decenas de artistas.
Avecinarme después de más de 30 años, no deseo aceptar cuarenta, me avergüenza tal ausencia, y, a modo, resarcir mi particular aflicción, lagrimeo sin nadie mi mire la sorpresa al caminar calles navegadas en mi realidad pasada, hoy, al transitarlas las encuentro más estrechas, sin la solemnidad de antaño. Igual reconozco la arquitectura del Paseo de la Reforma, sin dejar sentir nostalgia por los bellos camellones de amapolas distribuidos entonces por el regente de hierro, Pedro Ernesto Uruchurtu, de “pe a pa” en esa majestuosa avenida. (También margaritas, rosales, a acompañarlas como damas de novia) Ufis! En su tumba debe dar cabriolas por no olfatear la plusvalía. Amigo de hampones de poca monta, por supuesto, de lejitos a su leal sabueso en la federal de seguridad. “Ay, no me toquen, siento repelús”.
No voy a glosar las particulares aficiones por el color de rosa. Bañaditos, perfumados a aroma de flor de acacias, irresistible. (Me cuestiono, claro, bajemos la voz, le susurro al oído apreciable lector, pendiente nadie nos escuche, nos filme, todos pueden filmar hoy día y meternos en aprietos, además leen los labios, por eso, esto es entre usted y yo, debemos ser amigos de los criminales para que le bajen de hue…vs, o atacarlos al estilo Felipillo Cal Rijoso, sin estrategia, solo para justificar su cuestionable triunfo por 0.54% en las urnas. Vaya insolencia de Feli-Botella. ¿Legalizar? Lo considero un acertado paso en la difícil encrucijada. Me cuestiono, que van a hacer todos ellos desde los operadores hasta las corporaciones, a donde moverán su influencia y las finanzas, se la dejo para reflexión.
No miro en ninguna de mis calles jugando a nadie, como solíamos hacer, ahora, inundadas para dar espacio a su majestad los vehículos, descamellonadas, de sorpresas, de temor, rostros afligidos, pocas sonrisas y, las que surgen por excepción, desconfiables. Tomar distancia. Vaya incertidumbre.
En fin, aquí estoy, me conmueve el presente. Y, mire no menciono a mi pesar, ni al imbécil del norte, a quien día a día se le va acabando los entuertos, las mentiras y los reculos. Circunstancia me es más placentera a disfrutar a lengüetazos de poco a poco un helado en Coyoacán mirando mujeres de buen calado.
¡Ah! Explíqueme esta incoherencia, me confunde; el “virtual” presidente electo de México, Andrés López Obrador. Para mí no es un holograma, el hombre vive, se mueve, respira, hasta es “congruente”.
Las urnas no mienten, jamás ningún presidente ganó la “Silla del Águila” con más de 50% del electorado, ni López Portillo sin contrincante alguno. ¿El virtual? Ya dirige y le da rumbo al país, previo a la “cívica” ceremonia de cambio de la honrosa banda presidencial. Pues no entiendo, el diccionario de la RAE, la Real Academia Española dicta: “virtual; potencial, probable, eventual, implícito, aparente, intrínseco, irreal, posible, imaginado, supuesto, imaginario, tácito”. Creo que soy muy tonto. Es, o no es el presidente electo, sin parafernalia. Punto. No mam…s en tierra de gitanos no nos echamos la suerte entre nosotros.
Disculpa paciente lector, vamos a lo nuestro. Si, al chisme.
Diálogos en el Señorial 2
¡Rataaa! A su modo se refiere a este interlocutor. En el sillón gris, hago números, previo a visitar a los compañeros del bar, a revisar sin revisar, dos auditores se encargan del tintineo de la caja registradora sin despejar el ojo al inventario de la cava. Desconocen, cuento con un “taponero”, rara función. Es espía. Igual al cliente de “guante blanco” en los hoteles, personajes de alta calidad profesional indican las deficiencias y los aciertos del negocio. A mí quien me preocupa son los monstruos, esos grandes guerreros quienes solo mirar su dimensión amedrentan y autorizan, eligen quienes entran o se van del cabaret.
El show continua, la noche siempre agradable.
-¿Qué tanto haces? Toma, bebe. La botella de coñac, infaltable. Sin siquiera mirarlo,
-No, gracias, no bebo coñac, prefiero güisqui y barato, ahora suben mi botella…
Jorge el fiel guardaespaldas, me guiñe el ojo, “tómese una” para no enfadar al jefe. Le plancha el traje, a la vez, impide nadie se acerque al camerino. Sirve una, tantas copas al señor… La noche como tantas. Solos, mirando las lágrimas escurrir dentro esas pálidas paredes. Testigos al pánico escénico.
Jamás se refiere a sinsabores previos a subir al tablado, el escenario imprevisible, el auditorio raro.
En la distancia, aplaude, mesas por ahí al tono etílico son un enfado irreconciliable, exigen por lo pagado, beben, la circunstancia no los merece. Meros comensales. Ante el escenario, nunca falté a medir al público a quienes estaban a la ocasión. Sí, mi silencio era mayor. Jamás acepté una noche sin triunfo. En mi humilde recorrido como telonero, figura, aprendí a escuchar no a oír. O a oír y escuchar, me da igual. A mi grande, gloriosa maestra de casa de músicos sinfónicos, el Conservatorio de Música de México a empujones a disciplina me enseñó a leer los pautados, a las escalas del do-re-mi-fa-sol-.
El re—fa-la-fa-; mas sus asegunes me harían un rocanrolero sensato. Ella supo mi camino era veloz. Esa rara sed a continuar un sendero sin principio ni fin. A, esa gran señora le debo devoción, Mujer, de bigote, ancha, de modos duros, impaciente, con los demás, cuando al salir de clase su figura celestial me recorrió grandes empresas siempre seguí. A autores más audaces, Tchaikovski, Beethoven, tenues; Mozart más la pléyade a escuchar. Escuchar, oír, aprender el re-fa-la-fa…Los sonidos, las sabias prisas, las notas padeciera mi mente. Al simple caminar. A oler al lado las estrellas, la hoja al caer, al imaginar la nieve prístina, conducir la vida mano a mano.