CUENTO
Hace mucho tiempo existió un diamante que perdió su brillo. Cuando un hombre lo encontró dentro de una mina lo llevó al taller donde una persona experta lo cortaría primero, para luego enseguida empezar a pulirlo.
Cortar un diamante en bruto no es nada fácil. Muchas son las cosas que se tienen analizar y decidir basándose en su tamaño. Pero con esta gema el dueño no tuvo ningún problema, porque la piedra era enorme. Así que enseguida se dio cuenta de que su diamante sería muy hermoso, porque tendría muchas facetas. Y todo el mundo sabe que entre más caras tenga un diamante, más enorme es su valor y su belleza.
Después de pasar unas semanas en el taller de cortado, el diamante fue llevado al taller de pulido. Aquí pasó más de dos meses. Su dueño quería que fuese tan perfecto como fuese posible. Cuando entonces el pulidor terminó con su trabajo, le comunicó a él que ya estaba listo.
El dueño se sintió muy contento. Vendería el diamante y con el dinero obtenido le compraría una casa grande y bonita a su esposa; aun así todavía le sobraría dinero para comprar más cosas, porque sabía que su gema valía muchísimo.
La joya era de color azul intenso, y esto lo volvía un diamante raro y único -en todo el mundo pocos eran los que tenían este mismo color-. ¡Era tan hermoso! Brillaba de manera deslumbrante.
Su dueño no sintió nada de dolor a la hora de desprenderse de su joya, porque sus hijos necesitaban más un techo seguro que el brillo de un carbón. Así que fue y vendió el diamante, sin más ni más. Sus hijos, al igual que su esposa, quedaron muy contentos; sus vidas habían cambiado por completo. Ahora todos gozaban de estabilidad económica y de espacios cómodos; la casa tenía hasta cancha de tenis…
El diamante fue puesto a la venta en una joyería y no tardó nada en ser adquirido por un señor muy rico. Él lo había comprado para regalárselo a su esposa, a la cual le gustaban mucho. Cuando se lo mostró, ella enseguida se lo puso en su dedo, y ya nunca más se lo quitó, no hasta que el diamante perdió su brillo.
Esto sucedió una noche en que ella se encontraba en una fiesta, en todas las demás señoras llevaban también anillos con diamantes, pero que no eran tan grandes y hermosos como el suyo. Todas estas damas, al ver la gema en su dedo, la empezaron a envidiar, y los diamantes en sus dedos también. Fue como si las piedras hubiesen cobrado vida. Todos ellos empezaron a sentir envidia y celos de aquel diamante de color azul intenso. Entonces este diamante también cobró vida, y cuando lo hizo sintió mucha tristeza y dolor, porque no se tenía la culpa de ser lo que era, mucho menos cómo era.
Después de un rato, como si fuese un ser humano, se empezó a morir. Todo su brillo se fue apagando, poco a poquito…, y después de unos minutos ya no brilló más. .
-¡Qué horror!.-gritó su dueña cuando lo vio-. ¡Pero qué piedra más fea me ha regalado mi marido! -dijo. Y se puso tan molesta que entonces rápidamente se sacó el anillo de su dedo y lo aventó tan lejos como le fue posible. El diamante, al caer y golpearse contra el suelo, se desprendió de la argolla de oro blanco. Luego varias personas, al cruzar por donde se encontraba tirado, lo fueron pateando. Y así es como llegó a dar hasta la calle.
Eran las once de la noche y un trabajador pobre regresaba a su casa. Al siguiente día seria su aniversario de bodas, y no iba a poder regalarle nada a su esposa, porque a duras penas y le alcanzaba para mantenerla a ella y a su hijito de dos años.
Caminaba a paso lento sin dejar de pensar que encontrar dinero en la calle sería algo maravilloso. En esto estaba cuando llegó hasta donde se encontraba tirado el diamante sin brillo. Cuando lo vio le pareció ver un súbito destello de luz.
-¡Qué raro! -se dijo para sus adentros-. Habría jurado que lo vi brillar. Tal vez y la preocupación me ha hecho ver cosas en donde no las hay. -El hombre siguió reflexionando-. ¡Cómo voy a hacerle! Todo está muy caro, ya no me alcanza ni para la leche del niño…
El trabajador pobre se había agachado para mirar aquel objeto que le había llamado mucho la atención. Cuando lo miró más de cerca vio que no era más que una simple piedra.
-¡Qué raro! -volvió a decirse, y se guardó la piedra en la bolsa de su camisa.
Cuando llegó a su casa decidió jugarle una broma a su esposa. La llamó y ésta enseguida se apareció; le dijo:
-Amor. Mañana es nuestro aniversario de bodas, ¿y qué crees?
-¿Qué? -preguntó ella, con curiosidad.
-¡¿Qué crees?!
-Ay, tonto, ¡ya deja de tomarme el pelo y dime de qué se trata!
-¡Sorpresa! ¡Te compré un diamante!
-¿Un diamante? -preguntó ella, muy emocionada-. Dónde, ¿dónde está?
-Cierra los ojos -le pidió él, y ella obedeció.
-¡Aquí lo tienes! -El señor sacó la piedra y se lo puso en la mano. Cuando ella abrió sus ojos y lo miró, se llevó una desilusión.
-¡Me has mentido! -dijo la señora, con decepción-. Esto no es un diamante, solamente es una piedra cualquiera.
-Perdón -le dijo su esposo-. Yo…, creí que… Lo siento. Solamente quería hacerte reír un poco.
La mujer al escuchar esto comprendió lo que él pretendía, así que le dijo:
-Perdóname tú a mí. Es solo que… Olvídalo. Mi mejor regalo eres tú y nuestro bebé. Tal vez y seamos pobres, pero todavía nos tenemos a los tres. -Los dos se abrazaron y se olvidaron de la broma. Después de un rato platicando decidieron irse a dormir. El señor dejó asentado la piedra sobre la mesa de la cocina.
A la mañana siguiente, cuando su hijo se despertó, como dormía en una hamaca al ras del suelo, no tuvo problema ninguno para bajarse a andar. Entonces caminó a la cocina y encontró tirado al diamante.
La noche anterior el gato de la familia se había subido a la mesa y lo había aventado con su pata.
El bebé se agachó y lo agarró. Cuando entonces la gema sintió la inocencia de sus deditos, ¡enseguida empezó a recuperar su brillo! Después de unos segundos ya brillaba con todo su esplendor. El niño quedó completamente maravillado con toda su luz. Jugaba con el diamante como si fuese un juguete; no dejaba de emitir ruidos, esos que siempre hacen los bebés cuando están muy contentos.
Después de un rato, cuando sus papás se despertaron, vinieron a la cocina. El señor quedó muy sorprendido al mirar la piedra con la que jugaba su hijito. Su esposa no entendía nada de lo veía. El brillo del diamante se reflejaba por toda la cocina. Todo era un espectáculo de luces.
El papá del niño se le acercó a él; entonces el diamante volvió a cobrar vida y -dirigiéndose al señor- le dijo:
-He visto que quieres mucho a tu esposa y a tu hijo, así que quiero pedirte que hagas algo. Quiero que vayas y traigas un martillo. Luego quiero que con él me quites un pedazo. El pedazo que de mí obtengas, quiero que lo lleves a vender, y con el dinero obtenido quiero que le compres un regalo a tu esposa y a él. Porque sé que has estado muy preocupado por ellos…
El señor hizo lo que el diamante le pidió…, y ese día fue uno de los más felices de su vida.
FIN.
ANTHONY SMART
Marzo/25/2017
Junio/26/2017