Mauricio Carrera
Si se me concediera un deseo, ¿cuál sería? Que pudiera estar de nuevo con mi madre, conversar con ella, besar su mejilla; probar otra vez sus guisos, pasear de su brazo por la calle, invitarle unos camarones.
No la abrumaría con mis tristezas, tampoco con el recuento de mis fracasos para la riqueza o el amor perdurable. Le diría te extraño sin sentimentalismos, pues volverla a ver sería motivo de alegrías, no de lágrimas.
Le preguntaría si en el cielo de las mamás bondadosas hay albercas o Acapulcos con sus atardeceres. Le mostraría fotos de mi hijo para que se enorgulleciera del guapo muchachón en que se ha convertido.
La llevaría de viaje a donde se le antojara.
Le diría que la quiero, que si hay un recuerdo bonito de ella es su sonrisa y su manera de alentarme con su “¡Ánimo!” Le pediría que se dedicara más a ella, no a sus hijos, no a mi padre, que dejara de preocuparse y darlo todo por nosotros; que nos dejara consentirla.
Le daría montones de abrazos, tendríamos muchas charlas de cosas importantes y de tonterías. Iríamos mucho al teatro, a pueblear, a sus restaurantes favoritos. No le mencionaría que me ha hecho falta, mucha falta.
Tampoco que por favor no vuelva a hacer eso, dejarme en la más escueta orfandad.