HOMO POLÍTICUS
PAVE SOBERANES
- ¡Pare los Cohetes, Obispo Ramón!
¿Por qué otras ciudades, dentro y fuera del estado de Morelos, no están sucias ni descuidadas como Cuernavaca? La respuesta es sencilla: «Porque el presidente municipal no es José Luis Urióstegui». ¿Por qué en Cuernavaca reina la anarquía? «Porque Urióstegui es su presidente municipal». Es fácilmente adivinable dónde fue a parar el presupuesto de todo este tiempo para mantener en orden el mobiliario urbano.
En cuatro años de fracasos quedó demostrado que no quería ser alcalde para servir. Peleó 15 años por el cargo, con cinco partidos distintos. Como todo simulador y demagogo, hacia el final de sus desastrosos tiempos, seguramente, pintará las calles y ornamentará la ciudad, sin atender el fondo la problemática citadina. Ni el baño de agua puerca de barranca, aquel día que cayó del puente que le advirtieron por escrito no utilizar, hizo al jefe del Cabildo optar por la rectificación política, ya no personal.
Si las familias de Cuernavaca no lo legitimaron en las urnas —en 2021 le pusieron a un aventurero político que como candidato era, como fue, fácilmente vencible—, no tomó con profesionalismo su encomienda. En 2024 ganó la relección gracias a la candidata de enfrente que no ganó ni entre familiares y amigos. El desinterés —y todo lo que ello conlleva— es una forma de desquite contra los ciudadanos, aún contra quienes sí votaron a favor, que fueron los menos. Ambos procesos electorales no los ganó Urióstegui, sino los perdió Jorge Argüelles y Alejandra Flores, que buscan nuevamente competir pese al rechazo ciudadano.
Es dable pensar —cría fama— que el abandono de Cuernavaca se deba a que está tratando, desde ahora, de perjudicar al partido que le dio la confianza de ser su candidato, el PAN, para que su paisano Víctor el Güero es… Mercado —ambos nacieron en Yautepec, sus mayores provenientes del estado de Guerrero—, gane el cargo en 2027. La oferta electoral de Mercado se construiría de los grandes problemas que ha dejado crecer el uriosteguismo. Entre la clase política local se piensa en voz alta que el verdadero presidente municipal, al menos en temas de política, sociedad y comunicación, es Mercado.
Hoy lunes —la noticia de la mudanza de Cruz Azul a Morelos importa—, conforme al calendario margarista de cumplimiento de entrega de enseres para la ocasión, se estrenará un arbolito de Navidad en Plaza de Armas —quienes reclamaron, ¿también quieren un santaclós, como cuando el Cuauh?—, sin ver las calles sin agentes de vialidad que protejan a los de a pie, porque andan extorsionando, sin ver las calles invadidas por comerciantes ambulantes, además de montones de bolsas llenas de basura, porque en Cuernavaca reina la corrupción, la anarquía y el interés electorerista.
A partir de la entrega Nadie avala la anarquía, lectores lamentaron y reprobaron la situación que padece Cuernavaca, propiciada por el dolo, desgano, negligencia y corrupción de Urióstegui. Agradezco las fotografías enviadas por GMR, que complementan hoy la entrega periodística. Dice FRP que «La corrupción también mata», y recuerda las personas en situación de calle que han muerto —cinco, en cuatro años, recalca—, por omisión oficial. No se olvidan las nueve personas atropelladas en cuatro años, tres de las cuales fallecieron en hechos de tránsito evitables.

Como la niña indígena de la glorieta Chapultepec, víctima de la criminalidad gubernamental —ayuntamiento y DIF municipal—, en cuyo espacio físico donde cayó muerta, el uriosteguismo —insensible, empático, déspota—, ordenó su ornamentación, con pintura y plantas, balizando la zona.
letraschiquitas
Todo el día de la Guadalupana, ¡todo el día!, gatos, perros y aves sufrieron como un enfermo en estado crítico en cama de hospital. El obispo de Cuernavaca, Ramón Castro —a quien el Papa Francisco criticó por ser un pastor que no olía a oveja—, que pudiendo detener ese tipo de violencia, ni por enterado —¿o sí?— que ancianos, enfermos postrados, con problemas de salud mental, niños autistas y animales, entre otros, sufren en demasía. Vaya manera de ofender a Dios, atentando contra el bienestar emocional, sicológico y social de una parte de sus hijos… El maligno ha de estar contentísimo.




