Mauricio Carrera
Los errores de vida que cometemos nos acompañan como cicatrices en el terco polvo que somos. Son parte del inevitable ayer, una prueba de que no hay vidas pasadas ni futuras, solo esta vida nuestra, única e irrepetible, que se vive sin que a ratos sepamos cómo o porqué, sin posibilidad de ensayos o enmendaduras.
Ante el error, sólo queda la disculpa o la culpa. También otra posibilidad: la de considerar nuestros errores como tentaciones de cambiar el rumbo. Un error puede ser leve o terrible, pero nos ha llevado a la debacle existencial o a la vida tersa que ahora llevamos. Un error de antaño puede no ser tal a futuro.
En perspectiva, sólo fue la alarma interior que nos hizo abandonar algo donde no éramos del todo felices.