Habría ocurrido en el más reciente abril, en uno de los salones de la entonces recién remodelada residencia oficial del titular del Ejecutivo Federal.
Una reunión que se tornó ríspida entre aquél que la ocupó de diciembre del fraudulento 1988 al último día de noviembre del sangriento 1994, con quien actualmente es su inquilino.
De principio, se habrían dado las cortesías habituales…
…hasta que el visitante dijera –palabras más, palabras menos, según la versión que él mismo cuenta– llegaran al espinoso tema de la situación económica del país.
Que la desaceleración, que el gasto público detenido o a cuentagotas… que el peligro de la recesión… y, al vuelo, que Luis Videgaray es alumno dilectísimo de Pedro Aspe, por lo que recordó e informó:
— Eso mismo intentó hacer Aspe durante mi sexenio, cuando fue secretario de Hacienda –habría dicho el convidado a su anfitrión–, pero como yo sí se de economía lo paré, nunca lo dejé que avanzara en su propuesta, pues nos habría llevado al desastre.
Y que el residente actual de Los Pinos, en silencio, lo observaba y lo dejaba hablar y hablar y hablar…
…hasta que, ecuánime, tomó la palabra.
Defendió la estrategia del actual titular de la Hacienda pública.
Apuntó con vehemencia que confiaba plenamente en lo que hace (y deshace) Videgaray.
Y que con él ya tenían acordado abrir las llaves presupuestales inmediatamente después de las elecciones de julio y… que con todo ello, la economía se reactivaría, que habría negocios y dinero en circulación, y que con la inyección de recursos públicos la economía bien podría terminar el año fiscal 2013 con un crecimiento superior al 4 por ciento.
Algo sucedió, empero. Todo indica que, por lo que se ve en la segunda mitad de septiembre, los cálculos en abril de Videgaray y de su jefe no fueron certeros.
La economía mexicana apenas si rebasará el uno por ciento.
Y eso, si bien nos va.
OTRO AUTOEXILIO
Otras fuentes dan visos de veracidad de la reunión Enrique Peña – Carlos Salinas, en el mes de abril.
“Fue la última vez que se vieron”, confirman.
También dicen que, de hecho, tras esa charla que terminó “en no muy buenos términos”, a los pocos días el ex presidente salió del país para autoexiliarse, otra vez, en Londres donde actualmente se encuentra.
Y es que platican estos otros informantes lo que Salinas omite, lo que por conveniencia calla:
Que en la ya multicitada conversación, refieren, el Presidente reclamó a su antecesor las múltiples llamadas a sus colaboradores, a los secretarios del despacho presidencial, ya para pedir, ya para sugerir, ya para asesorar… aunque ninguno de ellos se lo solicitara.
Y en ese tenor, que el propio Salinas confirmo al Presidente Peña que sí, que ya en dos ocasiones se había reunido con Luis Videgaray.
Entre otros, precisamente, con Luis Videgaray.
También que hubo reclamos del anfitrión a su convidado.
El de la Suprema Corte de Justicia, comentan, fue uno de los más ríspidos.
¿Por qué?
Pues porque el reclamo presidencial es que, en algunos casos trascendentes o incluso en aquellos que le interesan especialmente al Ejecutivo Federal, no pocos de los ministros de la “autónoma” Corte responden más a los llamados del propio Salinas, a los de Diego Fernández de Cevallos o, incluso, a los del propio Manlio Fabio Beltrones –quienes intervinieron en los nombramientos de esos altos funcionarios judiciales– que a los del propio Presidente de la República.
Un encuentro que fue desencuentro.
¿Con el que Enrique Peña se quitó, ¡por fin!, ya de encima a Salinas?
¿Usted qué cree?
Índice Flamígero: En los salones del Palacio Nacional, predominaban la noche del 15 de septiembre los mexiquenses e hidalguenses. Lo mismo en la plancha del Zócalo recién “limpiado” de disidentes. Difícilmente lo disimulaba la transmisión televisiva. La fiesta “popular” se transformó en mitin de “acarreados”. Por una torta y 350 pesos, ¡viva México!