MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
El ganso se cansa de tanta demagogia, aunque no rime…
De este affaire a partir de las sendas cartas que llegaron a las oficinas del Rey de España y del Papa Francisco, en las que el licenciado López Obrador los conmina a pedir perdón por los agravios cometidos durante la conquista de México, hay una grave situación que Andrés Manuel aludió como un asunto sin importancia.
Pero el asunto, por su dimensión en Palacio Nacional, la residencia que se asume sexenal del Presidente de la República, debe prender los focos rojos en el primer círculo del licenciado López Obrador. En Palacio hay infidencia, es decir, violación de la confianza y deslealtad hacia quien se considera el jefe máximo, el César que dispone de vida y obra de sus colaboradores.
Mire usted, hace unas semanas, un personaje político de las ligas mayores lo mismo en la oposición que en el gobierno federal, me comentó que en el equipo de Andrés Manuel López Obrador ha comenzado a sentirse cierta decepción respecto de lo que se esperaba al arranque de la actual administración.
Incluso, lo referí este espacio de entresemana, me aludió al caso de un legislador muy cercano a Andrés Manuel que estaba decepcionado de cómo se movían los hilos en el Congreso de la Unión y en el mismo gabinete, a grado tal de que pulsaba renunciar a Morena y asumirse sin partido, aunque no descartaba sumarse a otra bancada con mayor congruencia política.
Ignoro si el personaje que se me refirió ha decidido mantenerse en las filas de Morena, o espera a que concluya el actual periodo ordinario de sesiones y apoyar las reformas constitucionales impulsadas por López Obrador, para no ser considerado un traidor. Pero el tema de la decepción en el rumbo que el Presidente lleva al país y su forma de gobernar es un hecho.
Y él, es decir, el señorpresidente se encargó de rebelar esa situación de deslealtad, infidencia, que hay en su equipo, una referencia que seguramente provocó que en el gabinete varias miradas, por lo menos de los quienes saben de estas entrelíneas, voltearan a ver al canciller Marcelo Ebrard.
Y es que, de las explicaciones no pedidas respecto de las cartas enviadas al Rey Felipe VI de España y al Papa Francisco, en la conferencia de prensa ofrecida en Tijuana, hay una parte que no tiene desperdicio. A saber:
“(…) Eh… Tengo la información que se publicó una especie de borrador, eh, mutilado, es decir, parece que se publicaron dos hojas de cuatro que tiene la carta, sin firma; quién sabe cómo extrajeron ese borrador, quién lo filtró, eh, no culpo, pues, a nadie… así son estas cosas… nosotros no vamos a dar a conocer por lo pronto el contenido de las cartas por respeto a los destinatarios. Porque hablamos ya sobre esto, vamos esperar un tiempo a que se serenen los ánimos…”
¿Quién extrajo el borrador? ¿Quién lo filtró? Valen las interrogantes a la luz de esa revelación del Presidente que parecería una inocentada, un desliz verbal que deja al descubierto a su equipo, a quienes colaboran en su oficina. ¿Quién tiene acceso, en Palacio Nacional, a su correspondencia personalísima, privadísima?
Porque, quien filtró esos borradores, los textos sin firma, sabía lo que hacía y provocó una grave crisis diplomática tanto por el impacto del contenido de las cartas como por el hecho de que salieron de ese espacio que tiene la secrecía diplomática.
Al licenciado López Obrador hay que reconocerle esa enorme capacidad de imponer su personal interés político y, por tanto, sus decisiones por más controvertidas y descabelladas que parezcan a su primer círculo. Y el que no esté de acuerdo, simplemente puede salirse y cerrar la fuerza por fuera.
Porque, desde aquellos días en que se consideraba como irreversible la tendencia a lograr la mayoría de sufragios en las urnas, las propuestas, promesas y ofertas de Andrés Manuel se instalaban por encima de lo deseable y lo posible.
Hoy, junto con este affaire diplomático, en el que han aflorado los chauvinistas y patrioteros, defensores a ultranza que se desgarran las vestimentas y lo mismo defienden a la doctora Gutiérrez Müller que otorgan casi casi el carácter de prócer reivindicador a López Obrador, haya un tema que se quedó al margen, pasó a segundo plano, pese a la evidencia de que el proyecto lopezobradorista está en problemas.
Veamos. En el affaire, López Obrador consideró que hubo una sobre respuesta y se exageró mucho por la polémica generada por las cartas que envió al Rey de España y al papa Francisco en las que les pidió pedir perdón por los agravios cometidos en la Conquista.
“Se me hace que hubo pues una, este, sobre repuesta de, eh, se exageró mucho, lo cual demuestra también de que ahí está el tema ¿eh?, subterráneo, en el subsuelo, y también como dije ayer tiene la parte buena el que se haya abierto esta polémica porque nos lleva a revisar nuestro pasado a recordar la memoria histórica. Eso es muy importante porque el que no sabe de dónde viene difícilmente va a saber hacia dónde va”, adujo con obsesión simplista el señorpresidente. ¡Caray!
Y así de simplista fue su respuesta a Pedro Ferriz Hijar cuando le planteó: ¿Podemos parar con esta confrontación y trabajar a favor de México?, en el reclamo de que deje de llamar a la prensa fifí.
“(…) antes como no tenía autoridad moral y política el gobernante cualquier periodista lo ninguneaba y no podía responder, porque le sacaban sus asuntitos sí… yo tengo autoridad moral por eso cuando estoy viendo cuando hay una actitud tendenciosa de la prensa, eso no tiene nada que ver con la polarización…yo no inventé lo de fifí… se usó para caracterizar a quienes se opusieron al presidente madero (…) Los fifís son fantoches conservadores, sabelotodo, hipócritas doble cara (…)”. Así, con esa facilidad insulta, descalifica y admite, denuncia cándidamente que en su equipo hay infidentes, por lo menos un desleal que ha filtrado documentos privadísimos del Presidente de la República. ¿Y?
Nada pasa, nada ocurre hasta que sucede. Es la máxima. Y ya entrados en gastos, ¿aclarará quién tiene la razón acerca de los recortes que ha solicitado al gasto público, en las secretarías? Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia, o Carlos Urzúa, secretario de Hacienda. Deslealtad en Palacio y decepción en el equipo. Ser o no ser fifí, he ahí… Conste.
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