Por Alejandra del Río Ávila
Hay momentos en los que la política mexicana toca fondo, y no por la crudeza de la realidad nacional, sino por el nivel de mezquindad moral al que ciertos personajes públicos están dispuestos a descender para sostener un relato de poder. La reciente agresión verbal de Gerardo Fernández Noroña contra Grecia Quiroz es uno de esos episodios que exhiben, de manera descarnada, cómo la violencia política contra las mujeres se ha normalizado desde las más altas esferas del oficialismo.
Llamar a una mujer “fascista”, “ambiciosa” o insinuar motivaciones mezquinas por exigir justicia no es un exabrupto aislado: es una estrategia. Es un mensaje. Y es parte de un sistema narrativo cuya función es deslegitimar, humillar y neutralizar a cualquiera —especialmente si es mujer— que desafíe la línea marcada desde el poder.
Sin lugar a dudas Grecia Quiroz hoy es la voz que imás ncomoda al régimen, no está inventando un conflicto ni buscando reflectores; está haciendo lo más elemental que se puede pedir en un Estado de Derecho: exigir que se investigue el asesinato de su esposo, el alcalde Carlos Manzo.
Y aquí hay un punto que Noroña pretende borrar: fue el propio Manzo quien, antes de morir, advirtió públicamente quién sería responsable si algo le ocurría. Grecia solo está repitiendo lo que él dejó señalado, como cualquier viuda a la que se le arrebata al compañero de vida por motivos presumiblemente políticos.
Llamarla “fascista” por ello es una perversión del lenguaje. Un acto de violencia simbólica. Un intento de invertir el papel entre víctima y victimario.
La maquinaria narrativa de Morena: desacreditar para borrar Lo que estamos viendo no es un arranque aislado. Es un patrón.
Morena ha construido una narrativa que funciona como un aparato disciplinario: Si denuncias, eres conservador, si exiges justicia, eres golpista, si eres mujer y te atreves a levantar la voz, entonces eres “ambiciosa”, “ingrata”, “fifí”, “fascista” o un instrumento de la oposición.
La etiqueta no importa; lo que importa es destruir al mensajero.
La estrategia es clara: Primero desacreditan, luego ridiculizan, después deshumanizan.
Así han tratado a madres buscadoras, a víctimas de violencia, a activistas, a periodistas y a estudiantes. Hoy le toca a Grecia, mañana le tocará a otra mujer que se atreva a desafiar la versión oficial.
La responsabilidad legal de Fernández Noroña
Más allá del desgaste moral que generan estas declaraciones, hay un punto crucial que no debe pasar desapercibido: Noroña es un servidor público, no un comentarista de YouTube.
Y como tal, está obligado a cumplir con:
- La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, que tipifica la violencia política contra las mujeres en razón de género.
- El artículo 1º constitucional, que obliga a todas las autoridades a prevenir, investigar y sancionar cualquier acto de discriminación o violencia.
- El artículo 134 constitucional, que obliga a la imparcialidad, neutralidad y buena conducta del servidor público.
- Los criterios del INE y del TEPJF, que establecen que expresiones denigrantes, descalificaciones basadas en estereotipos de género y ataques contra mujeres que participan en la vida pública constituyen causal de sanción e incluso de separación del cargo.
Y Noroña no solo ha incurrido en estos actos contra Grecia Quiroz. Tiene un largo historial de descalificaciones, insultos y ataques contra mujeres periodistas, activistas y funcionarias. Un patrón reiterado que, jurídicamente, construye reincidencia.
Por ello, con fundamento en la legislación vigente y los precedentes del Tribunal Electoral, Noroña podría y debería ser removido temporal o definitivamente de su cargo por violencia política de género.
No es una opinión: es una ruta legal en país que exige dignidad para las mujeres
Lo más grave de este episodio no es solo la violencia verbal, sino el mensaje que envía: que en México, desde el poder, se puede agredir a una mujer en duelo sin consecuencias.
Grecia no está sola. Representa a un país entero que está cansado de ver cómo se violenta a las mujeres desde las instituciones, mientras se presume un “gobierno feminista” en discursos huecos.
Si algo nos demuestran estas agresiones es que la narrativa oficial es una fachada: un feminismo de utilería que se desmorona cuando una mujer levanta la voz para exigir verdad y justicia.
La gran pregunta que queda en el aire, ¿Cuántas mujeres más deben ser insultadas, humilladas o atacadas para que este gobierno presidido por primera vez por una mujer deje de tolerar —e incluso premiar— a quienes ejercen violencia política?
La remoción de Noroña no sería un castigo personal: sería un mensaje nacional.
Un mensaje que México necesita urgentemente: la dignidad de las mujeres no es negociable.





